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Llevan quedando una semana cuando sucede.

Están sentados en una mesa apartada, en la que ya se ha convertido en su cafetería, como cada día después de que Raoul salga de trabajar. Sus cafés de tarde-noche se han vuelto tradición entre ellos; y ninguno tiene intención de romperla. Esta tarde hablan de música, y después del alegato apasionado de Raoul, defendiendo el porqué Beyoncé es la diva definitiva, entona un trocito de Drunk in Love para demostrar que tiene razón.

No es más que un susurro avergonzado al principio, pero sigue siendo su canción favorita de la cantante, así que por cada verso, se crece un poco más.

—¡Hala!

Agoney casi grita, agudo y emocionado. Está a punto de tirar el café y Raoul se queda clavado en el sitio, con el estribillo atragantado.

—¿Qué? —pregunta con una risotada, entre avergonzado y confuso.

Agoney se muerde el labio inferior, maldiciendo en silencio por haber reaccionado de esa manera. Pero es la primera vez que lo escucha cantar; la primera vez que descubre que su voz se vuelve rojo terciopelo cuando lo hace.

—Nada —miente, con una sonrisa tirante. Siente la piel de las mejillas del mismo tono que la voz de Raoul—. Que no esperaba que cantases así.

—No es eso —responde con los ojos entrecerrados. Y Agoney detesta en ese momento que lo conozca tan bien, aun sin casi hacerlo—. Hay algo más.

Agoney lo estudia en silencio, decidiendo si se siente cómodo explicándole lo que ocurre. Se sorprende al darse cuenta de que, en realidad, todo le resulta cómodo junto a Raoul. Y a la vez, no se sorprende en absoluto. Suspira, aliviado y decidido.

—¿Sabes lo que es la sinestesia?—pregunta, haciéndose algo pequeño al pronunciarlo.

Raoul guarda silencio. Frunce el ceño sin comprender a qué viene la pregunta. Pero sabe que, para Agoney, es importante; lo nota en el carraspeo continuo y en la manera que tiene de atusarse los rizos, sin siquiera moverlos del sitio. Así que decide no cuestionar los motivos y responder con toda sinceridad.

—Creo que sí. Es cuando tus sentidos están conectados, cuando se mezclan entre sí¿no? —se aventura, y la sonrisa de Agoney le advierte de que no anda muy desencaminado.

—Algo así —concede sin dejar de sonreír—. No es que los sentidos se mezclen, porque no es que haya una distorsión. Por ejemplo —continúa con un suspiro—, yo escucho los sonidos igual que tú, pero al mismo tiempo, se estimula otra parte de mi cerebro que hace que vea determinadas notas.

Raoul abre los ojos y la boca en una mueca digna de cualquier niño la mañana de reyes.

— ¡Hala! ¿Ves la música? —pregunta entusiasmado y Agoney asiente encantado con su reacción—. Qué pasada.

—Bueno, no sé, para mí es lo normal —reflexiona, encogiéndose de hombros.

—Claro —contesta maravillado. La idea de percibir el mundo de una manera diferente a la suya siempre le ha parecido, cuanto menos, mágica—. Y, ¿qué ves?

—Colores. Y formas, a veces. —no puede ocultar la alegría al ver la curiosidad y el interés genuino que Raoul tiene en conocerle mejor.

—¿Con todas las canciones? —Se le ocurren mil preguntas por segundo y tiene que contenerse para no preguntarlas todas a la vez.

—Con algunas más que otras —reflexiona, intentando visualizar ciertas melodías—. En las que son más especiales para mí, siempre veo formas.

PoliedrosWhere stories live. Discover now