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Agoney flota, se deja mecer en un duermevela azul, en un mar dulce de media tarde. Siente el brazo de Raoul sobre su cintura, y su aliento golpeándole en la nuca. Y puede que esté lejos de Tenerife y de su océano; lejos de la brisa marina y el olor a salitre. Pero desde que conoció a Raoul, no lo echa tanto de menos; ahora un mar geométrico le arropa, le cuida y le cuenta historias.

Raoul vive en un estudio no demasiado espacioso, pero para él es suficiente. Cactus y suculentas cubren el pequeño balcón y un par de sansevieras ocupan las esquinas del área de trabajo. Junto a la ventana, se encuentra su escritorio, una superficie blanca e inclinada llena de papeles y proyectos a medio acabar. En el centro del apartamento, un salón improvisado divide el piso en dos. Una tele de plasma cuelga de la pared, y frente a ella, un sofá de dos plazas azul celeste ocupado por dos cuerpos medio dormidos.

Es el primer sábado de Junio y el calor empieza a hacer estragos.

Hace ya días que los cafés se transformaron en cenas, en paseos por el parque a la luz de las farolas o en tardes de pelis y helados en el piso de alguno de los dos.

Esta tarde toca la casa del arquitecto. Hace rato que la película ha quedado en un segundo plano. Ahora conversan, y dormitan, dejando que sus dedos se pierdan en su piel.

Agoney se gira en sueños, acunado por la voz de Raoul, que murmura palabras inconexas. Ronronea en su oído y pequeños poliedros rosas flotan en la negrura frente a sus ojos. Y Agoney sonríe. Es la primera vez que Raoul es de ese color.

Está cumpliendo su promesa, apunta mentalmente cada nuevo sonido, cada nuevo tono y los añade a la paleta de Raoul. No quiere perderse nada. Y al otro chico le encanta descubrir sus colores a través del prisma de Agoney.

Durante una sesión de besos y cosquillas tumbados en el césped del parque, Agoney ríe a carcajadas cuando poliedros verde lima rebotan en el aire al ritmo del hipo de Raoul, que rojo como nunca, farfulla un «no es gracioso» que, ambos saben, carece de verdad.

Raoul vuelve a sonar rosa entre sueños y Agoney, ahora más despierto, tira del brazo sobre su cintura para pegarse a él.

Entonces el tiempo se congela.

Agoney se petrifica en su posición durante un segundo. Puede sentir el cuerpo de Raoul totalmente pegado al suyo, tanto que su erección se le hinca sobre sus nalgas. Inconscientemente, Raoul embiste y Agoney se muere.

Ni siquiera llevan un mes juntos. Y ha habido besos, muchos, y caricias y toqueteos; pero nunca han llegado más allá. Quieren, y saben que es recíproco. Puede que sea porque quieren tomárselo con calma, conocerse tanto como puedan antes de dar el siguiente paso, o quizás es por miedo a que todo cambie cuando lo hagan. Así que saborean cada segundo que pasan juntos, esperando que no sea el último.

Raoul se despereza, eliminando cualquier distancia entre ellos y Agoney respira profundamente antes de girarse para poder arrancarle el sueño a besos.

—Buenos días —murmura contra los párpados cerrados del chico, antes de mimar sus labios con delicadeza; apenas un roce suave.

—Mmmh... Buenas tardes —corrige aún con los ojos cerrados, aunque no duda en corresponderle el beso, profundizándolo a su vez.

Delinea su boca con la lengua y vuelve al ataque, entrelazando las manos en sus rizos oscuros. Agoney jadea excitado y cuela una rodilla entre sus piernas, ondulando sus caderas para conseguir la fricción deseada. Raoul imita el movimiento, yendo a su encuentro, agarrándole de la camiseta y chocando sus labios con fuerza. El beso se vuelve feroz. La siesta queda olvidada en algún lugar lejano, pues sus cuerpos y sus mentes están totalmente despiertos. Raoul jadea cuando Agoney cuela su mano dentro de sus pantalones y gime en su boca cuando siente sus dedos amasando su culo sin descanso.

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⏰ Last updated: Jul 09, 2019 ⏰

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