Capítulo 2.

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Pasadas las ocho de la noche, salí del apartamento. Llevaba una sudadera gris con la capucha cubriéndome la cabeza. Mientras caminaba por la acera, sentía algunas miradas de los vecinos desde sus ventanas. Sabía que desconfiaban del hijo de un asesino, y lo hacían aún más ahora que estaba de vuelta en el vecindario.

Pues bueno, tenían que acostumbrarse.

Al llegar al gimnasio, me percaté que había muchas personas. Reconocí varios rostros al instante en que entré por la puerta. La mayoría eran hombres que parecían haber tomado demasiado esteroides.

En el ring, estaban luchando un par de hombres novatos que lo único que hacían era cubrirse de los torpes golpes que el otro lanzaba. Sacudí la cabeza, pensando que era una mala impresión para la admirable reputación de Ernest.

Les faltaba mucho por aprender, y se demostró por los abucheos y groserías del público. Habían pagado su entrada y su apuesta para ver por lo menos algo de acción en la lona.

Me desplacé a una de las mesas cerca del ring. Me quedé observando la pelea con detenimiento, generalmente disfrutaba del espectáculo, pero por ahora parecía no valer la pena.

―Pensé que no llegarías, Dom. —Derek apareció en mi campo de mi visión y se sentó frente a mí.

—Por favor dime que no apostaste por esos idiotas.

Resopló, negando la cabeza.

—Claro que no. Sería una pérdida de dinero.

―No entiendo por qué Ernest permite que haya luchas tan mierdas como ésta.

Se encogió de hombros y encendió un cigarrillo.

―Es una total vergüenza.

Cuando asentí, la campana sonó dando por terminada la miserable pelea. Ambos sujetos bajaron del ring cabizbajos y sin ningún rasguño. Los demás, incluso Derek, gritaron y chiflaron con disgusto. Definitivamente su actuación fue la peor de la noche.

—Miren a quién tenemos aquí... —Una voz arrogante detrás de mí me puso inmediatamente de mal humor—. Nada más ni nada menos que el chico fugitivo: Dominic Armstrong.

Respiré hondo y la mandíbula me comenzó a doler cuando la apreté. Lentamente, miré sobre mi hombro. Lo primero que vi fue una mata de mechones rubios y luego encontré la sonrisa ladeada de Josh Lancaster. La segunda persona que estaba en mi lista de odio. Lo había conocido cuando tenía dieciocho años y, desde entonces, teníamos una rivalidad el uno con el otro.

La primera vez que peleamos en el ring me dejó muy mal. Terminé en el hospital por una semana y aún así no dejé que me intimidara. Y él, a su vez, no dejaba de fastidiarme. Pero no sólo me molestaba su presencia porque era una persona prepotente y egocéntrica, sino porque habían expulsado de la universidad debido a que peleábamos constantemente; ya fuera en clases o durante la hora de descanso. Siempre me provocaba por cualquier pretexto para lograr su propósito.

La última confrontación que tuvimos en la cafetería fue impresionante según desde la perspectiva de mis compañeros. La policía tuvo que hacer su aparición para remediar la situación. Los dos fuimos llevados con el director para confirmar mi expulsión.

Josh no se vio afectado, ni siquiera cuando estuvimos en la comisaría. Su padre era un abogado corrupto y prestigiado que tenía dinero e influencias por todos lados.

Así que volver a verlo era como una torrente de ira seguido de una patada en las bolas. Actuaba con mucha paciencia y tolerancia, pero no garantizaba que en cualquier momento peleáramos de nuevo.

Heridas Ocultas ✅ | editando |Donde viven las historias. Descúbrelo ahora