RECUERDOS DE LA INFANCIA. (2/4)

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Corría hasta que sus piernas le dolían.

Escuchaba a lo lejos los gritos de las criadas y los guardias, pero corría.

Ian sólo corría.

Lágrimas en sus ojos, trece años apenas cumplidos y una noticia que le había roto lo poco de infancia que le quedaba.

Su madre falleció esa madrugada y el fue encontrado en el jardín del rey, justo frente a la habitación de Karuma. Temblando y con un claro problema de hipotermia. Era invierno y los suaves copos de nieve habían cubierto el paradisíaco entorno del Castillo de un blanco precioso, que era interrumpido por un joven de cabellos oscuros y ropa de pijama.

Afortunadamente, fue encontrado por Amelia. La criada de la princesa, quien lo cargo como pudo hasta la alcoba de su majestad. Para cuando Karuma despertó, el noble se encontraba en la bañera, cubierto por burbujas en una tibia sensación causada por el agua. Amelia se había ido para retener cuanto pudiese la búsqueda del noble dándole tiempo suficiente para que se recuperase.

-¿Ian?- Pronunció la castaña con voz temblorosa, su amigo tenía un aspecto notablemente enfermo, y considerando que estaba sentado en la bañera, viendo hacia el balcón con la mirada completamente pérdida y el agua blanquecina por el jabón cubría la parte inferior de su cuerpo desnudo. La reacción de la princesa era prudente, bien pudo haber gritado y alertar a medio reino.

No contestó, pero una simple mirada bastó para que la Sacra real entendiera lo que sucedía.

De manera poco prudente, se quitó el blusón de pijama. Y estando en la misma situación que su compañero, decidió acompañarlo entrando en la bañera.

El repentino choque de pieles logró despertar el trance del azabache, quien después de notar que el cuerpo de la princesa era cubierto únicamente por agua blanquecina en su cintura, y por su extenso cabello en el pecho, sólo atinó a desviar la mirada y dejar que el color carmesí se apoderará de las mejillas.

Con once años cumplidos, la princesa entendía la vergüenza de su acompañante. Pero decidió no hacer caso, tomó con cuidado el tembloroso cuerpo del chico y lo abrazó de tal manera que las mejillas del noble rozaban la piel desnuda del pecho de la princesa. No se movió, pero el calor en sus mejillas empezó a incrementar, tanto que pensó en retirarla bruscamente y salir corriendo de ahí a buscar su vestimenta. Pues realmente no recordaba como llegó a esa situación.

Ese pensamiento desapareció en cuanto logró escuchar la melodía que cantaba su madre, un canto inglés para nada infantil. Contaba la historia de una bestia devora niños y como una guerrera acababa con esta cortándole la cabeza.

Exactamente las mismas caricias que acompañaban a la melodía fueron notadas en su cabello, con unas manos mucho más pequeñas y una voz mucho más infantil. La princesa le había hecho ver a su madre una vez más.

Las lágrimas no se hicieron esperar, y solo se aferró a la niña. Acurrucando su cabeza entre el pecho desnudo y el cabello de la Sacra real, logró conciliar el sueño que no hubo logrado en la última semana.

¿Cuál fue la sorpresa de la criada de la princesa al entrar y ver al noble dormido sobre el cuerpo desnudo de la princesa, ambos aún en la bañera. Y la princesa dormida recargada sobre la cabeza del noble?

Ay Amelia, de tantas cosas han sido testigos tus ya fatigados ojos.

Nuestro Hilo Rojo [Yuri +18]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora