Capítulo 1

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Nunca dejaría de sorprenderla su habilidad para emprender misiones suicidas. Era uno de sus talentos. Sabía de antemano que algo iba a salir mal, pero se arrojaba a la aventura igualmente.

Lo consecuente con estas actitudes temerarias sería no emitir una sola queja después. Fuera cual fuere el castigo, se lo había buscado sola. Sin embargo, a Lucía se le daba tan bien lamentarse como meterse en berenjenales.

—Venga ya, joder.—Golpeó el volante—. Muévete.

Esa era la empresa de dudoso resultado que iba a llevar a cabo. Arrancar su destartalado coche, un Daewoo matiz con más años que el sol. Tenía medio fundida la batería —por eso le costaba arrancar—, una de las luces traseras estaba rota, no funcionaba el estéreo y, como no pisara el freno con quince segundos de antelación, podía empotrarse con el conductor de delante. Si tenía suerte, sobreviviría al trayecto. Si tenía más suerte aún, la pasma no le plantaría una multa de varios ceros por llevar rotos los faros.

Ese venía a ser el riesgo. Perder los valiosos puntos del carné.

Por fin el Daewoo se movió. Lucía lanzó un grito de júbilo y un puño al aire, y trasteó en el móvil una canción para hacer más llevadero el paseo. La interrumpió una llamada entrante: era la quinta vez que Miss Caffeina, su politono, sonaba por cortesía de Catalina.

—¿Qué quieres ahora, pesada? —suspiró al manos libres libres. Se incorporó al carril dando un volantazo y enseguida bajó la ventanilla. Para ser finales de abril y haber estado lloviendo hasta las tres de la tarde, hacía un calor espantoso. Naturalmente, a su pieza de coleccionista tampoco le funcionaba el aire acondicionado.

Si es que tenía.

¿Vienes ya de camino? —preguntó Catalina, frenética. Su voz de dobladora de hada en Campanilla le arrancó una sonrisa—. Me estoy poniendo nerviosa. Los artistas ya están aquí y no podemos dejar pasar a la gente hasta que no llegues.

—¿Por qué? Ni que fuera yo la que va a firmar discos.

Te recuerdo que solo estamos Gerard, tú y yo para atenderlos, y aquí hay una cola que llega hasta Toledo. Te necesitamos para proteger la puerta... Pero eso da igual. No quiero ponerme a gritar sola cuando los vea.

—Vas a gritar sola de todas formas. ¿Cómo quieres que te acompañe en tu entusiasmo si ni siquiera sé quiénes van?

Para desvelar el misterio, bastaría con echar un vistazo a la web del FNAC. Ahí habrían anunciado al grupo de música que iba a echarse unas fotos, unos autógrafos y unas risas. Pero si ya le había faltado tiempo para peinarse en condiciones, menos tenía que perder indagando en Internet.

Tampoco le importaba llevarse la sorpresa. Sus grupos de música preferidos o bien se separaron en los ochenta, o llevaban unas décadas enterrados. Le daba igual si los selfies se los hacían con La Pegatina o con Los Mojinos Escozíos. Ella iba allí para cobrar el día extra, que falta le hacía, no a fangirlear. Esa era Tali.

Vendía discos y libros en la franquicia del centro comercial porque necesitaba dinero. Iba siendo hora de que se largara de la caravana de su madre. Era un espacio demasiado pequeño para que cupieran tres personas. Ella, la mujer que la parió, y el que quiera que fuese su novio semanal. Desde luego tenía mérito que su madre metiera en casa cada domingo a un gilipollas peor que el anterior. Había que buscar muy a fondo o tener muy mala suerte para no dar con ni uno que mereciese la pena. Pero Lucía prefería reconocerle ese tipo de talento desde la distancia, donde no pudiera afectarle su pésima elección de novio.

Créeme, vas a gritar —prometió Catalina, en tono misterioso—. Pisa el acelerador. Abriremos a las siete en punto.

Colgó antes de que pudiera preguntarle por qué estaba tan segura de que iba a emocionarse.

Sigue mi vozWhere stories live. Discover now