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"Amores del pasado son heridas del presente"

Kate.

Ojeo mi historial médico pasando las hojas con lentitud, grabando en mi memoria cualquier dato que sea de mi interés. El manillar de la puerta gira y tengo el tiempo justo para esconder el informe médico bajo las mullidas almohadas. Por la puerta entran dos hombres de traje que ya he visto en cuatro ocasiones. Aparecen cada lunes a las diez de la mañana con el único propósito de interrogarme.

— ¿Demasiado tráfico esta mañana?

Hoy llegan más tarde de lo usual. Uno de ellos ríe y niega, moviendo la cabeza de un lado a otro. Su compañero, en cambio, rueda los ojos y ambos se acercan a mi camilla tras un seco: "Buenos días".

— ¿Algo nuevo?

Muevo la cabeza, negativamente.

Oscar, cuarenta años, calvo, medio recogerte y el jefe del apuesto y joven Héctor, resopla con impaciencia.

— Tienes que recordar — exige — cualquier cosa.

Encojo mis hombros y expongo mi calmada cara de niña buena.

— De verdad que no lo hago a propósito. No sé nada. Lo último que recuerdo sucedió hace seis años. Estaba comprando caramelos en la tienda con mis hermanos pequeños, y luego aparecí aquí. No sé qué esperan de mí.

Héctor hace una mueca y Oscar sale de mi habitación hecho una furia.

— Pese a no recordar nada, actúas como lo haría una delincuente.

Ambos sonreímos antes de que Héctor salga de mi habitación y se despida con un débil ademán de su cabeza.

Dejo caer mi espalda sobre los cojines y saco el historial de nuevo. Agradezco que las visitas sean cada vez más rápidas. No importa si pasan horas inquiriendo a mis médicos. No creo que puedan sacarme nada incluso si utilizan un polígrafo.

Tampoco yo he obtenido mucho de los rastros de recuerdos que deambulan por mi mente. Estoy asimilando los hechos. Me encontraron en un aparcamiento abandonado a las afueras de Madrid. Fue un intento de asesinato. Se las apañaron para perforar mi corazón y pulmón. La bala en mi sien bien podría haberme matado y habría sido un asesinato perfecto.

Habría.

La clave de mi supervivencia fue la trayectoria del proyectil, atravesó mi cráneo sin quedar incrustado en él. Tampoco dañó ninguna parte vital de mi cerebro. Solo sufrí dos hemorragias cerebrales a causa de la inflamación. La herida recorre un arco de oreja a oreja en mi cabeza. Tuvieron que extraer una parte de mi cráneo mientras esperaban que mi cerebro dejase de hincharse y volviera a la normalidad. Los puntos son imperceptibles gracias a mi cabello. Rozo con la yema de mis dedos la herida encima de mi oreja y luego el pequeño punto sobre mi ceja derecha. El espejo en el armario muestra una chica de piel pálida, con el cabello muy corto. Tuvieron que rapar mi cabeza por las operaciones, pero poco a poco ha ido creciendo. Aparto la bata blanca y miro la herida bajo mi seno derecho. Es una línea fina, casi invisible. Más arriba, a la izquierda, se encuentra la herida de mi corazón.

Mi pulso se acelera, presiento que, en buenas condiciones, nadie hubiera sido capaz de herirme. El problema reside en la razón por la que no estaba centrada. Mi cabeza me envía un dolor punzante a través de todo mi cerebro y mis pulmones trabajan por aire cada vez que trato de pensar en un posible motivo.

Resoplo en la soledad de esta habitación intentando aliviar mi frustración. Me siento atrapada en un cuerpo que no me pertenece. No he mentido a los detectives. El último recuerdo que poseo es haber sido secuestrada hace seis años y al día siguiente haber despertado aquí.

Deseos Prohibidos ©Where stories live. Discover now