6 | Plan de escape

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"La araña está tejiendo los hilos hacia la verdad"

Kate.

Tic. Tac. 

Las agujas se mueven. Hacen su mejor esfuerzo para salir de la monotonía de su recorrido, llegando a perecer sin encontrar la salida a ese recorrido eterno.

— Tengo hambre — le digo a Paige cuando el reloj marca las dos.

Ella me mira con el ceño fruncido.

— Pero si le acabas de decir a la enfermera que no querías comer — protesta.

Agacho la cabeza y empiezo a jugar con mis dedos — es que... no quiero esa comida, ¿no puedes traerme algo del restaurante de comida rápida, no sé... algo de verdad? ¿Una hamburguesa?

En cuanto digo esa palabra la risa de alguien llega a mis oídos. No está aquí, son restos de mi pasado. y quien fuera, tenía un par de hermosos ojos azules demasiado similares a los míos.

Paige suspira, devolviéndome a la realidad.

— Dijeron que debías tener una dieta saludable — me recuerda.

Hago un mohín con mis labios.

— Si sigo comiendo brócoli hervido voy a morir — amenazo.

Ella acaba suspirando.

— Está bien, pero solo por esta vez — dice antes de coger su abrigo y su bolso — tardaré quince minutos como mucho.

Acepto con un asentimiento de cabeza y espero cuatro minutos. Pasado ese tiempo salgo de la cama y me pongo en pie. El choque de mis rodillas contra el suelo frío de mármol resuena en las paredes. Muerdo mis labios para evitar gritar y aferro mi mano a la barandilla de metal de la cama para levantarme. Todavía no logro equilibrar del todo mi cuerpo y no poseo la fuerza necesaria para moverme con total libertad, pero entre tambaleos llego hasta el armario.

Busco entre la ropa un pantalón, un sujetador nuevo, unos calcetines, bambas de deporte, un jersey de lana color crema y una chaqueta de cuero negra.

Sonrío al verme en el espejo.

Entonces tomo el bolso que Travis me regaló por navidad, el teléfono móvil que Paige me dio también como regalo y el dinero que le he ganado a Roy cada vez que jugábamos a las cartas.

Momento de huir.

Mi corazón late con fuerza en mi pecho y siento un ardor recorriendo mis mejillas.

Creer que con ropa de calle los médicos ni siquiera te miran a la cara cuando estás en el hospital es lo peor que puedes hacer. Incluso los enfermeros que me cruzo me preguntan si busco alguna habitación en particular o si me encuentro bien, puesto que cojeo. Les digo que no, que solo espero a una amiga que ha venido a visitar a un familiar y que me caí hace un par de días. Tengo la suerte de que ninguno de ellos me ha atendido nunca. Así que, para evitar mas preguntas, mientras recorro el largo pasillo tengo que apoyarme en la pared y fingir que miro mi móvil un par de veces cada vez que uno de los sanitarios cruza por mi lado.

Mi mano toca la puerta metálica del ascenso justo al escuchar los pasos de mi hermana a mi izquierda, puedo verla por el rabillo del ojo a través mi largo cabello que utilizo para cubrir mi rostro. Ella cruza por mi lado con el teléfono en la mano. Por un segundo el tiempo se detiene, sus tacones y su voz se separan del resto de sonidos. Con lentitud, se aleja de mí sin prestarme ninguna atención. Toco la tecla para llamar al ascensor y las puertas se abren, no hay nadie, entro y presiono el número de la planta baja. Los pasos de Paige se detienen, mis hombros se tensan y ella da un paso en dirección a mí.

— Madison, déjala en paz, Bella no recuerda nada — gruñe Paige.

Frunzo el ceño y me apoyo en el ascensor.

Las puertas están casi cerradas cuando Paige habla de nuevo — te digo que la dejes en paz de una puta vez, Madison, que te jodan a ti y al puto círculo — chilla.

Y las puertas se cierran por fin.

Paige se queda callada un par de segundos en los que mi cuerpo se congela. Hasta que ella vuelve a chillar y su voz hace eco en el hueco del ascensor.

Suspiro.

Incluso creí por un momento que me había reconocido. Pero aun escucho como mi hermana maldice por todo lo alto a mi otra hermana, así que me tranquilizo mientras su voz se va perdiendo a medida que el ascensor baja más plantas.

Un escalofrío recorre mi cuerpo cuando veo que quedan menos plantas cada vez para llegar a la salida. Cierro los ojos, rogando que nadie se fije en mi, espero que el ascensor baje hasta la última planta y abra sus puertas. Y aferrada con fuerza a mi bolso, salgo con paso tembloroso hasta la salida.

Son doce metros.

Puedo ver por primera vez la luz del sol a través de los grandes ventanales de cristal. El gentío de enfermeros y doctores, las recepcionistas detrás del mostrador de mármol blanco con grietas negras. El suelo blanco de mármol beige y las luces hacen que el lugar resulte más selecto de lo que ya lo es.

Una vez he puesto mi mano en el pomo de la puerta y empujado, no he dado el primer paso cuando el guardia me llama.

— Señorita — dice.

Me giro y elevo mis cejas, aun mantengo una mano sobre la puerta evitando que se cierre por lo que puedo escuchar como llaman a seguridad por la huida de una paciente por su walkie talkie.

— ¿Sí? — demando con una sonrisa nerviosa.

Antes de que el hombre de metro noventa, rostro sombrío y un montón de armas en su cinturón diga nada, se me pasa por la cabeza tomar su pistola y huir con ayuda del arma.

— Que pase usted un buen día — es todo lo que sale de su boca.

Elevo una de mis cejas y sonrío.

— Lo... lo mismo digo señor... guardia — tartamudeo, alejándome lentamente.

Una vez he girado en la primera calle salgo despavorida hacia cualquier lugar. Recorro la ciudad como una niña pequeña en su primera salida escolar. Entro a las tiendas. Compro algunas tonterías y cuando el hambre puede contra mí, acabo en un ciber café.

Al empujar la puerta, las campanillas llaman la atención de la mujer con uniforme de camisa blanca y pantalones negros, que me sonríe.

— Buenos días, ¿en que puedo servirla?

Miro al aparador lleno de pastas. Luego, a los ordenadores colocados en fila en el interior. 

Deseos Prohibidos ©Where stories live. Discover now