"Autoestima"

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El reloj en mi nuevo celular —el mismo que mamá me había regalado y que después de meditarlo comprendí que, en caso de que la operación no saliera como todo mundo esperaba debía de empezar a acostumbrarme a él—, dijo con voz mecánica que eran las once de la noche, ya había cenado y me encontraba sin mucho que hacer más que preocuparme si, después de todo, la intervención ya había sido saldada. Preferí no preocuparme por ello... al menos en esos momentos.

—¿Necesitas algo? —me preguntó ____ con ternura luego de acomodar mis almohadas y al tiempo que acariciaba mi pelo con sus dedos.
—Que duermas, ____. De verdad, no voy a escaparme ni nada.
—Lo sé, es que... estoy nerviosa.
—Lo entiendo, pero te necesito tranquila, amor. Prométeme que al menos intentarás dormir —le pedí aprovechando que mamá había ido a casa en busca de mantas. Le tomé de una mano levantando ligeramente mi rostro hasta toparme con su respiración en las mejillas.
—Te lo prometo —dijo suavemente y me dio un largo beso cuya intensidad quedó reflejada en el sonido de la máquina conectada a mi corazón. ____ rió entre dientes antes de volver a su sillón a un lado de mi cama —. Buenas noches, Richard.
—Buenas noches, ____... nos vemos pronto —musité y cerré mis párpados rogando al cielo que pudiera descansar, atenuar los nervios y despertar al día siguiente con un poco más de fe o, al menos, con las suficientes fuerzas como para no echar a correr.
No estaba seguro de cuánto tiempo había pasado pero sí que no había pegado ojo en bastantes horas, me giré hacia donde sabía estaba durmiendo ____ —mamá estaba en el sillón ubicado en el extremo más lejano de la habitación, la había escuchado llegar de puntillas un buen rato antes—. Me debatí entre hablarle o no, tal vez, y era lo más probable al escuchar que sus respiraciones no eran del todo profundas, que estuviera despierta.
Lo intenté.
—¿__? —susurré lo suficientemente bajo como que sólo ella lograra escucharme.
—¿Sí, Rich? ¿Qué necesitas? —me preguntó ella en el mismo volumen de voz. Sonreí.
—Te dije que durmieras, amor —le regañé en broma.
—Mira quién habla... —respondió y escuché el roce de su ropa al ponerse de pie—. No puedo dormir —dijo poniéndome una mano en la mejilla.
—Tampoco yo. Ese sillón debe de ser incómodo.
—Un poco, la verdad es que dormí en mejores condiciones —su aliento rozó mi oreja cuando se inclinó a hablarme.
—Creo saber a qué te refieres —murmuré y me corrí hacia un lado de la cama.
—¿Qué haces? —me urgió ella.
—Un lugar para que duermas —le respondí con inocencia.
Ella suspiró.
—Pueden despedirme por esto, Camacho —me dijo con determinación.
—¿Por favor? —rogué —, es esto o tendrás que sedarme, porque no hay otra forma de que pueda dormir esta noche. Además, si lo que te preocupa es mamá, está dormida y no dirá nada, te lo aseguro —ella guardó silencio—. Te necesito.
Casi pude escuchar cómo las barreras de ____ caían ante mi petición y sonreí en la oscuridad cuando la sentí deslizarse a mi lado.
—Será tu culpa si quedo desempleada —me reprendió. Reí por lo bajo mientras cruzaba mis brazos por su cintura.
—Eso no pasará —dije muy serio.
Le acaricié las mejillas por un largo momento, memorizando sus rasgos a pesar de que ya los sabía, delineé sus labios con un dedo y sentí su respiración escaparse por entre ellos con calidez. Me incliné a besarla con ternura antes de acurrucarnos en nuestra posición favorita.
—¿____? —murmuré todavía más bajo.
—¿Hm? —masculló ella.
—Hay algo que siempre he querido preguntarte... —empecé.
Un asunto peliagudo, cuya respuesta pasaría por los filtros de mi mente hasta tamizar la verdad de entre las notas de voz dulce de mi novia. No era algo que me quitara el sueño precisamente, pero sí ocupaba gran parte de mi pensamiento desde un principio.
Y si al fin y al cabo luego de esa noche la oscuridad reinaría mi vida para siempre, al menos quería escuchar algunas respuestas.
—Te escucho —susurró ella echando hacia atrás su cabeza hasta que sentí su nariz rozar mi barbilla.
—Bueno, me gustaría saber qué viste en este ciego como para sentir lo que sientes. ¿Qué tengo yo que no tenga Jason, por ejemplo?
Se trataba nada más y nada menos que de una prueba a mi autoestima, si el tal Jason terminaba teniendo, no lo sé, brazos de acero o técnicas que yo mismo no conociera con respecto a ciertos asuntos... terminaría con deseos de enterrarme vivo en algún pozo cercano. Y no era una actitud que pudiera evitar.
Ella pareció meditarlo, y cuando pensé que debía esperar bastante para escuchar una respuesta de sus labios, habló.
—Es fácil. Tú tienes corazón, uno muy grande. Pero si te he de ser sincera no creo poder explicar lo que adoro de ti, pasaría toda la noche y no iría ni por la mitad. Supongo que es así ¿no? Cuando alguien ama a una persona, no está completamente seguro de qué es lo que le gusta, simplemente pasa. O eso creo.
—Estoy de acuerdo —dije sonriendo, ni siquiera yo podría enumerar las cualidades que amaba de ____. La amaba por todo, por ser ella misma, con esa simplicidad.
—...Tampoco puedo precisar cuándo empecé a quererte, estaría mintiendo si lograra dar una fecha. Quizás fue cuando te vi por primera vez, tan débil y vulnerable esa tarde que llegaste más muerto que vivo, creo que estaba tan o más asustada que Pattie y segura de estarlo más que... ¿cómo se llama?
—¿Alice?
—Sí, ella. O quizás comenzó cuando empecé a cuidar de ti, un trabajo muy duro podría decir, nunca me costó tanto concentrarme — admitió y reí —, o quizás fue progresivo, te fuiste metiendo solito y cuando me di cuenta ya me ponía nerviosa al momento del baño.
—¡Ah! Era cierto entonces —exclamé. Ella rió por lo bajo escondiendo su rostro en mi pecho.
—Sí, como te dije, era un trabajo muy duro. No es fácil concentrarse en algo teniéndote en la bañera, a veces agradecía que no pudieras ver, habrías pensado que estaba loca—guardó silencio un segundo y me sentí el hombre más feliz del mundo—. Siempre admiré la paz en la que te sumergías cuando dormías y debo confesar que muchas noches me fugué de mi cuarto para verte dormir.
—¿De verdad? —pregunté sin creerlo.
—Ajá —admitió y sentí que la temperatura de la piel de su rostro aumentaba.
—Gracias, tal vez era eso lo que me daba paz —musité y le di un beso en la nariz—. ¿Así que tengo un gran corazón? —exclamé en susurros.
—Además de ternura y sensibilidad poco frecuente en un chico, esa sensación de seguridad que me brindas cuando me abrazas, tu forma de besar, tienes unos ojos preciosos, un cuerpo de infarto... ¿quieres que continúe?
Tomé aire ostensiblemente para borrar imágenes que no venían al cabo en ese momento.
—La verdad no, o esta máquina de aquí nos delatará —pronuncié señalando el aparato a un lado de mi cabeza.
____ rió entre dientes y se estiró para besarme cortamente.
—¿Te he despejado las dudas? —preguntó sobre mis labios.
—Algunas, ahora sé que estás conmigo por mi cuerpo —bromeé.
—¡Oye! —se irguió de repente y pronto la apreté de nuevo contra mi costado, volviéndola a su lugar.
—Era una broma —susurré en su oído, sentí que la piel de su cuello se erizaba y sonreí para mí mismo.
—Creo que es hora de dormir —determinó con seguridad. Reí por lo bajo.
—Ok —refunfuñé —, lo intentaré, hazlo tú también.
—Que duermas bien.
—De eso no hay duda —susurré.
Esa noche —gracias a la presencia de ____— no tuve sueños ni pesadillas y fue eso en parte lo que me ayudó a despertar con más tranquilidad.
Claro que tal tranquilidad se fue desvaneciendo conforme se acercaban las ocho de la mañana y la mente se aclaraba y los minutos desaparecían.
Mamá trataba de rellenar los vacíos hablando de las aventuras de Sara y de cómo la sentía como si fuera su hija al igual que a ____. Traté de escucharla la mayor parte del tiempo para recuperar la paz, pensar en otra cosa y reírme despreocupadamente solía servir, pero lo cierto era que me resultaba imposible.
Nunca había sido operado de nada, ni siquiera amígdalas o apéndice y en ese momento no se trataba de una cirugía menor. En eso no debía pensar tampoco.
Intenté no especular con la tercera opción para mí, ya que siendo la primera el recuperar la vista y la segunda perderla para siempre, la tercera era la peor de todas y —aunque posible— ni siquiera podía pronunciarla en mi cabeza. Nunca se sabía a qué alto riesgo uno podría enfrentarse en una intervención como aquella. Un mínimo error podría cambiarlo todo para mal.

"Luz de Media Noche" (Richard Camacho y Tú)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora