"Una nueva vida"

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  La luminosidad del día siguiente me despertó primero a mí a través de los rayos que entraban en todo su esplendor por el vidrio de la ventana, a un par de metros de nosotros y me dio la oportunidad de deleitarme un rato más con la tierna imagen de la bella durmiente que aún yacía en mis brazos, con una sonrisa en los labios rosas y apetecibles. Los delineé con el pulgar suavemente, recordando su sabor la noche anterior y casi reí de lo rápido que mi novia había cambiado de opinión, de cómo podía pasar de la timidez a la lujuria con un par de besos.

____ dio los primeros signos de despertarse en el momento en que pensaba bajar a prepararle el desayuno. Sus ojos se abrieron con pereza hasta enfocar su mirada en mi rostro a centímetros del suyo.
—Buenos días, princesa —la saludé y le di un beso en la frente.
—Buenos días —respondió ella—, ¿cómo estás?
—Mm... déjame hacer memoria —simulé pensar acostándome de nuevo sobre la almohada—, pasé una de las mejores noches de mi vida, nada más y nada menos.
—Parece que coincidimos —susurró ella apoyando su mentón en mi hombro.
Se veía tan adorable incluso con el cabello revuelto y los ojos hinchados que no podía dejar de mirarla, me sentía como el ciego que veía la luz del sol por primera vez, sin la intención de ser irónico. Además, de que la luz le daba a su piel un brillo especial y a su sonrisa un destello en las comisuras de sus labios que pensé que sólo ocurría en la televisión con la ayuda de efectos especiales.
Mi estómago me puso en vergüenza cuando decidió exteriorizar que estaba vacío y que a esa hora debía de estar desayunando. Ambos reímos y nos vestimos apresuradamente para comenzar nuestro primer día juntos bajo el mismo techo... oficialmente.
Eran las nueve de la mañana cuando bajamos y mamá ya había partido hacia la librería desde hacía dos horas por lo que la cocina estuvo bajo nuestro control.
Tanto tiempo preparando desayunos con un sentido menos me ayudaba a prestarle media atención al agua para el café y media atención —y más importante tal vez— en observar a mi novia concentrada en dar vuelta los hotcakes con el labio inferior sobresaliendo y el ceño fruncido. Su imagen era de lo más cómica.
—¿Me acompañarás a buscar mis cosas a casa? —me preguntó antes de que le diera un pedazo de hotcake en la boca.
—Claro, amor, pero en taxi, no pienso conducir en un buen tiempo —hablé imaginando la última vez que me había subido a un coche como conductor.
Me estremecí.
—No hay problema —aceptó ella acariciándome el dorso de la mano, había notado mi remordimiento—. Mamá dijo anoche que Sara ha estado preguntando por ti.
Reí por lo bajo. Olvidaba que aún no conocía personalmente a mi familia política, por alguna razón ni Greg ni Gina aparecieron por el hospital luego de mi semana de observación. Supuse que ambos estaban muy ocupados y no los culpaba.
Imaginé a Sara —con la imagen que me había armado de ella— pidiéndole a sus padres que la llevaran a visitarme. Obviamente, un hospital y, sobre todo, verme cubierto de puntos, vendas y cables no era la mejor manera de recibir a una niña de siete años.
El viaje hacia las afueras de Stratford me lo pasé tomado de la mano de mi novia, en el asiento trasero de un taxi y pensando en la mejor manera de llevar a cabo cierto asunto que me mantenía soñando despierto. Lo tenía todo calculado, sólo esperaba que llegara el día siguiente para comenzar y no podía esperar. Incluso sentía un nudo en el pecho de sólo imaginar cómo podía terminar todo.
Le di un beso en la cima de la cabeza a la hermosa morocha a mi lado antes de pagar al chofer y encaminarnos hacia la humilde residencia de los Hadgen.
Ella tomó aire ostensiblemente cuando bajamos, parecía como si estuviera tan ansiosa como yo, con la diferencia de que yo me mantenía tranquilo en apariencia. Lo cierto era que no conocía físicamente a mis suegros y lo desconocido siempre asusta.
La propiedad se encontraba cercada por alambre entretejido plateado y un delicado caminito de guijarros azulados nos guiaba hacia la puerta de despintado roble. Una larga maseta de geranios violetas decoraba la ventana frontal que del lado de adentro tenía colgadas blancas cortinas de puntilla.
____ abrió la puerta y se giró hacia mí con los ojos brillantes de entusiasmo.
—¿Listo? —me preguntó. Le di un beso en la mejilla.
—Lo estoy.
—¡¡¿Mamá?!! —llamó mientras yo cerraba la puerta a nuestras espaldas y ella avanzaba por el pasillo que nos llevaba hacia el comedor a la izquierda y el living a la derecha.
Me quedé allí, balanceándome sobre mis talones en medio de las dos habitaciones mientras ____ buscaba a su madre.
—¡¿__?! —preguntó una vocecita aguda que reconocí.
Y una niña que no debía de llegarme a la cintura, de oscuro y brillante pelo negro, ojos verdes azulados y hoyuelos a ambos lados de una sonrisa que esa misma mañana había visto en un rostro muy parecido, hizo su aparición desde una puerta al fondo del comedor.
La niña —que llevaba una muñeca Barbie en las manos— se detuvo un segundo antes de correr hacia mí gritando mi nombre. Me agaché hasta ponerme a su altura y tomarla entre mis brazos.
—¡¡¡Rich!!! —me saludó y me dio, riendo, besos en las mejillas —. ¿Cómo estás? Mamá me dijo que estabas en el hospital y no me dejaban ir a verte.
—Estoy bien, estrellita, ¿y sabes qué? —ella negó con la cabeza—. Puedo verte, hermosa.
Sus ojitos se abrieron de par en par con el mismo brillo que los de su hermana, con ese aire infantil que parecía patrimonio de las Hagden.
—¿De verdad? —quiso saber incrédula. Asentí una vez.
Sara volvió a gritar al tiempo que me abrazaba. Fue cuando apareció quien supuse era el padre de _______, Greg, con una prematura calvicie en las entradas y expresión malhumorada.
—¡Oh, Richard! ¡Eres tú! —exclamó acercándose desde el mismo lugar del que había salido Sara hasta darme un apretón de manos afectuoso. Su expresión cambió completamente al verme tornándose, incluso, jocosa.
—Buenos días, Greg —le saludé.
Me invitó a sentarme y ocupé un lugar en el sillón de tres cuerpos a mitad del living con Sara sentada en mis piernas.
—Pensé que esta niña estaba delirando de nuevo contigo, ha estado fastidiando con que quería verte desde hace días —me explicó desparramándole el pelo a su hija menor. Ella rió avergonzada jugando con el cabello de su muñeca —. Y dinos, ¿somos como te lo imaginaste? —preguntó entre risas—, espero no me hayas hecho tan gordo y feo.
También reí.
—Lo cierto es que no, Greg, y lo bueno de todo esto es que descubrí que tengo mucha imaginación —dije riéndome, él me secundó.
—¡Mamá, no encuentro mi jean negro! —gritó ____ desde lo lejos. Greg meneó la cabeza en tono divertido.
—Así que te llevas a mi niña... —musitó apesadumbrado. Sentí que un sudor frío caía por mi nuca.
—No es mi intención... —comencé a decir. Greg levantó una mano para detenerme.
—No lo digo en mal plan, Rich, al contrario. Me parece genial, al menos tú podrás darle lo que nosotros no podemos —dijo con la vista perdida en un punto detrás de mí—, aquí le faltan muchas cosas y sé que contigo es feliz —de repente soltó una risita—. No la he visto sonreír de ese modo desde que tenía once y le hicimos una pequeña fiesta por su cumpleaños, no era mucho pero ella creía que tenía el Palacio de Buckingham a su disposición —volvió a reír—. Incluso hay veces que se la oye cantar en la ducha. Nunca lo había hecho.
Sonreí abiertamente, al menos no era el único loco que se ponía a cantar en el baño. Greg suspiró.
—La cuidarás, ¿cierto? —me preguntó esta vez serio.
—Más que a mí mismo —aseguré con el corazón en la mano.
—Eso basta —concluyó él y volvió a apretar mi mano.
—¿Richard? —habló una mujer de pelo negro y cara con forma de corazón asomándose desde otra de las puertas al fondo de un pasillo.
Ella debía de ser Gina, tan dulce y amorosa como sus hijas, con los ojos ligeramente achinados y un delantal a cuadrillé rosa atado a su cintura.
—Buenos días, Gina —la saludé poniéndome de pie y dejando a Sara sentada obedientemente en el sillón.
—Que gusto verte —dijo ella mirándome de pies a cabeza —. ¿Cómo te va con la nueva vida?
Me encogí de hombros.
—Bastante bien, sólo debo acostumbrarme a no usar el bastón y esas cosas. Por lo menos, ya soy un poco menos dependiente que antes —y reí por lo bajo.
—Me alegra, hijo —confesó mi suegra y esperé a que se sentara para unirme a ellos otra vez en el living—. ____ está tratando de meter todo su cuarto en dos maletas así que creo que va a tardar una eternidad —dijo con un suspiro.
—No digas eso, mamá —escuché la voz de _______ llegando desde el fondo. Me giré y la vi arrastrando dos enormes maletas. Me apresuré a ayudarla.
—¡Vaya! Si es todo tu cuarto —exageré al alzar uno de sus bultos.
—¿Tú también? —me regañó __ con los ojos entrecerrados. Todos reímos.
Mi familia política me invitó a almorzar con ellos y teniendo en cuenta que mamá tenía el turno doble de los lunes en la librería, acepté gustoso.
Sara contó que estaba emocionada de volver a la escuela, con sus compañeritos mientras Greg y yo coordinábamos compartir los eventos de basquetbol más próximos y Gina le daba instrucciones a ____ acerca convivencia cuando pensaba que no las oía.
____ reía a la par de su mamá con las ocurrencias de la hija menor de los Hadgen, quiso mudarse con nosotros al enterarse que su hermana viviría en casa. Terminamos prometiéndole alguna que otra noche de pijamas.
—Creo que nosotros nos vamos, familia —habló ____ tomándome una mano.
—Claro, hija —admitió Greg—, deben de tener mucho que hacer.
__ y yo intercambiamos un par de miradas cómplices y ella casi se atragantó con su propia respiración. Al parecer pensaba lo mismo que yo. Oculté una sonrisa.
Estuvimos en casa media hora después, deshaciendo las maletas de ____ que cargué escaleras arriba tratando de imaginar qué carajo había en ellas para que pesaran tanto. Tal vez llevaba a Sara de contrabando.
Estrellita no estaba adentro y respiré aliviado pues sin querer había chocado una pared con la maleta. En su lugar, había toneladas de ropa que formaron un montículo importante sobre la cama. Me quedé fascinado al ver a ____ intentando meter todo aquello en los cajones y el pedazo de clóset que le había dejado, desde mi cómoda posición en el espacio donde no había ropa de la cama.
Faltaba tan poco para saber qué tanto tiempo pasaría con ella y mi corazón se aceleraba ante la perspectiva.
¿Hasta que la muerte nos separe?
No podía esperar para comenzar una nueva vida junto a mi ____.  

"Luz de Media Noche" (Richard Camacho y Tú)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora