Zarah era una sonrisa honesta.
Aris nunca sonreía.
Zarah era de colores.
Aris era blanco y negro.
Zarah nunca pensó que conocería a alguien como Aris.
Aris nunca pensó que se enamoraría de alguien como Zarah.
Un campamento.
Un amor fugaz.
Un...
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Dolió.
Simplemente dolió como los mil infiernos volver a Nueva York sin Liam, después de haber estado tan cerca.
Tan cerca de recuperar nuestras vidas.
Mi vida.
Cuando llegué a la mansión después del largo viaje, subí a mi habitación, o más bien a la que fue de Liam, y me lavé el rostro para quitar todo rastro de cansancio. Me miré en el cristal mucho tiempo, que reflejaba a una Ziel rota, una Ziel de la que no estaba orgullosa y de la que quería deshacerme.
Débil.
Me había vuelto débil por el amor de Liam Williams.
No pude evitar odiarme más en aquel momento, desolada y patética, una sombra de la mujer valiente en la que tanto me había esforzado en convertirme.
Destruida.
Liam me había destruido 2 veces: la primera cuando se fue, la segunda cuando rechazo volver.
-Das asco- le dije a mi reflejo sintiéndolo realmente. Me había dejado pisotear por algo tan estupido como el amor, pero ya me había hartado.
No lo permitiría.
No permitiría seguir errante por allí, perdida en un amor que había desaparecido y que no deseaba ser encontrado. Había llegado al borde y sin importar cuanto costara, me aseguraría de borrar a Liam Williams de mi mente y de mi corazón.
Llamé a Charlotte para pedirle que organizara una reunión de emergencia con el equipo elite para el día siguiente. Sabía que los chicos querían saber si había hallado a Liam, pero no les diría la verdad. Les diría que no había visto a Liam porque después de todo, no había visto al Liam que todos conocíamos, había visto a un Liam diferente, uno roto y perdido.
Me tiré en mi cama y cerré los ojos unos segundos, pero fueron rápidamente abiertos por el sonido de mi celular.
Era de un hospital.
-¿Hablo con la señorita Ziel Castellan?- preguntó delicadamente una mujer.
-Ella misma- respondí preocupándome.
-Necesito que por favor venga, es sobre la paciente Miranda Gardes.-
No tuvo que decir más para que saliera de la casa corriendo y me dirigiera al hospital central de Nueva York.
-¿Dónde está?-le pregunté a la recepcionista una vez llegué y me presenté.
Un silencio fue su respuesta y supe inmediatamente. El silencio siempre está presente cuando la muerte llega.
Retrocedí unos pasos esforzándome por analizar lo que acababa de ocurrir.
Miranda Gardes, mi madre biológica, había muerto y yo ni siquiera había estado allí.
