Black Crown [Finalizada]

Capítulo 19: Prisionero

Cuando Christopher era niño siempre había creído en lo sobrenatural. A la simple edad de seis años, él manifestaba su anhelante ideal de ver un hada y pedir un deseo, conocer un duende y que este se volviera su amigo o hasta aprender algún hechizo con una bruja. Aunque, por supuesto, cualquier adulto que escuchase sus palabras sonreiría con dulzura ante tan inocente sueño.

Al crecer las cosas se dieron de otra forma, al madurar aprendes a relacionar y encerrar lo sobrenatural en la ficción. Los seres fantásticos en los que creías de pequeño se vuelven solo un cuento, un mito, una leyenda. Y guardamos ese lado nuestro aficionándonos a ello de otra forma, escapando de la realidad a través de una película, un videojuego, un libro, un poema o hasta una canción.

Chris había encontrado su salida a través de la literatura en los primeros años de su adolescencia. Los libros lo transportaban a mundos lejanos, utópicos, con seres inexistentes, héroes y villanos. Contaban historias en los que los protagonistas dejaban su vida normal y se adentraban en aventuras totalmente opuestas a lo cotidiano. Su niño interior salía a la luz cuando leía cada párrafo plasmado en aquellas hojas, las cuales parecían no terminar nunca y una parte de él deseaba que todo aquello fuera cierto.

El conocer a Azazel fue como un golpe directo en la cara. El pelirrojo sentía inestabilidad cada vez que recordaba aquel momento en el que el contrario apareció en su cuarto en medio de la noche, cuando descubrió que era un demonio y que todo aquello que estaba pasando era real. La confusión era un sentimiento usual en su existencia desde que el joven de ojos cristalinos había aparecido en su vida. El sentirse perdido, algo usual, el temor, una costumbre.

De repente todo aquello en lo que había creído se volvía una mentira y todo lo que parecía una mentira se volvía verdad. Los demonios existían, la magia negra también, el infierno, Dios, Lucifer, el bien y el mal. Todo, absolutamente todo, era cierto.

Chris había escuchado acerca de los demonios, obviamente se había cruzado con una que otra película de horror en su vida en la que hablaban sobre ellos. Sobre como poseían a la gente, los espantaban y arruinaban sus vidas. Eran conocidos como seres de pura maldad, que solo buscaban obtener tu alma y descartar tu cuerpo. En algún momento tuvo miedo al oír de ellos, en algún momento cerró sus ojos en medio de la noche repitiéndose una y otra vez "No es real", en algún momento se sintió idiota por haberse atemorizado. Y en algún momento uno de ellos cambió su vida para siempre.

— ¡Azazel!—Los ojos de Christopher se abrieron de par en par y su cuerpo se movió hasta dejarlo sentado sobre la superficie en la que se encontraba. Sus piernas extendidas. Llevó una mano a su pecho intentando controlar su respiración, su corazón latía con velocidad.

Un poco de aire se deslizó fuera de sus labios y tragó saliva intentando enfocar su mirar en medio de la penumbra en la que se hallaba. La poca luminosidad le estaba complicando las cosas y el temor estaba poseyéndolo lentamente.

Giró su cabeza a un lado y luego al otro. Movió su cuerpo y un pequeño tintineo llamó su atención, volvió a emitir la misma acción, el sonido volvió a escucharse. Sus manos, sus pies, estaban encadenadas al suelo.

—No. —Se dijo para sí mismo tironeando de aquellos metales buscando libertad. Se arrastró por el suelo con brío hasta donde pudo, pero sus ataduras no le permitieron avanzar mucho más que eso. —No está sucediendo, por favor, dime que no está sucediendo.

—Oh sí, está sucediendo.

Una voz. Una voz gruesa se escuchó desde el otro lado del lugar.

Christopher abrió sus orbes de par en par un segundo antes de que una luz iluminara el centro del cuarto, dejando en la oscuridad los extremos de este. La misma se encargó de mostrarle al pelirrojo la habitación en la que se encontraba. Completamente vacía, con paredes pulcras, pisos de cerámica gris, sin ventanas. Solo una entrada.