Capítulo 3

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III

Se levantó, cansada y angustiada pues no había podido volver a conciliar el sueño. Su pesadilla tan real aun pesaba en su subconsciente, la voz de esa mujer martilleaba su cabeza, la horrible amenaza de volver a encontrarla en sus sueños profundos.

Preparó café para afrontar el duro día que se avecinaba, debía estudiar, leer y redactar su tesis a pesar de que no tenía ganas de sumergirse más en los infiernos, no después de haber soñado con ellos tan vívidamente.

Tras pasar horas inútiles ante los libros, sin poder concentrarse, sin poder apartar de su mente los ojos oscuros y rojizos de esa mujer diabólica decidió investigar quién podía ser esa mujer, qué podía querer de ella y por qué.

Todo fue inútil, por mucho que buscó en sus libros las respuestas, no encontró nada que pudiese aliviar su necesidad de saber quién estaba detrás de su alma. Había perdido la razón, ella siempre fue una incrédula y jamás pensó que las imágenes de sus libros podían ser ciertas. Razón y terror se encontraron de frente llevándola a un lamentable estado de histeria y así fue como Begoña la encontró.

-¿Qué haces Inés? Tienes mala cara.

-¿Crees en el diablo Bego?

-Creo que has leído demasiado, debes descansar de tu trabajo Inés, vayamos a tomar algo con Xavi y te olvidas de tanto demonio y tanto infierno.

-No quiero ver a Xavi, quiero descubrir por qué he soñado con el infierno y con esa mujer.

-Yo te digo el porqué, estás obsesionada con el tema y te está pasando factura, descansa unas horas y verás como esta noche duermes mejor.

Haciendo caso a su amiga, se vistió y salió con ella. La ciudad al atardecer estaba hermosa, la cantidad de colores que podían arremolinarse a su alrededor llegaban a fascinarla. Solo ella se fijaba en esas nimiedades, y eso le hacía sonreír con ganas. Intentando desprenderse de los escalofríos que invadían de vez en cuando su espalda. Disfrutó de su juventud sin percibir que un demonio la estaba acechando, una mujer que llevaba siglos muerta la estaba observando con semblante confuso, intentando encontrar en sus recuerdos difusos dónde había visto antes a esa mujer, pues le resultaba demasiado familiar. Tanto que no fue capaz de seguir con su tortura la noche anterior y la precipitó a la consciencia.

Sabiendo que conscientemente jamás podría verla, no se apartó de su lado en todo el día, a pesar de que la línea invisible que separaba sus mundos hacía imposible que pudiese observar con detenimiento sus gestos, su rostro. Estos estaban distorsionados a sus ojos como si los viera a través de un cristal opaco. Su voz le llegaba distorsionada, igual que su risa y todo cuanto provenía de ella. Solo en sus sueños podía verla y oírla sin esa barrera, a pesar de que no podía tocarla ni hacerle daño alguno, no físicamente pues estaban en mundos distintos, jamás compartirían el mismo suelo.

Un murmullo parecido al latir de un corazón muerto desde hacía demasiado, resonaba en su pecho al estar cerca de esa mortal. Tantas almas llevaba en sus manos, tanto dolor a sus espaldas trabajando para Satán y nunca había sentido nada. Su alma era oscura y su corazón estaba muerto, no podía sentir y aun así estaba completamente perdida y todo cuanto tenía Inés Arrimadas la arrastraba hacia ella como un potente imán, no podía entenderlo pero tampoco lo pretendía. Simplemente no se separó de ella pues por primera vez en siglos podía sentir algo ajeno al dolor, algo que aun no comprendía.

***

Cuando llegó la noche, a Inés le pesaban las pocas horas de sueño, estaba visiblemente agotada y algo asustada pues no quería tener nuevamente pesadillas. A pesar de todo y casi por obligación, ya que Begoña la amenazó con quemarle todos sus libros si no se iba a dormir, se acostó en su cama y, por primera vez en toda su vida, rezó buscando espantar al demonio que torturaba su sueño.

El cansancio se hizo dueño de ella y rápidamente cayó en un sueño profundo, sueño que poco a poco se fue llenando de fuego y cenizas.

Ella había vuelto, tal y cómo le había prometido se había colado nuevamente en su cabeza, provocando las llamas heladas que la aterraban y congelando su aliento. Todo su cuerpo temblaba de horror pues ya no creía que fuese solo un sueño, no después de ver que se repetía, casi idéntico al primero, mismas llamas, misma sensación helada y el terror anclado a sus huesos.

Esa mujer, el demonio que la torturaba, sus ojos cargados de dolor, oscuros como la noche y rojizos como las llamas que ardían en su oscura alma, sus ojos se la quedaron mirando y su rostro reflejaba angustia e incógnita.

Como la noche anterior se fue acercando a ella, lentamente, como flotando entre las llamas que envolvían su cuerpo sin dañarla. A medida que se fue acercando, ella estaba más asustada. Observó con ansia obsesiva el rostro de esa mujer, cada pequeño detalle pues necesitaba saber quién era. Apartó la vista de sus ojos al no poder soportar el horror que estos le transmitían, se fijó en su rostro congelado en una expresión de tristeza, una expresión que marcaba la eternidad penando en el infierno. Contempló su piel casi translucida, parecía esculpida por el mejor de los maestros, era bellísima y aun así le provocaba tal pánico que no era capaz de moverse o pronunciar palabra.

Cuando estuvo a su altura, acercó su mano a su rostro más no pudo tocarla, solo sintió el frío que ese ser desprendía. Aliviada y sintiéndose a salvo al ver que ella no podía tocarla, alzó la vista y se encontró nuevamente con sus ojos demoníacos, en ellos pudo ver el inicio de una lágrima que no llegó a caer por su mejilla.

La curiosidad era grande y el deseo de saber qué había provocado dicha reacción en esa mujer invadía su alma y la apretaba, mas el pánico mantuvo su silencio y simplemente volvió a agachar la mirada. Esperando poder despertarse pues más que miedo ahora solo podía sentir confusión. De pronto ella habló, y volvió a dejarla confundida y helada.

-Mírame Inés, mírame a los ojos.

-No, vete por favor, déjame.

-Mírame, quiero ver tus ojos.

-¿Quién eres?

-No soy nadie y soy todo a la vez, estoy muerta mas vivo en tus sueños, alza la mirada Inés, permite que mire tus ojos.

-Solo si me dices tu nombre.

-Me llamaba Irene, ahora ya no tengo nombre.

Se reunió de coraje y alzó la mirada hacia ese ser, Irene era un nombre hermoso. Clavó su mirada castaña en los rojizos ojos del demonio durante un breve instante.

Irene se quedó helada, no se había equivocado, conocía a esa mujer pero la conocía con otro nombre, la conocía de otra época, de otro lugar. Sus ojos eran los mismos, tenía la misma mirada, los mismos rasgos perfectos.

Entendió de pronto porqué se sintió así a su lado y el pánico se apoderó de su oscura alma. Ella no podría hacerle daño jamás y lo sabía.

-Despierta.

-¿Qué?

-Es hora de despertar.

Empujándola nuevamente a la consciencia y apartándola de ella, se quedó sola en su mundo de fuego y oscuridad, con lágrimas en los ojos. Inés tenía que entender, ella iba a ayudarla a entender quién era, y después se marcharía.

La castaña despertó sobresaltada, su sueño había sido nítido y vivido pero esta vez no la había aterrado sino confundido como nunca antes en su vida.

Despertó y buscó a la mujer oscura por todos lados, al no verla se sintió vacía y perdida sin saber por qué.

Se levantó y se puso a trabajar en silencio pues no quería volver a dormir. En su mente se repetía el mismo pensamiento como una cantinela.

-Irene, seas quién seas descubriré qué te pasó, descubriré qué te condujo al infierno.

Continuará...

Un alma oscuraWhere stories live. Discover now