Capítulo 10

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X

Se había dormido llorando, con los brazos de su amiga arropándola, cuidándola. Al ver que se había sumido en un sueño profundo, Begoña analizó la situación, analizó todo lo que Inés le había contado en medio de su incesante llanto.

No tenía ni pies ni cabeza, era un imposible. Inés había generado una obsesión por alguien inexistente, una obsesión que la llevó a la locura y necesitaba tratamiento.

Sin duda el hecho que precipitó la idea de llevarla a un profesional cuanto antes fue el relato de la castaña, el saber que estuvo a punto de quitarse la vida, que su locura había llegado a esos extremos.

Con cuidado cogió el cuaderno donde Inés había recogido sus sueños y decidió esconderlo hasta que esta recuperase la cordura. No quiso leerlo, era íntimo, era el camino de su amiga hacia el delirio. Lo escondió y decidió que no se hablaría más del asunto, decidió que Inés dejaría de estudiar durante un tiempo cualquier tema que contuviera la palabra infierno.

Iba a sacar a su hermana del limbo donde ella misma se había metido, iba a hacerle olvidar el horror que solo vivía en su cabeza, no iba a dejarla sola.

Fueron pasando los meses, mientras Inés iba a terapia cada día más convencida de que su delirio era auto infligido, que Irene no existía y solo había sido una imagen de su mente, una imagen creada para explicar el vacío que siempre había sentido en su alma.

El psiquiatra analizó su mente y creyó que ese estado de locura se debía a la falta que había tenido toda la vida de figuras paternales, al trauma que arrastraba desde muy pequeña a pesar de que no lo recordaba.

Pasó el tiempo y poco a poco Inés fue olvidando las facciones de Irene, fue olvidando todo lo que vivió con ella, bloqueándolo en un rincón de su mente sin reparar en dichos recuerdos.

Volvió a su vida normal, sonreía sinceramente, estudiaba como antes, sin pesadillas que atormentasen sus sueños. Irene era solo un eco en su mente, quizás un mero escalofrío se la recordaba durante un instante, para volver a desterrarla al limbo de sus recuerdos reprimidos. No quería seguir llorando por algo que jamás había existido.

Hasta que llegó el día en que la había olvidado por completo, llegó el día en el que su nombre ya no evocaba su imagen, llegó el día en que olvidó que una vez la había conocido, olvidó que la había amado. La olvidó sin dejar rastro de su paso por su vida.

Terminó su tesis, siendo la mejor de su promoción, se graduó con honores y empezó a trabajar para Belle French, hecho que la llenó de alegría, siguió su vida y fue feliz sin prestar atención al vacío de su alma, sin tener en su mente un solo recuerdo de ese demonio que le enseñó que el amor trascendía la muerte, rompía las normas de lo establecido y no entendía de tiempo o barreras.

***

La luz inundaba cada poro de su piel. Sus ojos cerrados los sentía abrasados por tanta luminosidad. Tantos siglos morando en las tinieblas habían hecho que Irene olvidase lo que era ser bañada por la luz.

Abrió los ojos lentamente, quedando ciega durante un instante, mientras intentaba acostumbrarse a la blancura de esa habitación. Parpadeó varias veces y se enderezó, reconociéndose e intentando descubrir dónde se hallaba.

Sus habituales ropajes oscuros habían sido sustituidos por una túnica clásica y blanca, su cabello estaba suelto y rebelde sobre su espalda, su rostro era el reflejo de la pureza de su juventud, volvía ser en gran parte la niña que fue antes de saltar desde esa torre.

Intentaba descubrir qué había pasado pues su último recuerdo era despedirse de su amor, esperaba que su sacrificio hubiese sido suficiente y que Inés estuviese bien.

Observó con atención la estancia, no podía reconocerla, quizás estaba en la inexistencia, eternamente en la nada mas no le importó, no si ese acto había liberado el alma de su amada de las garras de Satán.

De pronto ante ella aparecieron unas formas que no lograba distinguir. Estas se fueron acercando y poco a poco fueron formando siluetas, quizás otras almas como ella, destinadas a ese lugar extraño. Cuando estuvieron ante ella su rostro se tornó en sorpresa y cayó de rodillas sin poder evitarlo al reconocer quién estaba ante ella.

Eran los ángeles encargados del juicio, los mismos que la habían condenado hacía ya demasiado tiempo. Si estaba ante ellos solo quería decir una cosa y era que sus actos tendrían consecuencias. Había roto todas las reglas sagradas, y su castigo tenía que ir acorde con ese hecho. Era un castigo que estaba dispuesta a asumir.

-Irene, estás aquí porque escapaste del infierno sin consentimiento, porque rompiste la barrera de la muerte y lograste interferir en las acciones de una mortal. Estás aquí para recibir un nuevo juicio.

-Lo sé, sé lo que hice y acepto mi destino, mas no me arrepiento de mis actos, esta vez no.

-A pesar del dolor que te supuso acercarte a ella, a pesar de que sabías que entregabas mucho más que tu alma, te sacrificaste por amor cuando un demonio no tiene la capacidad de amar. ¿Te das cuenta de que has roto toda ley establecida?

-Sí, me doy cuenta de la magnitud de mi falta, aceptare el juicio sin ningún reparo.

-Sacrificaste tu alma por amor a una mortal, el veredicto de este juicio es una segunda oportunidad. Volverás a la tierra, a la vida, igual que Danielle volvió. Mas tiene un precio, olvidarás tu vida anterior y olvidarás que estuviste en el infierno.

-Pero… eso quiere decir…

-Exacto, olvidarás que amaste a Danielle, olvidarás que conociste a Inés. ¿Lo aceptas?

Suspiró pues sabía que aunque su mente la olvidara en su alma siempre estaría grabada. Ella la había encontrado incluso más allá de la muerte, volvería a hacerlo en la vida. Estaba convencida.

-Acepto.

Cinco años más tarde

Inés salía de la facultad, bastante cansada pues el día había sido duro. Decidió escaparse al parque a pasear, a mirar las pinturas de los artistas callejeros, a deleitarse con los colores del otoño y a intentar no pensar en el vacío de su pecho.

Era feliz, su trabajo le llenaba, su mejor amiga por fin había encontrado el amor así que vivía sola con sus libros. Feliz y vacía, que ironía era la vida.

Paseo sin rumbo prestando atención a detalles insignificantes cuando sus ojos se posaron sobre un dibujo, no muy grande pero revelador. Era un dibujo del infierno de Dante, su obsesión desde hacía años.

Se acercó a mirarlo con ansia, enfadada por no poseer dinero para comprarlo y buscando al artista o vendedor para pedirle que se lo guardara sin encontrar a nadie.

De pronto una voz a su espalda la sobresaltó enormemente y se giró para ver quién le había dado semejante susto.

-Dante, cualquiera diría que vio realmente cómo era el infierno.

-¿Te gusta Dante?

-Claro que sí, sino no habría pintado eso, he visto que te lo has quedado mirando.

-Soy experta en el infierno, me encanta tu obra quisiera comprarla ¿Me la guardas? Ahora no llevo encima dinero.

-Si tanto te gusta te la regalo.

-No me parece apropiado, quiero pagártela, por favor guárdala y mañana vengo.

-Tengo hambre.

-¿Perdón?

-Que tengo hambre, me invitas a comer y el cuadro es tuyo.

Inés sintió de pronto ganas de echarse a reír ante lo espontánea que fue esa petición, miró fijamente a la pintora, sus ojos pardos le parecían vagamente familiares aunque no recordaba haberla visto nunca.

-¿Pizza?

-Pizza es perfecto.

-Me llamo Inés Arrimadas, por cierto.

-Yo soy Irene, Irene Montero.

Continuará...

Un alma oscuraOnde histórias criam vida. Descubra agora