Capítulo 6

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VI

Tras todo el día con Irene en su cabeza, con la historia inconclusa de esa mujer que le robaba el sentido, pasó horas sentada en el suelo de su habitación, observando el retrato que hizo la noche anterior, el retrato de una mujer que llevaba muerta siglos y aun así se colaba en su mente y jugaba con los latidos de su corazón.

Se vio a sí misma imaginando el suave olor de su perfume cuando estaba viva, el sonido de su risa, incluso soñó despierta con el sabor de sus labios sin llegar a entender por qué llamaba tanto su atención, por qué no podía dejar de pensar en ella y cada vez que lo hacía se disparaban los latidos de su corazón.

Hablar de todo ese asunto con su profesora, le había ayudado a entender que no estaba loca, que sus sueños eran reales y ella no estaba perdiendo el juicio. Aun le costaba creerlo pues su escepticismo era fuerte y estaba bastante arraigado a sus ideales. Si en lugar de ella fuese cualquier otra persona quién sufriese los tormentos del demonio jamás la hubiese creído, a pesar de estar obsesionada con el infierno.

Siempre supuso que su obsesión por ese lugar se debía a la temprana muerte de sus padres en aquel incendio que ella no recordaba, las llamas y el fuego la aterraban desde que tenía uso de razón y a la vez la fascinaban, a pesar de que su obsesión mal sana con el hogar del diablo se sostenía por Dante y su Divina Comedia, donde el infierno era gélido y habitado por una serpiente llamada Satán.

Sabía que debía ser valiente y seguir el consejo de la señora French, dejar que fuese Irene quien guiase los encuentros, no perder la cabeza ni la fe en sí misma, no dejarse arrastrar por la morena a pesar de morir de miedo, mantenerse firme y fuerte, solo así podría ayudarla y ayudarse a sí misma pues no todas las almas conseguían escapar de la lista del diablo.

Ya se había acostumbrado a la mezcla de miedo, curiosidad, obsesión y necesidad que sentía cada vez que se acostaba para dormir. La idea de ver nuevamente a Irene le provocaba sentimientos encontrados, confusos y completamente desquiciados, mas por encima de todo imperaba la necesidad ardiente que tenía de volver a verla, sabiendo que el pánico le impediría razonar en ese mismo instante. Tan contradictorio como su corazón luchando con su mente racional. Su pecho le gritaba su suerte, ella misma podía ver con sus propios ojos a un esbirro de Satán, material inédito para su tesis mientras su razón seguía martilleando cada rincón de su cabeza, susurrándole que nada era real, que todo eran sueños.

Dejó el cuaderno sobre la mesita de noche, con el bolígrafo cerca, para anotar todo cuanto viese nada más despertar y se acurrucó bajo las mantas suspirando. No tardó en quedarse dormida.

***

Manteniendo los ojos cerrados, intentando descifrar con el resto de sus sentidos dónde se encontraba pues no quería volver a las llamas. Su rostro reflejaba miedo y curiosidad, incluso se le adivinó una sonrisa cuando notó el familiar escalofrío sobre su espalda, señal inequívoca de que Irene estaba con ella. Su voz imponente resonó en sus oídos, esa voz habría podido enloquecer al más sabio de los hombres y aun así Inés la había echado de menos.

-Abre los ojos, necesitas ver.

Mantuvo los ojos cerrados, pues necesitaba un momento para poner en orden todos sus pensamientos.

-¿Qué veré si los abro? ¿Te veré a ti?

-Verás el ser humano que fui, hace mucho tiempo.

-¿Me veré a mí?

-Tú eres ella, mas no lo eres, ella es el pasado, un pasado lejano y olvidado, un pasado que debes conocer.

Abrió los ojos y se dio cuenta de que no estaban en el prado de su último sueño, tampoco estaban en la habitación en llamas. Ante ellas se levantaba una aldea medieval, con todo su bullicio y esplendor. Entre la multitud destacaba a sus ojos una muchacha, en seguida la reconoció como  Irene. Se fijó en ella mejor pues la conmoción de la noche anterior no le había permitido reparar en detalles. Debía tener no más de dieciocho años, su porte era real, se notaba que había nacido en buena familia y aun así sus gestos eran gentiles y no parecía tener soberbia. No iba vestida con trajes costosos, parecía querer pasar desapercibida entre la multitud y lo estaba consiguiendo. Buscaba con la mirada algo o a alguien, no se sabía bien el qué. Sus ojos eran del color del caramelo y su piel parecía suave, frágil, como si fuese porcelana, su cabello oscuro caía suelto sobre su espalda, como una cascada de rizos del color de la noche y su sonrisa era sin duda esplendida, blanca y perfecta, coronada por unos labios rojos como la sangre.

Un alma oscuraWhere stories live. Discover now