Mañanas de Primavera

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Era una mañana de primavera

El rocío se encontraba fresco sobre las plantas y ese olor a tierra humeda era una de las cosas más placenteras y sencillas de las que podía disfrutar ese día que recien empezaba. El sol no pasaba los techos de las casas del vecindario aún y una brisa fría hacía que pequeños escalofríos recorrieran mi espalda mientras andaba en mi bicicleta.

Unos giros a la izquierda y unos cuantos más a la derecha, unas cuantas sonrisas para los que salían a correr a esas horas, y ya me encontraba frente a la entrada de mi destino. Recorrer un sembradío de caña con una bicicleta de montañan puede ser una aventura completa, si es que tienes una mente abierta y la naturaleza apremia con una mañana tan hermosa como aquella. Las cañas de azúcar se alzaban, al menos, unos dos metros y sus delgadas, verdes y filosas hojas adornaban el camino por el que rodaba y pedaleaba.

Una sonrisa inesperada brotaba de mis labios, ensanchándose conforme avanzaba y aumentaba la velocidad. Esquivar hojas que pueden hacer cortes superficiales nunca había sido una actividad tan divertida, la tierra mojada hacía resbalar las llantas del vehículo y esto incrementaba la dificultad. Pronto la sonrisa se volvió una carcajada llena de vida, al igual que las flores primaverales que podía observar al bajar el ritmo.

Sin notar lo mucho que había estado andando noté unos cuantos cedros y pinos a mi alrededor. Ese olor a ciprés, a aire puro y las ardillas en los árboles recolectando bellotas hicieron que redujera el paso al mínimo. No es muy usual el encontrarse con semejante belleza y armonía en estos tiempos. Unos instantes ahí me hicieron pensar en el poco cuidado que las personas le prestan a sus alrededores, no muchos debían conocer ese lugar. Observar como una ladera intercalada con árboles y casas se complementaba tan bien, sólo una conclusión puede ser la correcta. Convivir con la naturaleza es posible.

Reanudé la marcha y pasados unos cuantos minutos llegué a un río, fue toda una aventura cruzarlo en mi vehículo de dos ruedas. Una pequeña cascada se podía ver desde el centro del río y, sin pensarlo, fui a disfrutar de un rápido chapuzón y del golpe del agua en mi espalda.

Sin olvidar la ruta de este lugar emprendí por última vez el viaje, decidido a llegar a mi destino. El sol se encontraba casi en el centro del celeste lienzo, cubierto de algodónes blancos y gigantes que generaban una recomfortable sombra. Al salir a la calle nuevamente y andar un par de kilómetros podía ver una casa al final del camino luego de dar unos giros sin recordar el camino correcto; la persona que había decidido visitar se encontraba ahí. Nunca cruzó por mi mente la posibilidad de que no estuviera en casa, pero de eso se trata ¿no?

Toqué la puerta sin dedicarle mucho pensamiento y esperé unos segundos. No se escuchaba nada dentro. Llené una botella con agua y me dije que debía haber llamado antes. Decidido a volver al camino monté la bicicleta y al impulsarme con el pie derecho, una voz se alzó detrás de mi.

Una sonrisa que mostraba todos mis dientes delataba mi satisfacción y al girar el vehículo pensé que todas las anventuras tienen un final inesperado, de una u otra manera.

A pesar de toda la aventura, era una mañana de primavera como cualquier otra.

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