Prólogo

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Marzo, 1943:

El bullicio y los vestidos de satín me tapaban la visión, pero ahí estabas, en medio de la multitud junto a un Sargento dispuesto a marchar a Inglaterra por la mañana, la incomodidad se podía palpar en el ambiente alrededor tuyo.

Esa fue la última vez que te vi.

De cierto modo, me alegraba que lograras tu cometido. Más no estaba feliz de lo que aquello significaba, no eras más que un niño dispuesto a arriesgar su vida por miles cuando, quizás, eso sería solo un sacrificio que pasaría desapercibido por la historia.

En Nueva York todo era un caos.

Luego de tu partida, las cosas siguieron su curso natural, era casi como si nunca hubieses existido. Pero para mí sí lo hiciste, fuiste más real que todas esas personas que tenía a mi alrededor.

Los primeros días me preguntaba dónde estarías, a dónde te habían asignado, si volverías alguna vez. Eso, hasta que una tarde me encontré con un diario malgastado en medio de la calle: un hombre y el titulo más grande que alguna vez hubiese podido ver. Ese fue el día en que renaciste y te convertiste en el héroe que siempre soñaste ser. Y yo, en mi tormento, me alegraba.

Ahora no sé dónde estás. El rastro se perdió aquella tarde, hace dos semanas, cuando las hojas embarradas volaron por los aires junto al viento. Hoy camino por las calles de Nueva York pensando en que tal vez en unos días más te veré en un callejón, o yendo a comprar, o al cine.

Espero reencontrarte. Quizás saber a dónde te han asignado y enviarte esta carta, enviarte mis más profundos y sinceros pensamientos, lo que mi corazón siente y lo mucho que se atormenta por no saber lo que te sucede. ¿Eras tú? ¿Quizás una mala jugada y un tipeo no exacto que me hizo creer que lo eras? ¿Eres tú el héroe que todos estábamos esperando? ¿La esperanza que renace?

Desde Nueva York, con sincero pesar,

Matilde Blair.

Los ojos de Emily Blair vuelven a repasar las palabras que su abuela dejó plasmadas en su diario, uno viejo y malgastado, olvidado con viejos álbumes de fotos en un baúl en el sótano de la que, alguna vez, fue su casa. No posee nada más que un desgastado color rosado con una estrella rodeada de un circulo de color negro. Emily sabe que ha visto ese dibujo en algún lugar, solo que no puede recordar exactamente dónde.

Ella limpia las lágrimas que corren por sus mejillas con el sweater de cachemira gris que lleva puesto. Han pasado solo dos semanas desde que Matilde falleció y la nube negra de dolor sigue lloviendo sobre su familia.

Su testamente fue leído, precisamente, esa misma mañana en una fría oficina de uno de los buffet más prestigiosos de Nueva York y que, irónicamente, pertenece a uno de sus hijos.

"A Emily Blair, hija de Selma y Erick Blair, le dejo mi cámara fotográfica y todo lo que se encuentra en el sótano de mi casa en la calle 52 de Brooklyn, Nueva York."

Apenas esas palabras dejaron la boca de su tío, la castaña de ojos hazel no dudó en, una vez fuera de allí, dirigirse directamente hasta la que solía ser la casa de su abuela, la misma que ahora será vendida para dividir sus ganancias en partes iguales entre sus cuatro hijos; algo en lo que, por supuesto, Emily no está de acuerdo. Si fuese ella la que decidiera, no dejaría que nadie de su familia pusiera un pie ahí, porque todo lo que tocan lo destruyen, y no quiere eso para el legado de Matilde.

En ese sótano encontró joyas, ropa de sus años de juventud, fotografías que nunca antes había visto y, entre una infinidad de cosas más, un diario que lleva dentro suyo textos que fueron transformados en cartas que nunca fueron enviadas. Son treinta hojas, sin ninguna página en blanco, que Matilde Blair supo aprovechar.

Una vez que vio el contenido del diario, dio vueltas cada habitación buscando un segundo diario, quizás solo hojas sueltas que tuviera más de esas cartas, pero no encontró ningún rastro. Por eso, no duda en guardar el diario en su bolso marrón y esconderlo del mundo, de sus padres y esa familia que parece pensar más en el dinero que la reciente perdida. Es una parte de Matilde que no quiso que fuese expuesta y su nieta es la última persona que pensaría en exponer sus más profundos pensamientos, muchísimo menos con ellos.

En el momento exacto en que está cerrando el bolso, la voz de Selma Blair, su madre, llega desde las escaleras, escuchándose cada vez más cerca junto con el sonar de las tablas bajo sus pies.

-          ¿Emily? ¿Estás ahí? –Selma Blair aparece en el frío y oscuro sótano vistiendo un vestido negro, color que no la ha abandonado desde que recibieron la trágica noticia del fallecimiento. Desde entonces, ese ha sido su predilecto. En cambio, Emily, fiel a la costumbre de Matilde, no ha dejado que prendas de ese color toquen su cuerpo. La señora Blair decía que el color negro no era para el luto, que no quería que el día de su muerte lo vistiesen y que los quería alegres porque, en un futuro no muy lejano, ella volvería a estar con su familia; así que no había necesidad de guardar algo que, en unos días, desaparecería.

-          Aquí estoy. –Emily saluda a su madre con la mano y se voltea, dándole la espalda, para terminar de limpiar todo rastro de lágrimas y levantarse. –Estaba revisando las cosas que dejó la abuela.

-          ¿Encontraste algo que te gustara? –Pregunta, acercándose hasta donde se encuentra su hija con sus ojos ligeramente empañados.

-          Sí. –Ella la mira expectante. –Todo.

Selma primero solo observa a su hija, de pie en medio del frío lugar sin saber a dónde mirar para que ella no pueda notar el rastro que dejaron las lágrimas en sus mejillas, por supuesto una madre puede notar mucho más que eso con simplemente mirarla. Luego, nna risa emerge de lo más profundo de su ser que, pronto, es reemplazada por lágrimas rodando por su mejilla. Murmura un "lo siento" y se voltea para limpiarlas, cuando se voltea no hay señal de que haya estado llorando silenciosamente. Esa es Selma Blair, madre, esposa de un ex-militar, hija de Sargento, mujer que nunca se deja ver vulnerable. Para todo el mundo, ella es una roca y la mujer más fuerte que haya pisado la faz de la tierra, pero para Emily Blair, es solo una mujer que ha escondido sus sentimientos de todos temiendo ser burlada.

-          Deberíamos irnos a casa, quizás durante la semana podamos venir y elegir las cosas que te llevaras contigo, lo que sobre podemos subastarlo.

-          No quiero hacer eso.

-          Podemos ponernos de acuerdo en el auto. –Dice, caminando hacía las escaleras y saliendo de ese lugar lleno de recuerdos.

Su hija busca su bolso con rapidez y lo cruza por su cuerpo, dándole un último vistazo al lugar casi puede ver a su abuela guardando ese diario en lo más profundo de su baúl, olvidándose con ello de las cartas que nunca tuvo el valor de enviar.

war diary | capitán américa.Where stories live. Discover now