A Sangre Fría

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Y así, sin más, la asesinó

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Y así, sin más, la asesinó. Le clavó las dos dagas con una expresión inquebrantable. Implacable. A sangre fría. 

Ella lo miró perpleja. Agonizante. Incrédula. El hombre que supuestamente la amaba, hoy la condenaba de esa cruel manera. Y todo porque ella lo había rechazado. 

Él se marchó sin más. Dolido. Quitó sus dos dagas del cuerpo petrificado de ella y viró sin mirar atrás. Ella se lo buscó, ella lo había empujado a esa frialdad. No podía quejarse, y es que tampoco podía hacerlo ya. ¿Cuál había sido su delito? No amarlo, no ilusionarlo con algo que nunca será, bajarle la fiebre momentánea de querer dejar todo por ella, una mujer que nunca lo amó.

Y no lo soportó más. No soportó su indiferencia, sus miradas esquivas, esa chispa que desprendía e iluminaba a quienes sí dejaba entrar en su vida. No soportó conformarse con rozar furtivamente alguna parte de su cuerpo las pocas veces que ella se dignaba a reconocerlo. Cuando esas chispas que a veces él tenía oportunidad de sentir, encendían un fuego interior que tenía que ocultar ante la sociedad.

Porque su religión no se lo permitía. Y su esposa y su hijo lo necesitaban más que nunca.

Y él no podía dejarse abrasar por ese fuego que lo intentaba consumir, no podía tomar la mano de ella para simplemente calcinarse juntos. No podía, no.

Y por eso la asesinó. Le dijo «basta», se dijo a sí mismo «basta».

Todo había terminado.

Y al otro día regresó, ya saben. Los asesinos tienden a regresar al lugar de sus crímenes. Ella ya descansaba en la paz que había obtenido gratuitamente, o hablando mal y pronto: la que ligó sin comerla y sin beberla. Como sea, ya había alcanzado su paz eterna. Y él llegaba más tarde de lo habitual, con vestimenta ignífuga, ya no iba a permitirse volver a incendiar su interior y verse de nuevo en la obligación de asesinar nuevamente.

Y la vio. 

Radiante, con esas chispas que ya no lo alcanzaban. Tuvo que voltearse varias veces para verla. Ahora el perplejo y el que no sabía qué hacer ni cómo actuar, era él. Ella era la que ahora lo perseguía a él, porque ella siempre estaría ahí. Rondando a su alrededor, haciendo lo que mejor sabía hacer. Pavonearse delante de él, dejando esa estela multicolor de vida a su paso. Vivita y coleando. Íntegra. Divina. Inalcanzable. Como si él nunca la hubiera asesinado.

Iluso él, si en algún momento creyó que le haría daño de alguna manera. 

¿Daño? 

¡Já! 

Irrisorio es hacerle daño a alguien a quien no le importás en lo más mínimo. Irrisorio fue para él creer que todo había terminado luego de esa batalla a muerte en la que ella jamás movió un dedo para defenderse.

La única fantasía de todo esto, es que se armó una escena de crimen en donde la víctima y el victimario jamás supieron de qué eran parte. Víctima y victimario jamás se hablaron. Bueno... 

—¡Buen día!

—¡Buen día! ¿Cómo estás? 

—Bien, ¿y vos?

—Bien... 

Ella nunca supo que él la había arrancado de su mente a regañadientes, y ella... Ella solo quería un té. Nada más.

Yo, te quiero matar

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Yo, te quiero matar

Y no lo sabe nadie

No lo sabe nadie

Te quiero matar de amor

Y no lo sabe nadie, nadie

Nadie puede imaginárselo

Ahora ya saben de dónde salió este mini relato.

Ahora ya saben de dónde salió este mini relato

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Sueños y Pasteles de Manzana (El Blog hecho Wattpad)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora