✦ 1. Cristales ✦

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- ¡Julia!

- ¿¡Qué?!- se giró, enfrentándose cara a cara a su hermana pequeña. - ¿Qué coño quieres? Qué quieres que te diga, ¿eh? ¡Joder! - exclamó. Se llevó las manos a la cara y deseó que aquel día terminase de una puta vez.

Delante estaba Andrea, su hermana pequeña, o la que lo había sido hasta hace unos dos años, cuando todo empezó a ir cuesta abajo. Sabía que era una pesada, que podía joderle la vida a su hermana y que debería, por una vez, meterse en sus asuntos. Pero no iba a hacerlo. No después del desastre que su sobrina pequeña había llamado cariñosamente "habitación".

- ¿Qué estás haciendo con tu vida, Julia? – pregunto despacio, con cuidado, como si un tono más alto de voz rompiese el cristal fino sobre el que estaban situadas. Hasta entonces no había mirado a su hermana, pero levantó la mirada lentamente, para toparse con la fría expresión que reinaba la cara de Julia.

- ¿Y tú que coño crees que hago? ¡Pues vivir mi vida! – respondió la mayor, elevando el tono de voz cada vez que terminaba una frase de manera inconsciente, o conscientemente: Andrea ya no sabía identificar ninguna de las pautas que Julia seguía para actuar. – Estoy viviendo en la ciudad, criando a mi hija pequeña y trabajando en un curro desde que sale el puto sol hasta que se esconde para no hundirnos en la miseria. - gesticulaba, hacia grandes aspavientos con las manos para dar validez a sus palabras, aunque Andrea ni siquiera la estuviese mirando. En aquel momento lo hacía, pero a escondidas, con la cabeza agachada y los ojos levantados levemente hacia ella. – Hago con mi vida lo que una mujer de treinta y dos años debería hacer con la suya.

Andrea dudó. Dudó mucho. Aquello no era lo que una mujer normal de su edad haría. No era lo que esperaba que hiciese su hermana mayor. Su querida hermana mayor...

Sabía que aquella discusión no podía llegar a ninguna parte, pero Andrea no pudo evitar chillar cuando dos horas antes había decidido hacerles una visita sorpresa a su hermana y su sobrina y se encontró cristales rotos por el suelo de todo el apartamento. Primero lo descubrió allí, en el pequeño cuarto decorado con peluches rosas de Ingrid, su única sobrina. Pero no había visto los cristales en el suelo. Había visto a su sobrina jugar, sentada en su habitación, cuando un pequeño alarido de dolor salió de su boca. Se había cortado. Después de terminar de jugar y querer recoger sus muñecas, Ingrid se había clavado sin querer un cristal diminuto en la punta de su dedo índice. Y chilló, pero no lloró. Nunca, ni cuando Andrea corrió a ver qué había pasado ni cuando, con cuidado, le estaba curando el dedo con agua, desinfectante y una tirita. Ingrid, una niña de apenas seis años, había decidido no llorar, aunque el dolor punzante del cristal le hubiese recorrido el dedo desde el final hasta la punta. Y fue allí mismo, apoyada en la pared del baño mientras veía a su sobrina inspeccionarse el dedo ahora vendado, que Andrea tuvo que actuar.

Salió en busca de su hermana, la que estaba a punto de abrir la tercera cerveza de la tarde sin cerciorarse de que su hija estuviera bien. Al principio no elevó la voz, pues Ingrid estaba cerca y no quería que una niña tan pequeña tuviese que soportar discusiones de adultos. Aunque a esas alturas, Andrea ya no sabía las cosas que podían sorprender a su sobrina y las que no. Así que, después de saber que Ingrid había vuelto a su habitación a hacer algo, Andrea se giró despacio hacia su hermana. Como si un león estuviese a punto de atacar a la gacela que llevaba observando durante horas y que no quiere asustar para evitar que huya. Conectó sus ojos con los de su hermana quien, al notar el color oscuro de los iris de Andrea, supo que lo que venía no iba a ser de su gusto.

A las ocho de la tarde empezaron a discutir. Al principio como hermanas, escogiendo las palabras que iban a usar con cuidado para no herir de más a la otra. Pero Andrea, cada vez que escuchaba una excusa nueva salir de la boca de Julia, no podía contenerse. Así, poquito a poco, la charla fue evolucionando y pasó por diferentes etapas: una charla animada, una conversación en la que se lanzaban cuchillos por la espalda, una discusión, una disputa acalorada y, finalmente, la última fase en la que se encontraban enfrascadas ahora mismo: la pelea. Después de que una vecina hubiese acudido a su puerta para pedir cuidar a la niña durante unos minutos, ambas habían salido asqueadas del apartamento, queriendo hablar y no volver a ver a su hermana al mismo tiempo.

🍂Inktober 2019🍂Where stories live. Discover now