Epílogo: este es el camino

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Shōto siente el tibio aliento de Bakugō sobre su rostro. Hace tanto calor en la habitación que por primera vez desde que ambos se conocen el mitad pelirrojo tiene que soplar aire frío entre ellos. Y debe ser por eso que la piel pálida del rubio se tinta de rojo, especialmente las mejillas.

Cuando Bakugō se mantiene calmado y silencioso su belleza física le entrecorta el aliento. Incluso con semanas dedicadas a la observación de un espécimen como Bakugō se percata de cuán diferente es de lo que había creído. Sus ojos carmesíes se funden por un calor interno que no puede apagarse. Y al reflejarse en ellos Shōto siente que el mundo entero se consume en llamas.

Le es imposible poner en palabras lo dichoso que se siente al tener a Bakugō entre sus brazos. Especialmente cuando pensó que eso no sucedería. La existencia de Midoriya y Kirishima aun lo descolocan; aprecia a sus compañeros y amigos, de ello no tiene duda alguna, sin embargo envidia el tiempo que han pasado juntos, las facetas que él no ha visto. Lo mucho que desconoce del chico que está enamorado.

No obstante permanece en silencio, calla su incertidumbre porque cree que ese no es el momento adecuado. Bakugō no le ha dicho que puede quedarse en su habitación. Han estado en duermevela gran parte de la noche, intentando acostumbrarse al cuerpo ajeno.

Bakugō es quien lo pide. Es un chico que valora el contacto físico más que las palabras, lo que le va bien a Shōto; ninguno de los dos es bueno expresándose. Así que disfrutar el silencio parece lo más sensato.

Por eso Bakugō se deja hacer por la mano derecha de Shōto. Le pellizca las mejillas pese a la amenaza de que eso va a costarle caro; enreda sus dedos largos en las hebras rebeldes del más bajito aunque le congela sin querer un mechón —al menos no lo ha quemado—; le acaricia el cuello y desearía tocar con el dedo índice cada peca sobre los hombros del blondo. Aquello por supuesto no es posible. Mientras más lo acaricia más se agitan ambos.

La piel se les eriza al compás de sus respiraciones que van haciéndose profundas. Hay suspiros queditos que se escapan involuntarios de los labios de Shōto. Hay tanto oculto por la cobija que los separa (y los mantiene a salvo) que Shōto se muerde los labios y luego besa con suavidad al blondo.

El mechón congelado se va derritiendo y el agua resbala por la sien, Shōto sigue las gotas con el pulgar. El mismo que delinea los labios del rubio.

Bakugō asoma su lengua y lame el pulgar. Tiene un sabor curioso pero lo deja pasar. Sabe que necesita tocar a Shōto del mismo modo en que está siendo tocado. Maldita cobija. Jodido sudor explosivo. Y puto quirk de fuego. Es pocas palabras lo suficiente para explotar toda la habitación.

—Deberías irte —se contenta con decir Bakugō, la frase le queda integra y suena casi convincente.

—¿Quieres que me vaya? —Shōto tira de la cobija hacia abajo y expone las clavículas y los hombros por los que delira.

Hace el amago de acercarse para besarlos cuando las piernas de Bakugō se ponen en medio como una barrera.

—¡Joder, no! Pero estoy sudando como no tienes ni puta idea y ¡estás quemando mi maldita almohada!

El encanto se rompe con el hielo sobre la cama. Shōto tiene la gentileza de enfriar las extremidades de Bakugō (quien ha enrollado la cobija en su torso para ocultar su desnudes) y no vayas a tocarme de más, pervertido.

Shōto es echado de la habitación de Bakugō en la madrugada, se sigue sintiendo caliente y no comprende si es que literalmente derritió su quirk de hielo o qué.

Lo único que logra consolarlo mientras avanza hacia su habitación es que Bakugō lo quiere ver al día siguiente.

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DelicadoOù les histoires vivent. Découvrez maintenant