Capítulo XXXIII

37 10 20
                                    

Parecía que iba a derrumbarse allí mismo. Tenía la boca ensangrentada y la camiseta manchada, signos de que le habían capturado de forma violenta por haberse resistido. El brillo en sus ojos imploraba un perdón que Carrie no estaba dispuesta a concederle. Hiromi se frotó las manos mientras sonreía.

– Ya tenemos a la familia al completo –dijo con tono desenfadado–. Por fin os veo juntos. Y el parecido es innegable.

Carrie le dedicó una fugaz mirada de odio. Condujeron a su tío hacia ella y le hicieron arrodillarse a su lado. Mientras tanto, unos pocos miembros del personal sanitario ayudados por mercenarios montaban los instrumentos y las máquinas que habían usado para extraer los poderes del ADN de Carrie. Nick miró a su sobrina asustado.

– Solamente te quitarán los poderes –le tranquilizó ella, irónica.

Nick volvió la cabeza hacia Hiromi.

– Por fin tendrás lo que siempre deseaste.

– No te equivoques –se apresuró a responder con suficiencia–. Yo no quería quitarte los poderes, quería acabar con la amenaza. El problema siempre ha sido que tú no estás dispuesto a renunciar a tus poderes a pesar de la situación.

– ¿Y qué es ahora de la amenaza? –inquirió rápidamente–. Porque no te veo muy asustado y lo tienes enfrente.

Gladiador hizo una mueca de diversión.

– Las cosas no son como yo pensaba –reconoció el japonés.

Gladiador colocó una mano en el hombro de Hiromi.

– No podemos perder más tiempo.

Nick miró a su sobrina.

– Carrie, necesito que sepas que lo siento. Lo siento muchísimo.

– Nick, ahora no es mom...

– Sí es momento –interrumpió–. Pase lo que pase, quiero que sepas que aquella mentira hizo más suave mi culpabilidad. Y no me paré a pensar en qué iba a suponer eso para ti. Y lo siento, más de lo que puedo sentir nada. No hay día que no me repita a mí mismo que debería haber sido yo, y no ella. Sé que no merezco tu perdón, pero al menos no me odies... ¿vale?

Carrie intentaba controlar su emoción, no sin dificultad.

– Pero qué bonito, por favor –soltó Hiromi, antes de coger a Nick por el brazo y conducirlo hasta la camilla que habían instalado al otro lado de la nave.

Gladiador se quedó mirando fijamente a Carrie. Ella pensaba en la manera de liberarse. ¿Dónde estaban sus protectores? Si habían cerrado el portal de Tokio, quizás uno de los dos se había quedado allí. Pero, en ese caso, el otro debía estar ya en el almacén, dispuesto a rescatarles. Y allí no había nadie. Carrie se sentía frustrada. El sensei había dicho en su lecho de muerte que ella tenía el poder del tiempo. Que ella era el poder del tiempo. Entonces pensó en una idea descabellada. Fue como una revelación. Quizás eso daba explicación a la prisa que había mostrado Gladiador. Porque quizás ella no había perdido sus poderes. Tal vez solamente se los habían anulado temporalmente, y los habían duplicado para dárselos a Gladiador. O quizás no, y ella jamás volvería a detener el tiempo. Suspiró. Tenía que intentarlo. Tampoco perdía nada.

– ¿Preparada? –dijo Hiromi de pronto, paseándose frente a Carrie.

– ¿Para ver como unos demonios nos exterminan? Oh, sí, claro... –respondió sarcástica.

Carrie miró de soslayo a su mochila, que se había quedado mal cerrada después de que el japonés hubiese buscado el micrófono. El mango de la katana asomaba por ella. Hiromi se percató.

– Será mejor que la guarde bien antes de que se te ocurra hacer alguna tontería... –comentó en voz alta.

– Si la tocas te mataré –amenazó ella, firme.

Hiromi soltó una leve carcajada.

– Dices que vas a matarme de todos modos, ¿no?

Divertido, se agachó y recogió la katana. Carrie fingió una molestia que realmente no sentía, o al menos no en ese grado. Hiromi, ante tal reacción, sonrió y la sacó de su funda.

– Regalito del sensei, ¿eh?

Carrie suspiró. Solamente tendría una oportunidad. Ni siquiera sabía muy bien qué iba a hacer cuando se liberase teniendo a Gladiador a tan pocos pasos de ella y a tanto mercenarios rodeándole. Ella no era una protectora, no podía ver el futuro.

– ¿Qué tal está ese viejo carcamal? –continuó Hiromi.

Carrie le aguantó la mirada. Sonrió. Miró a Gladiador, y a Nick tumbado en la camilla. Se dijo a sí misma que, o era entonces, o no sería nunca.

– Igual que tú.

Y entonces, como si alguien hubiese escuchado sus pensamientos, apareció un camión por la puerta del almacén, rompiéndola en el acto y llevándose por delante todas las cajas que había apiladas. Se detuvo en seco. Los mercenarios empezaron a abrir fuego a discreción contra el tráiler. Carrie sonrió. Debía ser su rescate. Cruzó una mirada con Nick. Debía seguir con su plan. Cerró los ojos e imaginó que todo el mundo se detenía. Los abrió despacio, descubriendo para su sorpresa que todo estaba en blanco y negro, inmóvil, como siempre. Su sexto sentido le había amparado una vez más. Los mercenarios que no eran humanos ahora estaban transformados en su forma natural, y gritaban enfurecidos. Gladiador desenvainó su gladius. Carrie se puso en pie y corrió hacia Hiromi, que estaba congelado, indefenso, mirando con cara de desconcierto hacia el camión que acababa de aparecer. Se desató de las cuerdas de las muñecas fregándolas contra el filo de su katana, que el japonés sostenía, y entonces le miró a los ojos. Unos demonios se acercaban hacia ella, mientras que Nick se había levantado de la camilla y esquivaba los mandobles de Gladiador. Carrie sabía que necesitaba distracciones. Sin embargo, fue Nick o quizás Gladiador el que hizo regresar el movimiento a todo. Los ojos, ahora vivos, de Hiromi y los de Carrie se cruzaron antes de que ella arremetiese contra su pecho con la katana que acababa de recuperar. Él contempló como la hoja acababa de atravesar su corazón. Sonrió.

– Si tenías alguna oportunidad de formar parte del nuevo mundo, la acabas de perder –dijo con desdén.

– Tú también –respondió Carrie decidida.

Algunos mercenarios, tanto humanos como demonios, intentaron atacarles. Pero alguien había empezado a disparar con una ametralladora contra ellos. Carrie no se giró para asegurarse, pero supuso que sería Miku con el fusil de balas de plata que ya había utilizado con anterioridad. Carrie arremetió todavía más contra el moribundo Hiromi y lo empujó hasta el portal, por el cual habían escapado un par de demonios cuando el tiempo había estado congelado. Al llegar al borde, Carrie sacó la katana de la piel de su enemigo. Sentía tristeza por haber tenido que matar a otra persona, pero ya no sentía culpa alguna. Después de aquello, le propinó al japonés una patada que le hizo salir volando hacia atrás hasta desintegrarse en la superficie blanquinegra del portal interdimensional. Sentía que el tiempo se había detenido en aquella escena. Y así fue durante algunos segundos, hasta que sus sentidos volvieron a percibir su alrededor. Había un fuego cruzado entre la protectora japonesa y los mercenarios, y Nick a duras penas se defendía con una tubería de metal de los golpes de un desatado Gladiador. Observó como llegaban refuerzos del exterior del almacén. Con la katana en la mano, cuya hoja estaba manchada de la sangre de Hiromi, se preparó para empezar la mayor batalla de su vida hasta la fecha.

Jikan. El poder del tiempoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora