Perdiendo ante la oscuridad

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Por PabloHernaandez


Las personas suelen tratar a la oscuridad con ligereza. Ven películas de terror, leen sobre ello, se "divierten" con el sufrimiento de estos personajes. Intentan hacer rituales, lo graban y lo suben a internet. Hay algunos que mienten, que crean "pruebas" falsas con la única finalidad de verse beneficiado, ya sea con atención, con dinero, o hasta con una supuesta fama. Yo siempre había tenido cuidado con estas cosas. Los verdaderos horrores existen más allá de cualquier obra de ficción. Pero el ser humano siempre es curioso, siempre quiere saber más, siempre quiere comprobar las cosas por mano propia. ¿Por qué? ¿Por qué somos tan necios? Sí. Fui lo suficientemente ingenuo como para hacer el ritual. Una actividad simple, que no me tomaría mucho tiempo. Una serie de pasos para traer un fragmento de otra realidad a la nuestra. Algo parecido a lo que siempre escribía, con la diferencia que esta vez sería algo real. Pero, ¿cómo iba creerme algo así? Aún estando acostumbrado a la ficción, al terror, no estaba tan loco como para perder esa línea que separa lo real de lo irreal. Tal como decían las instrucciones. Eran las 3:00 de la mañana. No era algo difícil para mí estar despierto a esa hora, ya que por lo general era un ser nocturno. No solía dormir mucho, y eso se notaba mucho en mis ojeras y en mi comportamiento extraño y adormilado por las mañanas. Me había tomado ya unas cinco tazas grandes de café. Tres tazas más de lo usual. Hacía unos días que me acababa de mudar. Muchas de las cosas seguían empacadas. La casa tenía dos habitaciones. Una de ellas ya tenía varias de mis cosas; como la cama, la televisión, la ropa, el escritorio, la cajonera, entre otras cosas. La otra estaba completamente vacía, solo tenía una ventana que apenas dejaba entrar la luz de la luna. Las paredes estaban pintadas de blanco, haciendo juego con el mosaico del mismo color. Demasiado simple y vacío. No mucho de mi agrado, pero ideal para realizar el procedimiento oscuro. Unas horas antes me había dedicado a preparar dicha habitación. Llevé la televisión de mi cuarto, las tres velas blancas ―ya que no había encontrado rojas―, el espejo del baño, la tierra del cementerio, el reproductor DVD, una copa de vidrio, una campana, un vaso con jugo de uva, y por su puesto el disco virgen. Todos elementos cruciales. La verdad, en un principio me había parecido un ritual bastante cliché, con elementos de una película de terror de bajo presupuesto. O de esas pseudo películas que solo buscan el miedo rápido con screamers, y escenas que lejos de provocar incomodidad, solo provocan que te sobresaltes. Para mí eso nunca había sido terror y nunca lo sería. Eso pensaba, pero por alguna razón me encontraba ahí intentando hacer el procedimiento. ¿Por qué? ¿Para probar que no pasaría nada? ¿Para confirmar que la oscuridad no se invoca de esa forma? ¿Porque estaba aburrido? ¿Qué quería demostrar en realidad? Esa noche no lo sabía. Y hasta el momento en el que escribo esto, no tengo una respuesta del todo clara. Las lámparas estaban apagadas, y solo la poca luz proveniente de la ventana alumbraba el lugar. Frente al televisor coloqué el espejo, en el suelo. Miré el vaso donde había colocado la tierra de cementerio. No había sido difícil conseguirla. Solo tuve que ir de visita en la tarde y tomé un poco, cerca de la tumba de un desconocido. Con cuidado fui vertiendo la tierra sobre el espejo cuadrado, formando un círculo. Dentro del círculo coloqué las velas blancas formando un triángulo; y en el centro, el CD. Todo se veía amontonado y antiestético, ya que el espejo no era muy grande; lo que realmente era importante era la colocación en sí. «Esto es estúpido» me repetí más veces de las que puedo recordar. Vertí el jugo de uva en la copa y la coloqué del lado izquierdo de las formaciones, y del derecho la campana. Ya estaba todo listo. Saqué de mi bolsillo una hoja con los pasos que tenía que seguir. Pero justo en ese momento, en el que tenía todo en su lugar, en el que me proponía a comenzar, fue que empezó a salir todo mal. La hoja donde estaban anotadas las instrucciones estaba en blanco. Pensé por un instante que me había confundido de hoja, y que la verdadera se encontraba en otro lugar. Me levanté y me dirigí a la puerta cerrada. Al abrirla me di cuenta de que el resto de mi casa estaba más oscura de lo normal. Era como si pasando ese umbral estuviera el vacío mismo, como si estuviera asilado de la realidad. Puse un pie del otro lado y sentí un frío que me calaba los huesos. Recordé un sueño, o más bien una pesadilla, en la que había tenido sensaciones similares. Así que decidí no acercarme más y cerré la puerta rápidamente. «Lo haré con lo que me acuerdo» me dije en ese momento, ignorando toda la rareza que me rodeaba esa noche. Me acerqué a donde estaban todas las cosas del ritual y tomé la campana. La hice sonar un total de 11 veces para poder iniciar. Procedí a acercarme a las velas para encenderlas, pero había algo raro: ya estaban encendidas. La llama no era normal, no desprendía esa luz cálida a la que estamos acostumbrados; en lugar de eso, era una llama negra que apenas lograba alumbrar. Las tres estaban encendidas, y a como se iba consumiendo la cera chorreaban un líquido espeso color rojo, no como si fuera sangre; la sangre hubiera sido algo más agradable. Más bien era un vómito putrefacto rojizo. Me imaginé a alguien con tanto dolor de estómago que vomitaba hasta las tripas, y que esa era la razón de su color. ¿Era algún efecto secundario de no haber podido conseguir las velas rojas? Solo podía hacerme estas preguntas e imaginarme un sinfín de cosas horribles, cosas que podían salir mal, razones por las cuales no debía continuar, advertencias, señales de que estaba a punto de cometer la mayor estupidez de mi vida. Aún con todos estos presentimientos continué. Tomé la copa y me bebí la totalidad del líquido que se suponía debía ser dulce. En lugar de eso, supo más amargo que el café sin azúcar que siempre solía tomar. Hice una mueca de disgusto y la copa se cayó partiéndose, regándose por todo el lugar. No era para nada como el mismo jugo de uva que me había tomado de desayuno. Todo iba mal. Iba increíblemente mal. Pero a pesar del desastre, no podía detenerme. De alguna forma bizarra estaba obligado a continuar. Era raro, pero pensaba que si me detenía mi existencia misma iba a desaparecer. El ruido del vidrio rompiéndose todavía resonaba en mi mente. Sentí un ardor en los ojos y una presión. Como si estuvieran a punto de salirse de sus órbitas. Seguí ignorando todo. Cuánta ingenuidad, cuánta idiotez. La respiración se me aceleraba, empecé a sudar y sentirme sofocado. Ya sin cuidado, tomé el disco virgen. No recuerdo ni cómo fue que lo agarré, pero de seguro debí hacerlo mal también, porque apenas lo tuve en mis manos se partió en dos. La televisión se encendió, y tan rápido como se mostró una imagen en la pantalla, se apagó de nuevo. Empezó a oler a quemado. Las cosas pasaban tan rápido que me parecía irrisorio. Y sí, empecé a reírme nerviosamente, demostrando lo vacío que ya estaba en mi interior. Algo se había roto dentro de mí también. Me senté en el suelo e intenté relajarme un poco. Mientras lo hacía, observaba cómo las llamas negras iban aumentando de tamaño y consumiendo cada vez más rápido las velas. El ritual había quedado a medias. Ya no tenía sentido. Sin embargo, tenía muy claro que había hecho el intento de comenzarlo, y esa era mi preocupación. ¿Había abierto una puerta que ya no se podía cerrar? Observé mi mano izquierda, sentí un hormigueo y vi cómo la piel se arrugaba en una parte de la palma. Al tocarla con la otra mano sentí que se despegaba la piel de la carne, a la vez que el dolor se apoderaba de mí. Las llamas negras se extinguieron y con ellas la poca iluminación que había. La habitación se llenó de completa oscuridad. Incluso si miraba por la ventana no podía verse nada. Y mientras tanto, yo me seguía preguntando cómo me repondría de todo lo que acababa de pasar. Solo debía levantarme, encender las luces, limpiar e irme a dormir. Muy sencillo, ¿no? ¿Entonces, por qué no lo hacía? ¿Por la oscuridad que me rodeaba? Sentí un sabor amargo en mi boca, algo un poco diferente al del jugo que me había tomado. Y lo sentí: algo que me estorbaba entre la lengua. Al escupir me di cuenta de que era uno de mis dientes. El colmillo inferior derecho. ¿En qué momento había pasado eso? Observé nuevamente mi mano y empecé a ver cómo la piel se caía dejando ver mi carne al rojo vivo. Las uñas se me ablandaron torciéndose igual que un papel, el poco cabello que tenía se caía. Empecé a toser sangre. Así como todo había salido mal con el ritual, así como todo iba mal con mi mente, de la misma forma todos mis órganos estaban funcionando mal.Lo sabía. La misma presión que había sentido antes en mis ojos se intensificó. Empecé a tener problemas para ver bien, sentí un pequeño temblor en el párpado, y en cuestión de segundos dejé de ver con claridad en el ojo izquierdo. Acerqué mis manos al rostro, tomé mis gafas y las tiré al suelo. Con cuidado palpé donde debía estar mi ojo, pero no estaba ahí. Estaba colgando un poco más abajo de lo que debía estar. No sé por qué hice lo que hice, nunca he comprendido las cosas que pasan por mi cabeza. En ese momento tomé la pequeña esfera ocular con mis manos y la jalé con fuerza. Claro que sentí dolor.Un dolor que no sabría muy bien como describir. Pero el dolor no era lo peor, fue el hecho de sostener mi ojo con la mano, el verlo podrido, en ese estado tan lamentable. Olía mal, tal como comida pasada, como un huevo podrido. Y se veía todavía peor, ensangrentado, ennegrecido, pegajoso, extraño. Pasaron varios minutos, quizá una media hora. Mi cuerpo se siguió deteriorando. Se me siguieron cayendo partes; algunos dedos, las orejas. La nariz sentía que se me escurría por completo sobre la cara, la lengua la sentía chiclosa, y estaba seguro de que si intentaba hablar no iba a poder. Apenas podía ver con el ojo que me quedaba. Había perdido de igual forma uno de mis pies. En determinado momento quise levantarme, pero fallé. Caí y me doblé el tobillo; solo que en lugar de regresar a su lugar se quedó en ese ángulo antinatural, para después desprenderse. ¿Qué había hecho? ¿Qué ser de oscuridad me hacía esto? En mi afán por demostrar "algo" ―o por simple aburrimiento―, terminé arruinando mi vida. Sentenciándome a una muerte grotesca, o aún peor, a una eternidad de sufrimiento. ¿Qué podía hacer? Decidí sacar mi celular con poca batería. Me pregunté si era mejor tomar fotos y algún vídeo como evidencia. O en su lugar, narrar esta breve historia. Es evidente lo que decidí. De igual forma, las fotos solo hubieran servido para que la gente dijera que eran falsas. Abrí el bloc de notas y empecé a escribir este texto. El cual, he decidido publicar en algún sitio de internet. Para que alguien lo encuentre y aprenda de mis errores.Quisiera contar más detalles de los horrores que he vivido. Las cosas extrañas que he visto mientras espero mi final. Pero no puedo. Dentro de poco no tendré la capacidad para continuar escribiendo. Si estás leyendo esto, entonces he logrado contar mi historia. Lo que no he logrado, es vencer esta oscuridad. Este mal que me ha perseguido toda la vida, este mal que por fin ha encontrado una pequeña brecha; una forma de consumirme.


Escrito por: Pablo de Jesús Hernández Jiménez 

El CD virgenWhere stories live. Discover now