III: LA HIPOCRESÍA PUESTA EN BANDEJA

1K 115 99
                                    

La frecuencia cardíaca disminuye en función de la edad. Un corazón joven tiene una frecuencia máxima más alta que la de un corazón viejo. Eso sin tomar en cuenta las correlaciones que existen entre el corazón y el ejercicio, porque digamos que nunca fui un tipo deportista, y eso me resta bastante en la ecuación para hallar mi capacidad máxima de latidos del corazón. Pero tomando en cuenta que frente a mí estaba alguien que nunca volví a ver durante muchísimo tiempo y que fue quien muchas veces me robó el sueño mientras me hacía experimentar sensaciones que sabía jamás volvería a sentir... Si tomamos en cuenta todo eso, podría decir que mi corazón se encontraba martilleando a su frecuencia máxima, y parecía que también se me estaban comprimiendo los pulmones, porque ni respirar bien podía.

Lolita estaba frente a mí y yo me cuestionaba si en realidad estaba despierto o me encontraba en un estado de inconsciencia profundo y comenzaba a alucinar. Y es que hasta su rostro parecía ser falso, porque era exactamente como lo recordaba. Sus ojos me miraban con tanta alevosía que por un momento creí que quizás ella solo se burlaba de mí y era un simple espejismo.

No os miento, sentía todo eso en segundos. Ese momento había sido la parálisis definitiva de mis expresiones.

—Casi no te reconozco.

No estoy seguro de si el tiempo había adormecido mis sentidos, pero su voz no fue el mantra que controlaba mi cuerpo; no había reaccionado como muchas veces imaginé en la alcoba, en el balcón, en mis sueños... Su voz era tal y como la recordaba, pero mi cuerpo parecía no reconocerla como suya.

—Soy el mismo tipo de siempre. Solo que con traje y el pelo peinado. —Al fin pude hablar y se sintió natural, como si en la noche anterior hubiera tenido una charla con ella. No se sentía el peso de los años.

—Tienes una corbata muy linda.

Se acercó a mí y acarició mi corbata con picardía. Otra vez mi cuerpo no reaccionaba.

—Aunque debo admitir que me gustaba mucho más aquel chico ingenuo que balbuceaba todo el tiempo —Lolita tiró de mi corbata y nuestras narices se rozaron levemente—. He oído que ahora eres un hombre de negocios todo rígido y amargado...

—Hombre de negocios, sí. Amargado y rígido, eso depende. Mi actitud va a depender de quien seas.

Se acercó más a mí. Inhaló mi cuello. Admito que me estremecí un poco por la cercanía.

—¿Y quién soy yo para ti? —preguntó.

—Zalia Cho —le dije, y tiró con fuerza de mi corbata. Sonreí con satisfacción por su enfado. Ella odiaba que la llamara por su nombre verdadero.

—Creo ver todavía algo de aquel chico que una vez se orinó en los pantalones cuando supo lo que era una francesa.

Me reí. Había olvidado aquel vergonzoso momento en donde desconocía lo que era masturbarse con los senos de una mujer: un torrente de babas había salido disparado de mi boca y Lolita terminó empapada.

—Ahora no solo sé lo que es una francesa. Sé lo que es desde una matutolagnia hasta la ursusagalamatofilia. —Alardeaba de mis conocimientos sexuales. Ella soltó una carcajada. Siempre reía así cuando creía que yo estaba siendo un idiota.

—Veo que has agarrado un diccionario. Lástima que ellos no te enseñen llevar los términos a la práctica.

Lolita siempre sabía cómo hacerme parecer un completo idiota. Pero la verdad era que para ese entonces yo no era el mismo niño ingenuo que desconocía sobre la sexualidad. Había tenido muchísimas experiencias sexuales más allá de lo "normal". Y estaba seguro de que ella lo sabía, pero Lolita nunca fue de demostrarse débil. Ella era dominante y siempre se encargaba de dominar a quien se le pusiera en frente.

La Esquina de los FeosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora