IX: EL ÁRBOL SALADO

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Lo excepcional de Sos del Rey Católico es que dar un paseo por allí se convierte en un viaje al pasado. Las murallas, iglesias y el Palacio de los Sada, en el cual nació Fernando el Católico en 1452, hacen que su recorrido sea un choque de intercambio cultural increíble. Personas de distintas partes del mundo vienen hasta ese pequeño pueblo y se encuentran con un lugar que parece congelado en el tiempo... Todo está bien si se visita Sos como turista, pero vivir permanentemente en un lugar donde se intenta conservar ideologías del pasado resulta muy jodido y asfixiante. O al menos esa había sido mi realidad durante mucho tiempo, viviendo en una familia tradicionalista y congelada en el tiempo. Fue una de las razones por las que había decidido huir de ese lugar, pero ahí estaba yo volviendo a pisar el asfalto de ese pequeño pueblo que me había visto nacer, crecer e ir. Me resultaba paradójico todo aquello de regresar, pues iba en búsqueda de algo que yo mismo había querido apartar, o peor aún, que la vida me había obligado a desechar.

Pandora conducía por el pedregoso camino que al final nos llevaría hasta la casa rural Zulotxo, que por lo que sabía, mi padre había acabado de adquirir junto a su nueva mujer Carmen, con quien él había rehecho su vida hacía apenas unos meses en una pequeña capilla de Argentina, dando el impetuoso "sí" en una aceptación matrimonial. Poco sabía de ese matrimonio que nos tomó por sorpresa a todos. Ni mis hermanas ni yo hubiéramos podido imaginar que un viaje a Argentina con el tío Guacho para concretar un negocio terminaría en una boda en una capilla con un sacerdote, el tío Guacho y su novia de ese entonces como testigos, y un precipitado "sí" que solo los unía en alma, porque legalmente era una boda completamente hecha de humo. Mi contumaz madre se rehusaba a concederle el divorcio a nuestro padre. Amparo Lidia y José Ignacio hacía mucho que habían dejado de ser un matrimonio. Desde mis trece años, solo se dirigían la palabra para hablar sobre sus hijos y mi padre vivía con su hermano, el tío Guacho, justo a unas manzanas donde nosotros, sus hijos, vivíamos.

El único lazo que tenía papá con nuestra madre era los engendros malditos que resultaron ser sus hijos. Aunque mamá nunca lo había aceptado. Ella, con la soberbia e impetuosidad que siempre la caracterizó, le hacía la vida imposible a papá: le lanzaba piedras a la ventana con rabia y luego le horneaba panecillos para disculparse; le gritaba por toda la calle que era un perro infiel y luego pedía a llantos que volviera a casa; nos encerraba en la habitación cuando papá venía a vernos, y le exigía que regresara, de otro modo no podría ver a sus hijos. Cuando me mudé con papá a mis trece años, mamá comenzó a darse cuenta de que su actitud solo estaba provocando que sus hijos quisieran marcharse. Ojalá pudiera decir que eso la hizo cambiar, pero ¿cómo se cambia a alguien que ha vivido toda su vida de la misma manera? O al menos eso había pensado.

Irme de casa calmó un poco las cosas, pero solo durante un tiempo. Cuando papá decidió mudarse de Sos del Rey Católico unos cuantos años después, yo quise irme con él, pero Amparo Lidia no lo permitió y mi padre parecía no estar en desacuerdo con ella. "Lo mejor es que te quedes con tu madre, hijo. Yo jamás podré darte estabilidad, por lo menos no ahora, cuando intento hallarme a mí mismo", me había dicho José Ignacio aquella noche con las maletas en la mano, dejándome frente a la puerta tras la cual sabía que me esperaba el mismísimo infierno. No entendía por qué papá no me llevaba con él. ¿Acaso no era suficiente para él? ¿Encontrarse a sí mismo? ¿Qué significaba eso? ¿Dónde estaba papá? ¿Acaso no estaba frente a mí? Yo sabía dónde estaba y quién era. Era mi padre, a quien yo amaba más que a nada en el mundo. ¿Por qué no podía "hallarse" allí conmigo?

Todo eso pasaba por mi mente. Los pensamientos me taladraban y fui construyendo en mi cabeza un lugar único y solitario en donde solo yo me entendía. Papá se fue y años más tarde yo hice lo mismo, lejos, muy lejos de todo aquello que había sido mi vida en Sos del Rey Católico.

La Esquina de los FeosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora