30. Aleesha

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Él empieza a abrir sus ojos lentamente, parpadea y me mira, confundido, como preguntándose porque está aquí. Le regalo una leve sonrisa y me levanto de mi asiento para sentarme junto a él en el sofa. Le acaricio el brazo y nos miramos fijamente a los ojos. Sus ojos muestran cansancio y frustración.

-¿Cómo te encuentras, papi?

-Yo... me duele un poco la cabeza, pero todo bien. Estoy un poco... confundido.

-¿Ah, sí? Qué raro...

-Sí... oye... ¿Me ayudas a caminar? Quiero ir a mí habitación, pero con cada movimiento, me mareo.

-Claro.

Me levanto y le ayudo a levantarse, él lleva un brazo encima de mis hombros y deja todo su peso para mí. A regañadientes, subimos los escalones y lo llevo a su habitación. Lo acuesto en su cama y lo acobijo.

-Gracias.- Susurra.

-¿Quieres café?

-Con leche. Dos de azúcar.

-Lo sé, papá.- Sonrio.- Con leche.

Salgo de su habitación y me dirigo ha la cocina, dónde preparo un café con leche y dos de azúcar para papá. Lo mezclo y llevo el café arriba, junto con unos panes que contienen mermelada dentro. Dios, estoy un poco asustada. Entro a la habitación de papá y dejo el café en su mesita de noche, junto con el pan.

-Con cuidado, no te quemes la lengua.- Trato de bromear, pero no se ríe.

-¿Sabes que te quiero, verdad?

-Lo sé, pa. Y espero que tú también sepas que te quiero mucho, he.

Dicho eso, le prendo la tv y le pongo el canal de deportes, SPN. Salgo de la habitación y luego entro a la mía, dónde me desplomo en la cama y tomo mi móvil de la mesita de noche. Sé qué será rídiculo... pero no pierdo nada en intentar.

                                                               A: ¿Johann?

No hay respuesta. Tiro mi móvil con frutración al suelo. Escucho el sonido que provoco el aparato contra el suelo, e inmediatamente, me levanto rápidamente y tomo mi móvil del suelo y lo reviso: no hay daños. Uf, menos mal. Quito la mirada de mi móvil y miro mi reflejo en el espejo. El brazalete que Johann me regalo ahí sigue, en mi cuello, y sin presumir, se ve sumamente hermoso en mi cuello. Y lo mejor de todo: Johann me lo regaló. Quizás otra persona piense que lo mejor es que me hace inmortal, pero no, lo mejor es que me lo regalo él. Me hago un moño con una coleta, dejando un flequillo en mi frente. Luego, me volteo y camino hacía mi mesita de noche, dónde saco las notas que Johann me mando y las vuelvo a leer. Ay, cómo lo extraño. Y odio extrañar a una persona, porque, maldición, duele.

Y siento unos brazos que me toman de la cintura, una respiración cálida que rebota en mí cuello... y unos besos debajo de mi oreja... mí corazón empieza a latir fuerte, mi cuerpo se tensa y cuando estoy pensando en como darle un codazo o pegarle para que se aleje, una voz susurra en mí oído.

-¿Me extrañaste, preciosa?

Es él. ¡Carajo, es él! Su voz... su cuerpo junto al mío... su pecho sube y baja y roza mí espalda... cierro mis ojos y asiento lentamente. Me volteo, lenta, y le miro a los ojos, sus hermosos ojos negros, llenos de pasión y misterios...

-No te escuche, linda. ¿Me extrañaste?

-Sí...- Mi voz es un susurro.

-Yo también te extrañe, bebé.- Y así sin más, me planta un beso en la boca. Para mí mala suerte, se separa demasiado rápido.

Blood DiamondsWhere stories live. Discover now