Deber

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Me removía entre las sábanas, mis dedos buscaban la suavidad de la seda, mis labios sedientos de afecto se juntaban con los del shezade, mis latidos descontrolados me tenían en un estado de eufória, por primera vez habíamos hecho el amor y lo que esperaba como un evento traumático se transformó en el más especial de toda mi vida, me dolía la boca por sonreírle tantas veces, pero era imposible no hacerlo...
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En el jardín, el sol abrazaba la tierra, mi carne era impactada con su resplandor, veía en la fuente principal mi reflejo, había crecido mucho desde la última vez que lo ví,  nunca fuí muy vanidosa y Muhtereme era quién se encargaba de esas cuestiones, preocuparme tan pronto de mi apariencia era en sí lo que motivaba una búsqueda injustificada del envejecimiento.

—¿Qué te hace tan diferente?— su voz me hizo sobresaltarme, no lo había vuelto a ver desde el percance con lo del laúd en la puerta del harén. Mehmed se sentó a mi lado en la hierba, los tulipanes eran arrullados en una dulce danza por la brisa de la tarde y la sombra de una palmera nos cobijaba a ambos, escondí mi rostro en mis rizos oscuros, tomaba el color de las ciruelas maduras.  

—¿No preocuparme por trivialidades?, no me gusta vivir de tener que verme bien todo el tiempo, es desperdiciar existencia...somos tan efímeros, en unos años estaré encorvada y llena de arrugas, pero esto que nos rodea puede seguir igual, nuestros cuerpos no siguen un ciclo de renacimiento como la naturaleza, todo pasa una vez, la primavera de mi vida acabó en el momento en que me convertí en una mujer, mi verano es ahora, mi otoño cuando me convierta en madre y mi invierno cuando pueda irme al cielo en paz— le respondí con una sonrisa. Su mano me rozó la mejilla, me ví obligada a intentar mirarle

—Podría quedarme horas aquí, justo en esta postura, podría hacer cuadros de tí para recrearme tu imagen con el pasar del tiempo, pero no reemplazaría lo que veo ahora, puedes llegar a ser de esas cosas que no se pierden en el tiempo— mi pecho parecía un tambor, mis latidos ya hasta dolían.

Arranqué un tulipán, me embriagué en su dulce aroma, quise perderme de todo lo demás, no quería verlo, no quería sentirme así, tan ansiosa, ya no podía pensar en otra cosa que no fuera él.

—¿Sabes lo que significa el tulipán rojo?— me preguntó, sus ojos brillaban y su brillo era sólo para mí, me aclaré la garganta en señal de querer responder pero no lo hice.

—El amor fuerte, resistente como el fuego, un fuego que nunca se apaga—

Los siguientes días Muhtereme prácticamente no tenía otro tema de conversación.

—Estás radiante, es bueno verla tan feliz, si su hermano lo supiera sabría que la dejó en buenas manos—

—sabes que no lo hace, piensa que padre me ha vendido—

—Debería escribirle, de su sonrisa, de su mirada, de la forma en la que actúa, está enamorada, ya deje de negarlo además están casados no lo olvide—

Casados...no lo parecemos. Escuchamos algo arrastrándose cercanos a los pasillos, tal vez era una de las otras esclavas o incluso alguna de las Kiayas preguntando por mí, Muhtereme dejó el cepillo con el que me peinaba y fue a ver qué ocurría, tuvo que alejarse en el momento en qué ese ser extraño casi se la lleva por delante.

Cayó, su cabeza descansó en mis rodillas, era pequeño y moviendo un poco el velo que me obstruía la mirada pude darme cuenta que era un niño, parecía de unos 8 años, su piel era oscura como el ébano  sus ojos eran de un color claro y cristalino, simplemente fascinantes. 

—Mi señora, creo que es uno de los nuevos eunucos que llegaron al palacio— replicó mi sierva, se dió cuenta gracias a su vestimenta era muy grande en comparación a su pequeño cuerpo.

—¿Por qué estás escapando?, nadie puede salir del harén, todos somos esclavos— no quería ser contundente, pero era mejor aclararle las cosas desde el principio, sostuve una de sus manitos entre las mías, estaba enrojecida, lo castigaron recientemente.

—¿Quién te hizo esto?—

Él temblaba de miedo y las lágrimas salían como riachuelos salados se perdían en medio de la anchura de su ropaje.

—Quiero regresar con mi madre, ¿no se puede?— retiré su gorrito, y con la mano que tenía libre acaricié su cabeza.

—Ella está bien, pero no pueden verse nunca más, ahora perteneces aquí, es tu destino...¿puedes decirme quién te hizo esto?—

—F-fue una de las favoritas del príncipe— fue su respuesta, empezó a colaborar luego de darse cuenta que no le haría daño.

—Le diré a Muhtereme que te cure las heridas y cuando estés mejor irás dónde esa mujer y le dirás qué me perteneces y si te hace algo me ofenderá— él asintió ya un poco más calmado

—No puedo cambiar tu destino, pero si puedo protegerte tienes que servirme únicamente a mí, ¿Lo entiendes?—

Nuestras rutinas fueron las mismas, yo sabía que Mehmed siempre iba a verme a la misma hora, en el mismo lugar, cuando venía la lluvia me quedaba allí, no me importaba, verlo y abrazarlo se había vuelto mi rutina, en ese entonces no era capaz de decirle lo que sentía, me causaba vergüenza porque era extraño, que cosas así existieran entre esposos, padre y madre nunca fueron realmente tan cercanos, su relación era fría y básicamente todo se había dado con fines reproductivos nunca ví una muestra de su afecto frente a mí y me quedó más que claro cuando volví a ver a la valide, llegó de visita de forma inesperada y solicitó mi presencia, sabía que tenía que ganarme su aprecio, su mirada me inspiraba respeto al mismo tiempo que un gran temor.

—Ven querida, siéntate a mi lado— su tono era afectuoso y maternal, casi tranquilizador, si supiera de sus intenciones tendría motivos para estár peor de lo que ya me encontraba por dentro.

La sombra era refrescante, el día cálido y tranquilo, los ruiseñores en sus jaulas cantaban para nosotras, las mesas estaban dispuestas con sorbetes y dulces, me atiborré de ellos concentrándome más en ver el plato que a ella.

—¿Habéis intimado?— el trozo de dulce se me quedó atorado y comencé a toser, ¿cómo se le ocurre preguntarme eso en medio de todo el harén reunido?

—T-todavía no....—

—aún no entiendo cómo es que tu padre accedió a esto, pensé que los Khanes eran más orgullosos respecto a sus procesiones— sentía que tenía más de un ojo mirándome, sus joyas me mostraban a mí misma, dejándose llevar por los nervios.

—Mi padre hizo lo que creía correcto, para estár en buenos términos con el imperio...el sultán ha sido beneplácito con mi familia, debemos reforzar nuestra confianza— dije tranquila, odié haber tenido que recurrir al discurso de mi madre sobre todo este asunto.

—Tienes que aprovechar cualquier oportunidad— Emine Gulbahar tomó una fresa y le dió un mordisco, su expresión se suavizó hacia mí  y trató de entenderme  por unos momentos —Yo estuve casada con el difunto Fatih y el tiempo que estuvimos juntos puede contarse con poco más de unos días o semanas, tal vez meses, nunca le interesó realmente ser un hombre fogoso, me atrevo a decir que prefería tocar más rosas que mujeres. Por eso tienes que aprovechar el tiempo que tengas con el shezade, estas esclavas no son nada, son el polvo que se barre por las mañanas, pero tú tienes un deber más grande, tú tienes el privilegio de que los hijos que tengan sean más favorecidos que los que lleguen a tener ellas— asentí sumisa, tenía razón.

—Querida, quiero actuar como una madre para tí, sabes que Allah provee una madre como cobijo y si haces lo que te ordeno, te cobijaré, puedes pedirme cualquier cosa—
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Volvemos al principio, pude hacerlo al final, aunque pareciera un acto de amor, sólo cumplí con mi deber.

Ayse HafsaWhere stories live. Discover now