Esperanza de media luna.

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“Mi Medina, mi Meca, mi Alejandría...te has perdido y no volveré a encontrar, me arrodillo en el polvo, las lágrimas inundan mis mejillas, me sumerjo en el desconsuelo y sólo rezo para acompañarte, para ver el por siempre hacía cielo”

Él falleció...fue inevitable, la noticia se expandió como la pólvora por el palacio, Muhtereme y mis otras criadas tuvieron que retenerme para no arrojarme al ataúd de Mehmed, tan sólo se me cruzaba por la mente sujetarme a aquél lecho de madera, coronado con verde y dorado, soltar allí cada pena de mi corazón hasta que el irremediable rayo fulminante de mi tristeza también me condujera a la tumba. Seguí el cortejo fúnebre a pesar de que estaba prohibido, no me importaba, era mi esposo de quién se hablaba, tenía el legítimo derecho de al menos saber dónde sería enterrado y así visitar su morada final o solicitar al sultán que me apartara un sitio al lado de mi amado, sé que Allah bendecía nuestro cariño y así como las aves pueden morir de soledad sin su pareja yo también pasaba por aquella situación.

Al día siguiente tras el entierro, me senté en el mismo sitio dónde me habló por primera vez, sin sombrerito o velo sobre mi cabeza, dejé mis cabellos moverse con el suave ritmo en el que se mecían  un par de castaños, extendía las manos como si algo reposara en ellas y que esperaba que la brisa elevara al cielo.

En el harén no se da pie a conversaciones en voz alta, es el estandarte de la paz y la solemnidad, la sublime  puerta dorada evoca la más absoluta seriedad...antes me resultaba deprimente, pero ahora me ayuda un poco a controlarme, a no estallar en un mar de sollozos en público, tal vez en privado, en mis aposentos lloro y grito hasta quedar con dolor de garganta ante la mirada conmovida de Muhtereme que me acaricia los cabellos y que en vano trataba de reconfortarme leyendo los poemas que mi ahora difunto esposo compuso para mí. Así fueron 12 días en los que no dormía, en los que no podía comer, en los que me dolía la cabeza todo el tiempo y las náuseas me tenían deshidratada.

—Mi señora, ya no sea terca, deberíamos buscar atención médica...¿qué pasa si la valide Hatun se entera de su condición?— Estaba recostada entre cojines de terciopelo, hecha un ovillo, con una mano tocando mi vientre, mientras me atraviesa un enorme vacío.

—No, no diremos nada, la corte entera está de luto por el príncipe, mis problemas no importan ahora que soy una viuda— no tenía a quién engañar con un asunto así, es obvio que tanto el sultán como la valide Hatun pasaban por malos momentos, tenían sus esperanzas puestas en Mehmed para ocupar el trono y de un momento a otro un sospechoso contagio de viruela acabó con su vida...es algo que no podía entender muy bien, se supone que en Kefe la epidemia estaba controlada y además que los camarillas de palacio alertaban con rapidez de los contagios.

—P-pero señora— trató de protestar Muhtereme y yo me abracé a uno de los cojines apretándolo contra mi pecho.

—Pero nada Muhtereme, sólo hazme caso—

Por mucho que mi doncella tratara de alertarme de que mi salud se iba a desquebrajar, dejé de prestarle atención...cuando iba a los baños ya nadie murmuraba al verme, bueno tal vez sí, para juzgarme de que ahora he enflaquecido, mis mejillas antes sonrojadas se habían convertido en un blanco mortuorio, las ojeras púrpuras me marcan la cara, mi cabello se ha vuelto opaco, mis labios están rotos de un episodio febril que tuve recientemente  y no hay luz en mi mirada. Me limito a sentarme en un banquito, a escuchar halagos vacíos y asentir ante alguna pregunta estúpida que sólo tenga dos respuestas. ¿Pero cómo no hallarme así?, no es un destino alentador el que me espera, volver a casa y acogerme a las órdenes de mi hermano, siendo siempre la triste viuda que no logró nada, pensé que al salir de Crimea me esperaría algo de libertad, pero estaba tan equivocada, ¿qué oportunidades me quedan aquí?, es obvio que ninguna...convertirme en una criada sería una ofensa para mi padre y el resto de mi familia, liberarme era impensable puesto que soy una princesa, pensaba que ahora era el turno de Nazcan en ser traída aquí, pero ella está comprometida con un príncipe que lo único que conozco de él es que su apellido es Idarovna.  Soy como Mara hatun, seré devuelta y tan sólo seguiré una vida a lo lejos de la corte en alguna casa de verano, viviendo en la más aburrida monotonía, dedicándome al bordado y la oración.

—Sonría un poco princesa, he traído para usted unas naranjas, sabe que le encantan— me extendieron el cuenco y estiré la mano para tomar una y comer con lentitud, en un pequeño platito con azúcar la ponía antes de llevármela a la boca. Las siervas vieron por fin la oportunidad de llenarme el pelo de escencias aromáticas y frotar mi cuerpo con aceites de rosa y sándalo, pero no pude concluir con aquél ritual de buscar una belleza perdida entre la rigidez del luto pues las náuseas se hicieron incontrolables y en el primer rincón que ví vacío finalmente vomité, era como si todas mis articulaciones se hubieran aflojado, me sentía tan ligera como el aire; eso era debido a que ni si quiera afirmaba los pies contra el suelo porque iba en brazos de un eunuco que me llevó a mis aposentos una vez ya vestida.

Muhtereme no me abandonó, su mano sujetaba la mía en todo momento, ella pasaba un trapo mojado por mi frente y me extendía un dulce que según ella era para recuperar el color. Mi amiga tiene un cabello tan largo que a veces rozaba con mi cara a la par que observaba sus ojos llenos de preocupación, temía que fuera viruela como ocurrió con Mehmed, pero no podía ser posible porque mi difunto esposo y yo  no nos acercamos demasiado al menos dos semanas antes de que enfermara.

—Llamé a una doctora, señora, entienda que es por su bien, ¿cómo reaccionaría vuestro hermano y vuestro padre?—

Me encogí de hombros y cambié de posición en la cama, para estár de lado.

—Reclamarían al sultán sobre la clase de condiciones en las que me tienen—

—Exacto, mi señora, sabe que ellos se preocupan por usted y en una situación así no la dejarían desamparada, la noticia seguramente ya les llegó y está tomando cartas en el asunto—

Pasé una mano por mi melena azabache y suspiré.

—Muhtereme...hace dos semanas debió bajar mi sangre mensual— solté como si no fuera un asunto realmente importante.

En el rostro de mi sierva se asomó una sonrisa, que no entendí mucho y luego posó su mano en mi vientre.

—Oh, mi señora, Allah la ha bendecido con el fruto de su amor con el principe— no entendí lo que dijo.

—¿Qué?—

Una suave risita de su parte se escuchó en breve instante porque de inmediato se tapó la boca.

—Mi señora está embarazada, ahora todo tiene sentido, las náuseas, la debilidad y el hecho de que no le venga la sangre— cualquier signo de cansancio desapareció y pasé a sentir más bien temor.

—¿No le alegra mi señora?—

Negué un par de veces y las lágrimas me empañaron la vista, escondí el rostro en uno de los cojines y lloré otra vez, más que felicidad me sentía desdichada, si Mehmed estuviera vivo sería un motivo de felicidad, pero el niño que ahora está en mi vientre y se alimenta de los latidos de mi corazón será el objeto de las conspiraciones y de las intrigas por el poder que caerán en el momento en que lo sostenga en mis brazos. El sultán no es eterno y Emine Gülbahar tampoco, en lo único que me puedo fiar es de mí misma, nadie puede saber que el niño es de Mehmed, nadie. Únicamente me queda pensar en algo para protegerme a mí y a mi hijo, no puedo volver a Crimea, mi padre y mi hermano lo sabrán enseguida y el problema empeorará. Recordé las palabras de la valide hatun: en mi descendencia está la legitimidad del trono, el sultán no renunciaría a su alianza con mi padre, cuando tanto lo necesita, las arcas del imperio sostenidas gracias a la fastuosidad de mi dote y su ejército están en desequilibrio, es lo que se murmura en los bazares. Limpié mi rostro, tomé aire y me lamenté que tuviera que recurrir a los recursos de poder del harén. 

—Muhterme, sabes que te amo como amo a Nazcan, pero si abres la boca yo misma soy capaz de tomar un cuchillo y cortarte la lengua, nadie debe saber de este niño, ¿lo entiendes?— ella asintió y me miró a los ojos.

—Busca pergamino y tinta, enviaremos una carta a la valide hatun, trae también mi sello del khanato de Crimea, asegúrate que la carta no parezca enviada desde Kefe—

Ayse HafsaWhere stories live. Discover now