***Quiero aclarar que no habrá ninguna necesidad de haber mirado la serie para poder comprender esta historia ya que no me apegaré del todo a la trama de la misma.
Este fanfic tiene como base un universo completamente diferente y será la historia d...
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Mi auto se estacionó frente a la casa de Alfie e inmediatamente mi chofer corrió a abrirme la puerta para ayudarme a descender del vehículo. Le dediqué una media sonrisa e hice un ademán para que se retirara. El hombre hizo una reverencia y cuando estaba a punto de retirarse, exclamé.
-Y recuerda... - Murmuré con severidad – Nada de decirle esto a mi marido, ¿entiendes? Piérdete por ahí y no regreses a casa, sólo recuerda que tienes que venir por mí a las siete de la mañana.
-Como usted ordene, señora – Dijo mi chofer –No debe preocuparse, que de mi boca no saldrá una sola palabra, ¡antes muerto que traicionarla a usted, mi señora! – Exclamó y volvió a hacerme una reverencia.
Sonreí complacida, él era un hombre de confianza, el hijo de mi nanny; ¡casi como mi hermano! Pero aún así me trataba con un enorme respeto y acataba mis órdenes al pie de la letra. No iba a traicionarme, de eso estaba muy segura. Suspiré al ver cómo el auto tomaba una glorieta y se alejaba por el camino.
Alisé mi vestido y llamé a la puerta, esperando que Alfie fuera quién me recibiera, sin embargo, mis ojos se encontraron con la mirada adusta de un hombre de edad, pero algo correoso. El hombre me saludó con una reverencia al tiempo que se hacía a un lado para dejarme entrar.
-Nos honra con su visita, señora Dankworth – Murmuró el hombre – El señor Solomons la espera en su despacho, por favor, sígame.
Le sonreí a medias, esperando a que cerrara la puerta y lo seguí para que me indicara el camino. Una sirvienta me pidió mi abrigo y lo guardó en un armario; yo seguí caminando detrás del mayordomo, mirando atentamente el sitio. Aunque era la segunda vez que ponía los pies en la casa, me sorprendía la sobriedad de la decoración ya que en esta ocasión sí me tomaba la molestia de observar el lugar.
El mayordomo me condujo a una habitación cuyas puertas de madera fina y de hermosos relieves se encontraban cerradas, lo que me hizo suponer que Solomons aún estaba ocupado, además de los gritos rabiosos del hombre en donde se podían distinguir los improperios y las amenazas. La puerta se abrió de golpe y un par de hombres de gesto duro y porte de matón salieron del lugar, no sin antes hacer una torpe reverencia al reparar en mi presencia.
-¿Qué es lo que quieres? – Gritó Alfie al mayordomo.
-La señora Dankworth acaba de llegar, señor – Murmuró el hombre un poco apenado – Me dijo que la condujera a su despacho una vez que...
-¡Sí, sí! – respondió Alfie mirando con enfado al mayordomo – Ahora esfúmate, ¿quieres? – dijo mientras hacía una seña para que el hombre se marchara.
Respiré profundo y contemplé el lugar, era bastante amplio y estaba iluminado por dos grandes candelabros que colgaban del techo. En el centro del salón, se encontraban unos preciosos sillones de cuero en color negro y en la mesa de centro había una tetera de porcelana junto a unas tazas que ya habían sido usadas. De las paredes colgaban algunos cuadros de Claude Monet, Vincent Van Gogh y Henri de Toulouse-Lautrec. También destacaban un par de antiguas armaduras que brillaban con intensidad bajo la luz de los candelabros.
