Día 20: OT3

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En uno de los áticos más conocidos de la ciudad de París...

Bridgette sujetaba con firmeza la magnífica rosa que tenía entre sus manos mientras volvía a leer atentamente aquella carta anónima que había encontrado depositada de manera meticulosa en la mesa de su pupitre nada más llegar a su instituto, el Françoise Dupont.

El mensaje decía así:

Eres como el sol que aparece todas las mañanas iluminando hasta el más oscuro de mis días.
Eres aquella persona que consigue sacarme una sonrisa incluso en el peor de mis momentos.
Eres la única chica que ha conseguido adentrarse en mi mente y mi corazón para no marchar jamás.
Ojalá pudiera dejar de lado el orgullo y tuviera el valor necesario para decirte todo lo que siento mirándote a tus profundos ojos azul aguamarina que tanto me hipnotizan.
Ojalá pudiera perderme en tus suaves y dulces labios por toda la eternidad.

Era una declaración de amor preciosa y mentiría si dijera que no se conmovía cada vez que leía esas líneas.

Ese chico realmente parecía estar enamorado de ella, pero había llevado a cabo las precauciones necesarias para no dar ninguna pista sobre su verdadera identidad puesto que: la carta había sido escrita a ordenador para que no se distinguiera su caligrafía, no estaba firmada al final de la misma y la persona en cuestión se había tomado la molestia de llegar temprano al instituto para dejar sobre su mesa ese escrito junto con la rosa sin que nadie lograra sorprenderlo.

Todos los compañeros de clase gritaron de alegría al entrar en el aula y percatarse de dicho regalo en el lugar de la azabache. Se pusieron alrededor de la muchacha emocionados y empezaron a preguntarse los unos a los otros quién sería el misterioso autor del mensaje. No obstante, ella tenía una ligera sospecha de quién podía ser el responsable de esa misiva llena de amor y melancolía, pues conocía sus sentimientos por ella desde hacia bastante tiempo.

Alzó la mirada y contempló el panel de corcho ubicado en la pared colindante a su cama donde tenía algunas fotografías de cierto modelo de cabellos rubios y mirada grisácea que había conseguido robarle el corazón desde la primera vez que lo vio irrumpiendo en su clase de matemáticas junto al director Damocles para presentarlo delante de todos los alumnos.

Soltó un suspiro lleno de pesar y amargura.

Se sentía dividida y no sabía qué hacer. ¿Qué camino debía tomar?¿Seguir con la fe y la esperanza ciega de que Félix algún día se fijaría en ella cuando llevaba años sin dar muestras de ello?¿O darle una oportunidad a esa persona que parecía estar pasando por la misma situación que ella con el famoso modelo francés?

Desvió la mirada entristecida sabiendo la respuesta.

Debía de ser realista. Su amor por Félix no era correspondido y nunca lo sería.

Ya había perdido la cuenta de las veces que lo había invitado a una cita sin ningún éxito. Era cierto que últimamente los rechazos del rubio ya no eran tan directos como lo habían sido en el pasado; sino que ahora siempre se excusaba con algún tema relacionado con la esgrima, sus sesiones de modelo, sus clases de piano o incluso las de chino.

El complicado horario del joven Agreste era un hecho conocido por todos y sabía que era difícil encontrar un hueco libre en su apretada agenda. Sin embargo, no podía evitar pensar que si el rubio hubiera estado verdaderamente interesado en ella hubiese buscado la manera de encontrar algún momento disponible para poder aceptar alguna de sus invitaciones. Así que, en el fondo, seguía siendo un rechazo. Uno menos doloroso, pero lo era al fin y al cabo.

Un Julio para FélixOnde histórias criam vida. Descubra agora