good myths; chanin

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greek mythology¡! au


Christopher conocía el río de Aqueronte de memoria, reconocía cada bifurcación del río de dolor con los ojos cerrados y podría describir a la perfección cada lúgubre esquina de éste, pues era el pasaje a su hogar que se conectaba con la tierra de los vivos y el Olimpo, esos lugares que tanto adora visitar a escondidas de su padres.

Una vez la barca de Caronte arribó a la orilla del mundo de los vivos, Chris le tendió una oscura moneda de ceniza que el pálido ser recibió sin reproches. El hijo de Hades bajo del pequeño barco de madera de un salto ágil pisando el firme piso e inhalando el aire lleno de vida que poseía la tierra.

Chan, como su madre adora llamarlo, comenzó a alejarse del río no sin antes dedicarle un ademán de despida a Caronte, quien sujetaba firme el palo de su barca, mismo palo en el que recargó su cabeza en espera de un alma errante que desease llegar al inframundo.

Su caminata se dirigió en dirección contraria del Olimpo, pues no deseaba ver a los dioses, lo que añoraba su alma era mirar los campos de flores tan llenos de colores y vida, todo lo contrario a su hogar del cual ahora ya estaba aburrido.

Caminó despacio en cuanto su cintura se rodeó de toda clase de brotes, desde lavandas hasta rosas brillantes. Las yemas de sus dedos rozaban con los pétalos matándolos en aquel proceso pero dejando esa suave textura sobre la piel de Christopher.

Inhaló y exhaló aquel aire lleno de aromas distintos pero agradables en un vano intento de sacar el funesto aire que cargaba consigo desde la tierra gobernada por Hades.

Su calma se vio interrumpida por un par de risas que no provenían de un lugar lejano adonde se encontraba de pie. Sus oscuros ojos se movieron curiosos por el espacio abierto tratando de localizar la fuente de aquellos sonidos tan llenos de felicidad.
Finalmente encontró de donde venían las risas, hallando a dos chicos que felizmente recogían flores. Pero sus ojos vacíos se concentraron sobre una figura.

Un chico de cabello castaño cargaba sobre sus brazos flores blancas y sobre su despeinado cabello tenía una rosa roja que parecía darle aún más vida a la imagen tan bella que ya entregaba. Sus vestimenta blanca parecía hecha de las mismas flores que recolectaba, las telas tan aperladas lograban que su piel denotase con un color único, no era un color pálido, era un color diferente, una tez de piel que decía vida por cada rincón y parecía tan cálida como el mismo fuego. 
El hijo del dios de los muertos quedó abrumado.

Se dirigió hacia aquel muchacho entre pasos lentos y callados tratando de no anunciar su llegada y que el ambiente tan lleno de vigor no se apagase.

—¿Planeas hacer lo que tu padre hizo con tu madre? —aquel enigmático chico habló aún sin mirar al rubio que estaba a unos metros de él. Al realizar aquella pregunta tomó del suelo un clavel blanco y lo colocó con el ramo de flores que cargaba sobre su mano derecha.

—Largo de aquí, hijo de Hades —el acompañante del chico castaño le habló con acritud.

—Jamás haría semejante fechoría —el rubio ignoró al pelinegro que ahora estaba de pie frente al castaño que continuaba su recolección con suma calma.

—¿Entonces que trae al futuro heredero del inframundo a un campo de flores? —el castaño finalmente le miró y el corazón hechizado de Chris latió con fuerza al momento que sus ojos se conectaron.

—Me gustan las flores —confesó con un vibrante color rojo en sus orejas.

—Soy Jeongin, hijo de Atenea —se presentó regalándole una suave inclinación acompañada de una tenue sonrisa—. El es Changbin, hijo de Ares —señaló al pelinegro que miraba desconfiado a Chris.

antología; skzWhere stories live. Discover now