Sin aliento, parte II

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Steve intentó dejar a Natasha sobre una camilla en el ala médica, pero la pelirroja se negó a soltarle, mientras continuaba sollozando sobre su pecho. El Capitán miró a Cho preocupado y después a sus compañeros. Pero la realidad es que nadie parecía saber como proceder, a no ser que la opción de Cho de inyectarle un calmante fuese realmente una opción.

Clint se adelantó a los demás y se acercó a Steve.

—Dejemos que se desahogue y se calme, después podremos hacerle la revisión —el arquero acarició la cabeza de su amiga, quien mantenía los ojos cerrados y temblaba con fuerza. Sabía lo que Nat odiaba los médicos, por lo que si intentaban proceder ahora, la cosa se iba a complicar bastante.

—Podría tener daños que requieran de cuidados inmediatos —dijo Tony contrariado.

—No necesito tocara para saber si tiene daños graves —explicó Cho, sacando un sensor de su bolsillo que paseó por el cuerpo de Natasha, en busca de cualquier daño que necesitase una rápida intervención, pero no encontró nada que no pudiese esperar hasta que la espía estuviese calmada—. ¿Veis? No hay nada de lo que preocuparse.

Obvió decirles qué tipos de daño tenía la pelirroja. Era algo delicado de explicar y no quería alterarles más de lo que ya estaban. Suficiente iba a tener con lo que lidiar ella cuando tuviese que curar a Natasha todas sus heridas.

—Entonces, ¿está bien? —preguntó Furia.

—Lo está. Y creo que deberíais de dejarle un poco de espacio. No creo que esté cómoda con todos mirando.

La necesidad de saber qué había pasado y asegurarse que estaba bien era igual de urgente para todos a partes iguales pero, antes de que pudiesen dudar, Wanda les hizo una señal para que saliesen todos de la zona médica. Ella se encargaría de contarles qué había pasado, obviando los detalles que solo Natasha tenía el derecho a contar.

Eso dejó a Steve, Nat y Helen solos. La doctora los condujo a una habitación de la zona y señaló a Steve el gran sillón de la estancia.

—Os dejaré a solas unos minutos para que se calme, avísame cuando quieras que empiece.

Steve asintió y fue a sentarse con Natasha.

—Cho —dijo antes de que la médica abandonase la habitación—. ¿Podrías traerme un poco de agua y una manta limpia?

—Claro.

La morena desapareció por la puerta y Steve se acomodó en el sillón. Estaba seguro de que Natasha había escuchado todo lo que habían estado hablando, pero la espía no había hecho ni un solo comentario. En vez de eso continuaba llorando sobre su pecho, temblando con fuerza. Con cuidado, el Capitán le intento quitar la manta, pero Natasha, al darse cuenta de sus intenciones, se aferró a ella con fuerza.

—Nat, solo quiero cambiar esta manta por otra —murmuró Steve, acariciando su pelo.

—No necesito otra manta... —dijo ella entre sollozos.

—Claro que sí, esta está sucia y rota.

Justo en ese momento Helen volvió a entrar en la habitación y dejó la manta limpia y una botella de agua justo en una mesa al lado del sillón. Después, volvió a desaparecer y entornó la puerta. La doctora sabía que Natasha se encontraba en estado de shock y si era a Steve a quien necesitaba, esperaría a que se calmase antes de ponerle una sola mano encima para revisarla.

Steve probó una táctica diferente. Se recostó sobre el respaldo y cambió a Natasha de posición, quedando esta sentada tan solo en su pierna derecha. La rodeó con el brazo derecho y ella escondió la cabeza contra el hueco de su cuello. Eso ocasionó que Natasha llevase su mano izquierda hasta el hombro contrario al que estaba apoyada, para continuar abrazada a Steve. Y así, la manta cayó por si sola, revelando un pijama de manga y pantalón corto en color gris.

Por lo poco que podía ver debido a su postura observó como el pijama estaba igual de sucio que ella y que su brazo y piernas estaban llenas de hematomas y arañazos. No pudo evitar preguntarse quién había retenido a Natasha y qué coño le había hecho. Y sintió la necesidad de hacerle saber que por fin estaba a salvo.

—Ya estás en casa, ya estás a salvo, Nat —murmuró, frotando con cuidado su espalda, para que no se asustase—. Te prometo que no voy a dejar que vuelvan a hacerte daño —la piel de la espía se sentía extraña bajo la camiseta, como si tuviese verdugones, y ella se encogió bajo su toque, lo que le hizo sospechar que tenía alguna clase de herida en reciente en la espalda—. Vas a estar bien, Nat. Te lo prometo.

La pelirroja suspiró con fuerza, intentando calmar sus sollozos. Sabía que había entrado en estado de shock, no controlaba su cuerpo, no era capaz de dejar de llorar y mucho menos de temblar. Su mente se había quedado en blanco y no recordaba como respirar de forma pausada. Pero la suave voz de Steve, su mano acariciando su cuerpo con cariño, aunque la hiciese estremecer de dolor, su cuerpo caliente contra el frío de ella... de algún modo estaba consiguiendo hacerla volver a la realidad.

Y el Capitán América lo noto, así que continuó hablando, diciéndole todo lo que se la pasase por la cabeza, hasta que los temblores de Natasha se convirtieron en pequeños espasmos irregulares y sus sollozos se terminaron por silenciar, aunque no sus lágrimas.

—¿Quieres un poco de agua?

La espía negó.

—Tengo frío...

Steve se maldijo a si mismo por haber olvidado la otra manta. La levantó un poco de su pecho para poder deshacerse de la vieja manta y la cambió por la nueva, limpia, suave y de color azul. Pero en cuanto Natasha la miró volvió a negar con la cabeza.

—Estoy sucia.

—Pero tienes frío, deja que te tape —intentó nuevamente echarla bajo sus hombros, pero la rusa se negó, removiéndose inquiera entre sus brazos.

Finalmente, Steve pudo observar su rostro y ambas miradas volvieron a colisionar.

Él dejó olvidada la manta, que cayó al suelo y se preocupó por limpiar las lágrimas de las mejillas de la espía, aunque nuevas las sustituyeron. Tenía los ojos rojos, los párpados hinchados y los labios hirritados. Además del ya conocido golpe en la sien y el arañazo en la mejilla izquierda.

—Está bien, Nat, todo está bien —le susurró, mientras la espía se perdía en la inmensidad del mar que tenía por ojos y se dejaba cuidar. Noto levemente que Steve tenía barba y unas pronunciadas ojeras, algo que no había visto nunca en su rostro. Y sin saber por qué, empezó a llorar con más fuerza nuevamente—. Eh, no llores, preciosa.

—Steve...

—Estoy aquí —murmuró, besando su mejilla con cuidado.

—No —la espía se apartó, negando con fuerza con la cabeza—. Estoy sucia.

—Para mí nunca vas a estar sucia, Nat —Steve fue a dejar otro beso en su mejilla, para afianzar sus palabras, pero se quedó parado al ver como Natasha volvía a soltar un fuerte sollozo mientras cerraba los ojos con fuerza. Se llevo la mano a la boca, para acallarse a sí misma y terminó por mordérsela con fuerza antes de que a Steve le diese tiempo a reaccionar siquiera.

—¡Ehhh! —susurró, quitándole la mano de la boca y abrazándola con fuerza para inmovilizarle los brazos. Así no podría volver a hacerse daño.

En el fondo de su mente, Natasha se preguntó en qué momento había pasado de querer taparse la boca a morderse la mano.

—Estoy sucia. Estoy sucia... —repitió sollozando.

—Shhhh... Tranquila —se meció con ella y apoyó sus labios contra su sien—. Todo irá bien, Nat, todo va a salir bien.

La rusa cerró los ojos con fuerza y se dejó ir con los movimientos de Steve, preguntándose qué había hecho para merecer el cuidado de semejante hombre. 


19 de diciembre de 2019

Romanogers: Little storiesWhere stories live. Discover now