Vuelve a la cama

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Dedicatoria: Para una amiga que está un poco triste. Irás a Londres algún día, preciosa mía, y cumplirás tu sueño. Lo prometo.

La noche había caído y con ella la lluvia que había estado amenazando todo el día

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La noche había caído y con ella la lluvia que había estado amenazando todo el día. Bendita sea la hora que había una habitación libre en ese hotel, o seguirían en la calle, siendo perseguidos por una banda de narcotraficantes y con la moto de Natasha como única forma de desplazamiento.

La Viuda Negra salió del baño tan solo con una camiseta blanca de hombre, una de las pocas prendas limpia y seca que les quedaba en la pequeña mochila que llevaban consigo. Se tumbó en la amplia cama de matrimonio y gimió al probar el mullido colchón. Sus adoloridos músculos agradecieron al instante que por fin les diese un momento de descanso.

Entonces se giró hacia su acompañante.

―Deja de mirar por la ventana, nadie nos está siguiendo ―dijo, viendo como Steve observaba el exterior desde una esquina del amplio ventanal. El Capitán América se giró a verla y recorrió el largo de sus piernas desnudas con la mirada―. Trae tu bonito trasero aquí, soldado. Es una orden.

Natasha palmeó el colchón.

―Sí, señora.

Con una sonrisa se separó de la ventana y llegó hasta la cama, tumbándose a su lado.

―Eso está mejor.

Natasha tiró de la camiseta del pijama de Steve hasta tenerle sobre ella, para después rodear sus caderas con las piernas y meter las manos por debajo de su camiseta hasta recorrer la piel de su espalda.

―Noto cierta posesión ―se burló el Capitán.

―En realidad es falta de mimos.

―Creo que puedo hacerme cargo de eso ―besó la nariz de Natasha y después sus labios con suavidad, haciendo la que espía alzase sus caderas para chocar con las de él.

Hacía tiempo que no disfrutaban juntos de una cama tan grande y cómoda.

Pero Steve se separó de sus labios y la miró contrariado.

―Has dicho mimos, no sexo.

―Amor, los mimos incluyen sexo ―dijo la pelirroja de forma socarrona, llevando sus manos hasta el culo de América y apretándolo con fuerza.

Eso hizo a Steve soltar un jadeo, pero se recompuso al momento.

―Nat, te voy a hacer daño ―besó sus labios de forma casta―. Y ya se te han abierto dos veces los puntos de la herida del costado.

Cuatro días atrás Natasha había sido acuchillada con un hierro oxidado en el costado izquierdo y debido a los sucesos de las últimas cuarenta y ocho horas, Steve había tenido que volver a coserle dos veces la herida. Además, la espía tenía magulladuras por todo el cuerpo que la hacían encogerse de dolor a cada movimiento debido a una mala caída desde una segunda planta.

Romanogers: Little storiesWhere stories live. Discover now