Encontrarme

608 26 4
                                    

AITANA:

"Ya he llegado a casa, todo bien. Buenas noches ", este mensaje, acompañado con un emoticono que lanza un beso es lo que le he enviado a Carlos cuando he llegado a casa hace dos minutos. Me ha dejado bien claro que no me dejaba ir si no le hacía la promesa de que le avisaría cuando estuviera detrás de la puerta de mi casa. Casi nunca hay gente en el pueblo, en este no. En el mío, donde vivo, sí. Pero mañana comienzan las fiestas y es mucha la gente que se recoge durante esta semana aquí. Y con el calor que hace no es raro ver gente por las calles, sobretodo jóvenes, quizás unos años mayores que yo, bebiendo y riendo. Y Carlos no estaba tranquilo.

Estoy muy ilusionada con las fiestas, como cada año. Me encanta ayudar a organizar todo y también a controlar un poco a los más pequeños. Al ser pocos todo el mundo debe contribuir a que todo salga bien, y evidentemente la gente mayor pocas cosas puede hacer.

No tengo sueño, nada. Miro el móvil, al que no he hecho caso durante el día. Hay poca cobertura, y llamar casi es imposible, pero algún mensaje puedo recibir, y enviar. Es Luis. Me da las buenas noches, espera que esté bien y me dice que me echa de menos. Le envío un corazón y una luna. Me siento en la cama, en posición de india, sigo sin tener sueño. Veo la luna desde donde estoy, casi llena. Cierro la luz pero la estancia queda iluminada por su claridad.

La casa está completamente en silencio, todo el mundo duerme, incluso Bella. Es tarde.

Pienso, el pueblo me hace pensar. En los mensaje que tengo que enviar a mis amigos cuando vuelvo por la noche en casa. El miedo de sentir alguien que te sigue, que te pisa los talones. Caminar rápido y mirando atrás por miedo a que alguien te haga daño, a que aquellas noticias que se ven en la televisión en pobres chicas se hagan realidad en ti misma. En que mi nombre resuene en boca de todos. Tengo miedo de la injusticia en que las chicas vivimos, todas y cada una de nosotras.

Escuchar o incluso tener conversaciones donde compartes tus vivencias y tus consejos para prevenir posibles abusos. Ir por la calle y escuchar silbidos o palabras que deberían ser bonitas y se convierten en lo contrario. O simplemente, palabras que todo el mundo utiliza sin darse cuenta y que dejan inferiores a las mujeres.

Los recuerdos pasan por mi mente demasiado rápido. Ese día, esa noche. Aquel noviembre. Era fiesta. La gente estaba en la calle a pesar del frío que hacía. Andaba sola. Pero no pasó nada. Hasta que la encontré.


Marta venía a pasar unos días en casa. Hacía demasiado tiempo que no nos veíamos, desde el verano. Habíamos compartido toda la infancia. Vivíamos frente a frente. Hasta que tuvo doce años. Hasta el día que nos anunciaron que tenían que irse, que su tía se había puesto enferma y la debían cuidar. Su tía vivía en Inglaterra. Medio año después me llamó llorando, le había dicho adiós aquella misma madrugada, un adiós para siempre. Las dos pensamos que nos volveríamos a ver cada día, que la casa de enfrente volvería a estar habitada por aquella chica de pelo castaño con quien había compartido todos mis días. Pero no, sus padres decidieron quedarse allí. En verano volvía. Y hoy también.

El abrazo que nos hicimos fue mágico. Decidimos sentarnos en un banco bajo la luz de una farola, en un lugar no muy apartado de la gente que cruzaba la calle. Decidimos contarnos todo lo que habíamos hecho desde la última vez que habíamos hablado vía Skype, antes de entrar en el pabellón y reencontrarnos con mis amigos, con los nuestros.

Estuvimos rato hablando, nuestras manos heladas y la nariz roja. Hasta que el banco de al lado fue ocupado. Tres chicos, un par de años más grandes, bebidos quizás. Estuvieron unos minutos hablando entre ellos, entonces se dirigieron a nosotras. Intentamos ignorarlos, se acercaron unos pasos más. Los avisé que llamaría a la policía, pero la advertencia la pasaron por alto. Estaban a escasos centímetros de nosotras. Marta recibió una casi-caricia en la cara, casi porque tiró atrás chocando con el banco. No dudé en coger mi móvil, mi mente iba demasiado rápido. Mi amiga me cogía la mano y me miraba nerviosa. Yo intentaba mantener la postura. Marqué el primer número que se encontraba en las últimas llamadas. Y dentro de mí sólo había el deseo de que la voz sonara al otro lado, de que contestara.

Le expliqué la situación como si se tratara de la auténtica policía. La voz de Luis cada vez sonaba más nerviosa, me dijo que venía. Que no tardaría. Que continuara hablando. Intenté calmar mi respiración y sonar lo más formal posible. Los chicos nos dijeron cuatro cosas más y finalmente se fueron rápido. Nos fundimos los tres en un abrazo cuando Luis apareció. Los ojos de Marta brillaban por las lágrimas contenidas, mi cuerpo empezaba a temblar aceptando lo que acababa de pasar.

Decidimos terminar allí esa noche, ya habíamos tenido suficiente. Al día siguiente sería otro día. Luis nos acompañó a casa. Ella avisó a su familia de que se quedaba a dormir en mi casa, a escasos metros de su antigua habitación. La que seguía siendo suya los días que pasaba aquí. Ese día prometimos empezar una costumbre ya habitual en nosotras, y que no debería serlo. Aunque nos separaran miles de kilómetros, si salíamos de noche y teníamos la necesidad de llamarnos para tener constancia de llegar bien a casa lo haríamos. Y así lo seguimos haciendo.


Una lágrima recorre mis mejillas. La echo de menos. Le envío un mensaje confesándole mi añoranza y añadiendo lo mucho que la quiero. Aunque ya lo sabe. Miro la pantalla durante unos minutos esperando que conteste pero la hora me da constancia de que no lo hará, que es demasiado tarde. Miro una foto que hay encima del escritorio. Salimos las dos y Bella, el año pasado. Esto me recuerda que no falta tanto para que la vea. Que cuando vuelva a casa en una semana ella estará allí esperándome. Mi rostro se ilumina.

Me tumbo en la cama y cierro los ojos para intentar dormir. Media hora después, frustrada los vuelvo a abrir. No puedo.

Dentro de mí siento un gran vacío. Las lágrimas vuelven a brotar e intento ahogar los sollozos que se me escapan. Me levanto. Siento impotencia. Y realmente no entiendo el motivo. Quizás es que hace mucho tiempo que guardo demasiados sentimientos dentro de mí. Quizás porque echo de menos a la estrella que ahora admiro desde mi ventana. La que descansa junto a la luna y que hasta hace unos meses sonreía a mi lado. Mi mano tocando el cristal, intentando retener su luz, la de su estrella.

Quizás siento impotencia porque hace demasiado tiempo que tengo una presión constante. Y hace demasiado tiempo que no conseguía encontrarme a mí misma. Hace tiempo que siento que me falta algo o que tengo que cambiar algo dentro de mí. Pero me obligo a repetirme, bajo la luz de los que ya no están, que todo irá bien. Que algún día todo irá bien. Y que los que están, los que aún puedo disfrutar y ver cómo ríen a mi lado, me cuidan y me quieren tanto o más como yo a ellos. Mi familia, Miriam y Roi, Marta, Luis... Y este último, este último me está pintando la vida de otro color.

Y con estos pensamientos, y las mejillas todavía un poco húmedas, logro cerrar los ojos y caer en un sueño profundo. Hasta que los rayos del sol y el canto del gallo anuncian un nuevo día. Y veo en la pantalla del móvil como Marta me dice que me quiere todos los kilómetros que ahora mismo nos separan multiplicados por infinito.



Un capítulo más reflexivo donde Aitana nos cuenta su experiencia, experiencias que creo que podemos contar todas. Quería poder darle un poco de voz a todo lo que ocurre.

También aparece Marta, que puede que sea clave en la historia. O no. ¿Qué creéis?

Ya falta poco para que vuelvan a estar todos juntos otra vez. ¿Qué planes tendrán? ¿Sabe Aitana de la existencia de Paula?

Desde aquí os doy las gracias por leerme y estar detrás de la pantalla cada vez que subo un nuevo capítulo. ¡Estoy encantada de ver que os gusta! Si tenéis cualquier duda, opinión o deseo no dudéis en contármelo, ¡no sabéis lo mucho que me gusta leeros!

Y ahora sí, ¡FELIZ NAVIDAD! ¡Os envío mis mejores deseos de felicidad, salud i paz!

Lia


MI REINOWhere stories live. Discover now