Capítulo 3

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Hillary no podía dar crédito a lo que pasó hace unos minutos. El hombre que la había descubierto en su propio baño lo encontraba atractivo, sí, pero eso no quitaba su personalidad arrogante.

Con la cabeza a mil revoluciones por minuto, después de cambiarse de ropa, decidió salir a caminar con el propósito de recorrer un poco la ciudad y tratar de borrar la extraña idea que la carcomía sobre el rubio mirándola con ojos de deseo. Sin embargo, tuvo que admitir que tenía unos ojos preciosos, y quizás su forma de conquista le habría resultado a cualquier otra chica. Pero a ella simplemente no le llamó la atención.

Mientras entraba abruptamente al pasillo de los ascensores, tuvo el infortunio de chocar cara a cara con alguien, propinándose un fuerte golpe en la cabeza y haciendo -quien sea la persona con la que chocó- que cayera al suelo. Hillary frotó su frente con dolor y se percató de un muchacho de ojos castaños que la miraban con el ceño fruncido.

—Oh, Dios, lo siento mucho —se disculpó con toda la vergüenza sobre sus hombros mientras le tendía su mano para que se levantara.

—No te preocupes, quizás ambos andábamos distraídos —el castaño le aseguró con una sonrisa a medida que se levantaba de un salto.

—Bueno, sí —ella confesó rodeando los ojos, recordando la escena del baño—. De verdad lo siento, fui una tonta.

—Ya no importa, en serio —habló haciendo un gesto con la mano como si dejaran ya el tema atrás.

Luego de eso, ella se adentró al ascensor y presionó el botón del primer piso y antes de que se cerraran las puertas le dedicó al muchacho una sonrisa tímida.

Se apoyó en la pared una vez que estuvo completamente sola, y no dejaba de pensar en que era un desastre. Recordaba que siempre fue una chica con mala suerte a la hora de conocer o interactuar con cualquier tipo de persona y terminaba arruinando todo. Era por esta misma razón que no era muy afín a las relaciones amorosas. Y si lograba una, no tenía una duración máxima de dos meses.

Pero para Hillary no era un problema. Podía vivir perfectamente sola, pero los caprichos de su madre se lo impedían, ya que esperaba a que se casara y tuviera hijos, pero con el paso que va, Hillary dudaba que fuera a ocurrir en algún futuro cercano. Además, debido al cáncer, quizás su madre nunca pueda verla formando una familia y tan sólo pensar en aquello a Hillary le daban escalofríos por todo su cuerpo.

Sacudió su cabeza y en cuanto las puertas se abrieron, salió del ascensor con aire distraído, dirigiéndose inmediatamente hacia la salida del hotel.

El día mostraba indicios de que pronto anochecerá, por lo que decidió no caminar mucho. Comenzó a recordar lo que le contó Aqeeb sobre Botsuana: a pesar de que el país estaba cubierto en su mayoría por un desierto, contaba también con varias Sabanas alrededor de la ciudad en la que estaba, que ella deseaba conocer con vehemencia. Sin embargo, debido a la distancia que varias compartían, cayó en la Reserva Natural de Mokolodi, a 12 kilómetros de Gaborone, la capital de Botsuana y donde se estaba quedando Hillary. Maravillada con la ciudad, se hacía la ciega a las miradas de los ciudadanos que la observaban de pies a cabeza, como si nunca hubieran visto una chica de tez pálida.

Se detuvo en un pequeño puesto de comida para comprarse alguna porquería que llenara su estómago en esos momentos, tras un día largo de trabajo. Habían tres personas antes que ella, por lo que tuvo que esperar en la fila para poder pagar lo que correspondía. Durante ese tiempo, observó a su alrededor, deteniéndose en una pequeña figura al otro lado de la calle. Se trataba de una niña con aspecto demacrado, vestida con ropa vieja y sucia, y aparentaba de unos nueve o diez años de edad. Notaba que la pequeña miraba atentamente a las personas que pasaban, con su pequeña mano alzada, esperando posiblemente a que en ésta cayera algo de dinero o comida. Mas nadie la tomaba en cuenta, y una chispa de piedad y lástima se encendió en el interior de Hillary.

Dear AfricaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora