Capítulo 2

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El niño continuó sus visitas con Fausto casi todos los días; los días libres siendo las excepciones. Cuando llegaron las vacaciones de verano, el niño, en contraste con sus demás compañeros, se encontró desconsolado.

A pesar de las constantes burlas e insultos que sufría en su escuela, el tiempo que tenía con su mejor amigo lo compensaba; ahora no estaba seguro de qué iba a hacer sin esas reuniones de amistad que apreciaba con tanto cariño.

En el último día de clases, el niño tuvo lágrimas cayendo por sus mejillas al tener que despedirse.

"Sólo son dos meses; el tiempo pasará rápido, te lo aseguro. Además, en tu casa nadie te puede molestar como aquí", dijo Fausto, tratando de confortarlo.

"Pero en mi casa no estás—"

El niño paró de hablar cuando escuchó una voz: era su madre.

En cuanto las llamadas llegaron a los oídos del niño, los árboles que se habían acercado a protegerlo regresaron a sus lugares originales y el sol que anteriormente fue escondido se reveló de nuevo.

"¿Qué estás haciendo aquí? ¿Por qué estás llorando? ¿Estás bien?" Le preguntó su madre, su preocupación evidente en el tono de voz.

El niño no contestó. Su madre comenzó a guiarlo hacia la salida de la escuela, cuando, repentinamente, el niño vio algo brillar de reojo. Se soltó de los brazos de su madre y corrió de retorno.

En el suelo, donde sus lágrimas habían caído, se encontraba una flor de loto, con centro de oro y pétalos de perla. Tomó la bella flor y la abrazó a su pecho suavemente, cuidando no aplastarla.

"Que extraño; flores de loto no crecen en tierra, crecen en agua", comentó su madre, quedando desconcertada al ver la flor que cargaba su hijo.

El niño, sin pronunciar palabra alguna, dio la vuelta y caminó hacia la salida. Su madre lo siguió con miles de preguntas en su mente, las cuales después decidió simplemente ignorar.

...

En los primeros días de sus vacaciones, el niño pasaba su tiempo mirando a través de la ventana de su cuarto, en un ensueño sobre todas las preguntas que tenía para Fausto y los miles de respuestas posibles que podría contestar; todo para satisfacer la curiosidad del pequeño niño.

Cansado del aburrimiento, el niño de repente tuvo una idea: preguntaría todas sus dudas a sus padres. ¡Ellos sabían todo! No sabía por qué no había pensado en esto antes. Entonces, se levantó inmediatamente y corrió por la casa hasta encontrar a alguno de sus padres.

Encontró a su padre primero y decidió preguntarle sobre algo que había estado pensando por mucho tiempo:

"Papá, ¿de dónde vienen los bebés?"

Su padre se mostró muy incómodo en ese momento.

"Pues, pues... Cuando un hombre y una mujer se aman mucho... aparece un bebé. Así nacen los bebés"

Esto hizo que el niño tuviera otra duda:

"Pero, ¿qué tal dos hombres o dos mujeres? ¿Ellos no pueden amarse mucho y tener un bebé?"

Su padre se molestó mucho y gritó:

"¡POR SUPUESTO QUE NO! ¡Y NO QUIERO VOLVER A ESCUCHARTE DECIR ALGO ASÍ! ¿ENTENDISTE?"

El niño se fue corriendo, tratando de no llorar, más perplejo y asustado que nunca.

En el camino vio a su madre, sin embargo, ella no parecía saber qué decir y se mantuvo callada.

Un NiñoWhere stories live. Discover now