III

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Las noches y los días prosiguieron. Las horas se consumían, como la luz de las velas en una fría noche de enero. Era una de esas noches. Afuera nevaba. La señorita Lucy simplemente se olvidó de adquirir más velas. Las velas se habían acabado. La nieve se acumulaba afuera. La oscuridad entraba a baldes en las habitaciones.

Jonathan permanecía quieto, arropado en su cama. No pretendía moverse. No existía siquiera la luz de las estrellas, pues, todo estaba oculto tras un manto de nubes. No había más que esperar hasta el día siguiente.

En el sopor repentino que le sobrevino esa misma noche, escuchó los pasos tímidos en el pasillo. No se alarmó, estaba acostumbrado a las historias de fantasmas de Charlotte y a sus bromas pesadas. Dejó que el sopor se lo llevase.

Sus sueños fueron interrumpidos a las siete de la madrugada, cuando el sol estaba mostrando sus primeros rayos. Las penumbras aún eran abundantes. Oculto entre las tinieblas estaba el temible von Hannoven, con su arma empuñada. Lucía pálido y transparente. Cargaba una bala en la pistola. Lo hacía con una parsimonia casi asquerosa. Sus dedos gruesos se pasaban por la madera de la bendita pistola. Los rayos comenzaban a filtrarse. Hannoven estaba a punto de acabar con la vida de Jonathan Smith.

Un cuervo irrumpió en la escena. El fantasma, asustado, se diseminó. El ave negra observó a Jonathan.

—¡Sombras! ¡Sombras! ¡Cuidado! —Gritó el pájaro antes de elevar vuelo sobre el amanecer reticente.

Jonathan se acercó corriendo. Vislumbró el sol iluminar el paisaje nevado. El blanco imperaba como una plaga. Las coníferas, los claros y los tejados de la casa estaban cubiertos de aquella espesa —y pesada— materia blanca.

El cuervo no estaba por ninguna parte. En la lejanía no se observaba nada. Sólo el sol mostrando su faz. 


Muerte revocadaWhere stories live. Discover now