IV

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—¡Charlotte! ¡No tienes ideas de las desgracias que atentan mi vida! —Comentó el comerciante en el desayuno, mientras tomaba su café.

—¡Hermano mío! ¡Cuéntame! No me dejes esperando. No ocultes tus penas, ¡sólo atraerán las miasmas! ¡Qué terrible! ¡Imaginate! ¡No queremos que la muerte nos visite! No en estos días. No comenzando un año. —Habló limpiándose las lágrimas que afloraron de sus ojos. La pobre Charlotte era muy sensible, era como una bella rosa que se deja al rayo del sol en verano, ¡fácil de marchitar!

—He visto el fantasma de von Hannoven merodeando esta casa. Necesitamos huir, antes de que cosas terribles ocurran.

—¡Ni hablar! —Elevó la voz la tierna hermana de Jonathan. El comerciante se quedó perplejo. ¡Su hermana había levantado la voz! —Es decir, —recompuso su semblante—llevamos al difunto a donde sea. No hay modo de deshacerse de él.

Jonathan sollozó sobre su desayuno. Tomó el pañuelo morado de seda y se limpió las lágrimas. Le faltaba el aire.

—¡Oh! ¡Hermana mía! ¡Soy tan desgraciado! ¡Desearía que todo esto fuera mentir! ¿Qué sería de mí si algo te sucediese? ¿Qué sería de tu vida si desaparezco? —Se retiró a su cuarto, desapareció de la escena durante toda la tarde.

Muerte revocadaWhere stories live. Discover now