Part 25

1.6K 122 2
                                    

Mi padre estaba a salvo.


Realmente me sentía muy contenta, solo quedaba quitarle el hechizo a Nat para completar mi felicidad.

Mi Nat...

Es tan noble, tan mimosa, tan protectora, tan buena persona que no puedo creer que el destino le haya jugado mal. Pero íbamos a cambiarlo.

Estaba plantando las raíces que habíamos traído de nuestra aventura por el bosque y había quedado con Natalia que iríamos un rato al río ya que hacía buen tiempo.

Oí risas, sin duda eran los hermanos Lacunza, venían como todos los días de correr y los últimos días había sido inevitable que mis ojos pasarán por desapercibido el abdomen tan marcado que se le había formado a Natalia. Lo tonificadas que estaban sus largas piernas, sus brazos... Basta, Alba. 

Pero las venas de sus brazos, uf...

YA. No era plan que me encontrara babeando.

- ¡Cuñada!.- me saludó Santi. El chico había cogido forma muy rápido, ya no era el enclenque que llegó aquí. Entendía perfectamente a Marina pero no podía hacer nada frente a su hermana.

- ¡Santi! ¿Qué tal el entrenamiento?.- pregunté mientras veía como Natalia venía mucho más retrasada.

- Uf, solo quiero una ducha y descansar.- dijo y se giró para ver a su hermana llegar.

- Hola, cariño.- su voz, su sonrisa, la mueca que hizo al terminar de hablar. ¿Estaba enamorada? Sí.

- Hola, mi amor.- le respondí con una sonrisa tonta.

- Yo sobro, os dejo solas tortolitas.- dijo Santi y solo atiné a despedirlo con un movimiento de mano.

Volví a posar mi mirada en la morena de ojos chocolate, la encontré quitándose una mochila y dejándola hacia un lado.

- ¿Cómo vas? ¿Pudiste plantar todas?.- preguntó Natalia mientras se acercaba a mi.

- Sí, estoy súper emocionada. Espero que todas puedan crecer en este suelo, a veces, hay plantas especiales.- dije mirándola a los ojos, había cortado todo el espacio entre nosotras mientras hablaba y me acariciaba el rostro.

- Hola.- susurró cerca a mí labios y eliminó la distancia.

Cerré mis ojos al sentir el movimiento de estos, eran cálidos, esponjositos, como nubecitas y se movían suavemente sobre los labios. Posó sus manos en mis caderas y me pegó a ella, no pude evitar lanzar un gruñido por el impacto de nuestros cuerpos. Este tipo de cosas acaloraba mi cuerpo...

Se separó de mí con una sonrisa. La muy cabrona sabía qué teclas tocar para provocar ciertas cosas en mi pero si quería jugar, no iba a impedirlo.

- ¿Te ayudo o has acabado?.- me preguntó mientras echaba una mirada hacia la tierra removida que yacía a mi lado.

- He terminado un poco antes que llegaran, ¿Lista para darnos un bañito?.- repliqué mientras me quitaba los guantes y los protectores.

- Siempre estoy lista, Albi.- dijo con una sonrisa que me dejaba observar sus pequeña fila de dientecitos blancos. Me la comía. No literalmente, claro... Pero, se entiende lo que quiero decir.

- Bien, ¿vamos al lado de las mandrágoras? O... ¿prefieres este lugar?.- pregunté.

Solía tener una gran variedad de tipos de plantas, mi padre me había inculcado el amor y el respeto hacia ellas. Si bien es cierto, teníamos un huerto cerca de casa había preferido las zonas junto al río para colocar mis brotes. Había empezado con un par de hierbas para probar y con el tiempo estás habían pasado a ser 63 tipos distintas.
Las últimas y las que más horas de trabajo me habían dado, eran las mandrágoras. Marina decía que les daba mal rollo por la forma de las raíces pero eran algo así como mis hijas y les tenía un cariño especial.

mandrágoraWhere stories live. Discover now