Mi nombre es Christian Grey, tengo 27 años y soy el reconocido multimillonario y soltero de todo Seattle. En la actualidad, me considero un hombre frío, solitario y amargado. Esto es por dos razones: mi desconfianza hacia las mujeres, y lo otro es...
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'POV' ANASTASIA.
Estoy sentada bajo un árbol cubriendome del sol, el cual por cierto; aunque está muy intenso y en su máximo esplendor, se ve y se siente maravillosamente bien. Mientras yo, estoy muy enganchada leyendo uno de mis tantos libros favoritos "Orgullo y Prejuicio"; Amy, está a unos cuantos pasos de mí, recogiendo algunas manzanas que caen de aquel árbol donde me encuentro.
— ¡Papi! — escucho chillar emocionada a mi pequeña. Frunzo el ceño. Al levantar la mirada, me quedo petrificada por ver al hombre que Amy llama papá.
— Christian — susurro sin poder salir de mi asombro pero a la vez estoy muy feliz. Él me sonríe desde la distancia en donde se encuentra.
Sin poder evitarlo, bobamente suelto un suspiro por verlo ahí tan hermoso como siempre, aun estando en aquella silla de ruedas, no cambia en nada mis sentimientos hacia él.
— ¿Cómo están mis hermosas nenas? — pregunta con esa sonrisa moja - bragas que me tiene locamente enamorada. Y es cuando llega a donde estamos nosotras.
Me levanto de un salto para lanzarme a los brazos de mi Christian.
— Ahora que estas con nosotras, estamos perfectamente, cariño — le susurro dándole un dulce beso en los labios. Lo escucho suspirar en medio del beso, lo que provoca en mí una estúpida sonrisa. — ¿Verdad que sí, bebé?.
— Si, papi. Que bueno que viniste — le dice Amy dándole un sonoro beso en la mejilla a su papá. — Te quiero papi — le susurra bajito sólo para él. Christian sonríe embobado por nuestra pequeña Amy.
Estoy segura que donde quiera que esté mi padre, esta muy feliz por nosotras y más aún por estar a lado de tan maravilloso hombre. Simplemente, lo amo. Amo a Christian Grey.
— Te quiero mi Christian — le digo mirandole a los ojos, y en ellos veo muchas emociones, las mismas que estoy segura puede ver en los míos. Entre ellas predomina, el inmenso amor que nos tenemos.
Él no me responde al instante, pero a cambio me besa con todo el amor del mundo. — Te quiero mi Ana — dice sin despegar sus labios de los míos. Es un beso tierno, delicado, apasionado, necesitado. Y yo se lo correspondo con la misma intensidad, disfrutando de este momento de felicidad y paz.
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Despierto algo aturdida y malhumorada por haberme despertado. Me incorporo y desvío mi atención al culpable de interrumpir el mejor sueño que he tenido en toda mi vida.
¡Maldito celular!.
Al revisarlo, me encuentro con un par de llamadas perdidas de Elliot y un mensaje, el cual dice:
"Steele. Amy y tú están invitadas para el almuerzo familiar de fin de semana en casa. Las esperamos. Hasta más tarde, hermosuras.
