8. Cruzados.

135K 6.3K 776
                                    

Sábado, 22 de septiembre del 2012. 
 

En el cuarto mes y ante las insistentes preguntas de muchos, Nathan y yo habíamos acordado que el Baby Shower de Georgie sería cuando él estuviera con nosotros y conociéramos su sexo. Por lo que nos negamos a aceptar regalos hasta la misma fecha. Queríamos que cuando la gente escogiera algo para él supiera qué.  

Y que el presente fuera usado.  

Con Madison había vivido la experiencia de no saber qué hacer con algún que otro conjunto azul con estampado deportivo,  más que donarlo.  

Extendí mi mano y pasé mis dedos por su cabecita sin presionar, sin querer despertarle. El pobrecito había comido mucho y ahora se echaba un sueñito, boca abajo sobre una manta en la cama de nuestra habitación. Me reí con su cachete aplastado contra la superficie y con su boquita de pececito. Se veía como todo un galán dentro de su pijama de algodón con corbata bordada. Me encantaba el contraste de su cabello con su blanquecina piel, su carita de bebé me hipnotizaba. Era todo un muñeco, una pequeña copia mía y de Nathan. Pero sobre todo mía.  

Solo con verlo me hinchaba de amor como un globo de helio, volando hasta desaparecer en el cielo y explotar de felicidad. Lo amaba, lo adoraba. ¿Cómo no hacerlo cuando había pasado nueve meses dentro de mí, sin no contaba ese tiempito menos? ¿Cómo no hacerlo cuando provenía de algo que tanto me importaba cómo nada en el mundo? ¿Cuándo formaba, junto con Maddie, parte de ello? 

No aparté mi atención de él mientras terminaba de cambiar mi pijama por un jersey gris y unos jeans. Ya me sentía mejor con respecto a mi cuerpo, ya algunas prendas me entraban como debían. Sin tener que dar saltos o respirar profundo, cosa más complicada que entrar en labor de parto. Estaba lejos de ser esbelta, pero tampoco era un osito llorón. Tal vez una perezosa.  

—Todos esperan apretarle las mejillas al bebé —dijo Marie desde el pasillo, empleando un tono que dejaba entender que no entendía el alboroto.   

—Está dormido. No lo despertaré.  

No había sonado agradable, ni mucho menos. Me volví a sentar sobre el colchón, infeliz ante la idea de que le molestaran. En la noche casi no dormía y temía que se secara de tanto llorar. Así que mientras más comiera y durmiera mejor. Para él y para mí.  

—Entonces ve. —Marie me tomó por sorpresa entrando en la habitación con sus Jimmy Choo de cintas cafés y vestido de cerezas con estampado de cerezas. Nada fresa al ser usado por ella, pero si lindo—. Anda.  

Alcé una ceja con incertidumbre cuando me la imaginé en una pasarela. O de puntas en un escenario. Ni idea de cómo podía caminar sobre aquello sin caerse, tal vez su equilibrio era sobre humano por el ballet. Yo adoraba usar zapatos altos, pero durante el embarazo eso podría ser considerado una tortura. Así que en estos momentos empezaba a acostumbrarme a la altura extra con unos botines.  

—No, no lo dejaré. Está muy pequeñito. —Me acerqué un poco más a George, acostándome en posición fetal con él en medio e imitando una cápsula protectora contra objetos exteriores—. Que esperen. Seguro tardará media hora en despertar.  

—Son las nueve de la noche, Rachel. —Se dirigió más hacia nosotros, ocupando un espacio junto a mi bebé—. Al menos baja tú, él no se autodestruirá porque estés en la sala. Han pasado dos semanas, ya es hora de que vayas y hables con gente adulta. Tu bebé estará bien. Yo me quedo.  

—He hablado con Nathan. —Fruncí el ceño y lo envolví aún más—. Y contigo y los demás por mensajes. También los he llamado...  

—Corrección; es hora de que hables con personas, cara a cara, que no sean ni el padre de tus bebés, ni tus bebés, ni por medio de una pantalla. —Le dio un vistazo, cómo pudo, al pequeño Georgie. Él seguía durmiendo cómo si nada—. Solo será media hora. Además, solo dormirá ¿no? No hay problema.  

Extras de DE ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora