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Hoy fue uno de esos días en los que me levanté temprano y de alguna manera me sentí renovada. Como si el sueño hubiera sido efectivo y me ayudara a depurar las cosas negativas para despertar más desintoxicada. Fue una sensación similar al haber recién hecho el amor, o comparado con el salir de un largo viaje de la playa para llegar a tu casa. De esas sensaciones en las que nada me podía disgustar y me sentía agradecida por estar viva. De pequeña, recuerdo que mi madre solía llevarme a practicar deporte y desde temprana edad fue un hábito que adquirí. Primero por imposición porque mi madre de cierto modo dedicaba unas horas a la semana exclusivo a esta actividad (que en mi caso fue ballet) y más tarde por gusto. Porque no solo al hacerlo me sentía mejor, si no que me veía también mejor. El ejercicio erguía varios de mis músculos y me daba una figura que me resultaba muy cautivadora por lo cual decidí seguir haciéndolo. Hoy por ser un día agradable decidí salir a correr justo como otros días. Quería respirar aire puro, aire freso, quería ver a las personas pasar. Quería ver sus rostros y me encontré con unos que tenían cara de cansancio, otros con cara de preocupación, otros más medio dormidos.

Corrí alrededor de cuarenta minutos, pues es lo que mi cuerpo aguanta en una rutina de recreación, sin ningún tipo de esfuerzo extra para considerarlo como para prepararse para una carrera o para trabajar más una parte de mi cuerpo. Cuarenta minutos a mi consideración es la duración adecuada para perturbar mi ritmo cardiaco como mi respiración y pueda sentir la oxitocina en mi cerebro. Después de este ejercicio matutino decidí regresar a casa. Pase por un puesto ambulante donde venden jugos preparados y compre uno de zanahoria para acompañar mi desayuno. Huevos a la mexicana, un poco de frijoles, papas fritas, mi jugo de zanahoria y una pequeña taza de café con pan tostado. Justo como he aprendido a mis veintidós años de vida. Uno tiene que saber gozar y disfrutas de los placeres que este mundo nos ofrece y yo no soy una persona estoica. Por lo cual, si tengo la oportunidad de disfrutar algún placer, no me quedo con las ganas y prefiero acometerlo. A mis veintidós años estoy lejos de la casa de mis padres, el desayuno fue una actividad que compartíamos cuando estábamos juntos todos los días. A ellos les gustaba ver las noticias mientras comíamos. Cuando estaba por empezar mi desayuno no pude evitar el prender las noticias y recordar tiempos pasados, me hace sentir tan bien. Me hacia pensar en ellos y todas las cosas que me enseñaron. Una de las ventajas de la universidad es que los horarios no son tan rígidos como lo son en la primaria o la secundaria. Aquí estos varían dependiendo de varios factores que no tienen importancia. Mis clases se acercaban, aún estaba a tiempo. Recogí ligeramente las cosas que ocupe y me duche para quitarme todo el sudor que había en mi cuerpo. Me cambié y me dirigí a la escuela.

Mi vida dentro de los horarios de la escuela en verdad es muy monótona, no hay mucha diferencia entre estos, la monotonía se rompe fuera del horario de esta porque acordamos ir a comer con mis amigas, por lo noche salgo a bailar a los bares del centro o acudo a alguna fiesta particulares, en esos ambientes por lo general siempre pasan cosas nuevas que te divierten, te gustan, te desagradan o te hacen sentir cualquier cosa. En la universidad siempre es el mismo caso, empieza la clase y el profesor da el tema esperando que todos ya hayan anticipado el temario y enfocarse en dudas, pero algunos lo hacen otros no lo hacen y el que hacer del profesor es encarar a quien no lo haga. Increíblemente esto pasa en casi la mayoría de las clases que tomo por lo que mi estancia en la escuela no es muy placentera, a excepción de ver chicos atractivos y de enterarme de los chismes que hay en el ámbito escolar. En la universidad a la que pertenezco, la de Guanajuato, los horarios se acoplan a la agenda de los profesores puesto que estos tienen actividades ajenas a la docencia y es muy normal que las clases se encuentren repartidas a lo largo de toda la tarde con algunos huecos. Pero el hecho de estar estudiando lo que uno quiere, pienso que vale la pena, más si en la matricula te encuentras a varios docentes que te transmiten la belleza y la satisfacción de la disciplina y para mi fortuna el profesor Fernando era uno de estos que acabo de mencionar. Mi última clase del día de hoy fue con Fernando, ya eran las seis de la tarde cuando empezó, y fue justo como cualquier otra clase. Se preocupaba por cada uno de nosotros, nos hablaba como un amigo de mayor edad mas que un profesor, era muy atento, se sabía el nombre de todos en la clase y también el lugar donde solían sentarse, explicaba absolutamente todo, por mas simple, obvio o evidente que fuera el tema él lo procesaba para que nosotros no tuviéramos algún problema en digerirlo y familiarizar todos los conceptos. Fernando es ese tipo de personas que cuando esta contento no tiene ninguna dificultad para transmitir y contagiar esta alegría, te hace sentir contenta de conocer a una persona como él, de ser su alumna y compartir clases con quien fuera mientras que el este frente al pizarrón, sabes que a cada sonrisa que da delata en cada segundo el goce de su profesión, esto es lo que lo hace especial.

Al finalizar la clase de Fernando termina mis deberes por hoy con la escuela, y como es de costumbre regreso a casa acompañada de un par de amigas, esto debido a que vivimos por el rumbo. Por lo general utilizamos el tiempo que nos tarda en separar nuestros caminos en hablar de nosotras, de los chismes que no pudimos terminar o para planear algo. Pegada a la universidad se encontraban colonias, muchas casas sobre el terreno desnivelado de la ciudad. En la colonia reinaban los callejones repletos de casas los costados de estos, ahí en la ciudad a este tipo de estructuras no se les llama calles si no andadores, mis amigas vivían en un andador muy cerca de la Universidad a solo unos doscientos o trecientos metros del campus. Aunque mi casa se encontraba aún más lejos que la de mis amigas (pero no tanto), era un camino corto, Guanajuato es una ciudad muy chica en realidad. Una vez que me encontraba sola, solo tenía que seguir un camino empedrado de forma rustica que se extendía a lo largo de varios andadores, en un punto determinado estos andadores (perpendiculares al camino) se terminaban y dos casas de tres pisos se alzaban a los extremos de este camino haciendo parecerse un tramo como un pseudo túnel sin techo, sin domo o parte superior. Acabando este tramo se encontraba una curva amplia hacia la derecha que conducía a los autos de regreso a la universidad y en medio de esta había viviendas. El camino hacia mi casa era evitar esta curva bajando unas escaleras que se encuentran justo terminando el pseudo túnel del lado izquierdo, las escaleras conducían a otro camino empedrado unos metros más abajo del primero camino, estos no se conectaban y la única forma de cruzar uno hacia otro, era por medio de las escaleras que acabo de mencionar. Este camino también era empedrado y en su longitud hacia la calle principal (la que conduce hacia el centro) también se alzaban andadores, el tercer andador del lado derecho era el que pertenece a mi casa.

Ana FuentesWhere stories live. Discover now