CAPÍTULO 17

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La noche transcurre como Nicolas lo prometió. Admiramos la luna sin decir nada más, dejamos que todo fluya. Por ratos me pregunto cómo logró que yo aceptara quedarme, ni siquiera tuvo que esforzarse, yo sabía que quería quedarme pero, ahora lo dudo un poco. La última vez que pasé una noche fuera de casa fue obviamente porque estaba en el hospital y claramente este ambiente es muy distinto.
Nicolas se acerca ligeramente a mí, ambos apoyamos las espaldas en una de las bardas. Él nota que tenía un poco de frío así que hace un momento bajó en busca de otras cobijas y un par de almohadas; también me dijo que si no soportaba el frío, podíamos bajar a su habitación, le aclaré que eso no sucedería por nada del mundo. Tal vez, sus intenciones no son distintas, pero de todas formas es inaceptable para mí, como si… solo, es inaceptable. Me pasa la cobija con la que cubro mis piernas, enciendo otro tabaco y éste, lo disfruto tan pausadamente, de forma tranquila, lo saboreo en mis labios, como si besara los tuyos. Nicolas acerca su mano a la mía, la mueve ligeramente como si quisiera tomarla. Comienzo a ponerme un poco nerviosa, la ansiedad comienza a despertarse y eso me asusta… lo hace. Coloca su mano sutilmente sobre la mía, por unos segundos la acaricia hasta que yo la encojo hacia mí.

—¿Por qué nunca dejas que tome tu mano? —pregunta apenado. Intento mantener la respiración al margen.
—No tendrías por qué tomarla —respondo seria. Trago saliva y sigo calando el cigarro.
—Danger…
—Nicolas, por favor —susurro para no ser grosera— yo, no hagas esto ahora —. Asiente con la cabeza entendiendo mis palabras.
Los minutos transcurren al igual que la noche. Respiro con tanta profundidad, es como si este aire fuera puro. Arrasa con la penas y por alguna razón, estando aquí se me facilita hablar un poco más sobre mí. Es como si el lugar me acogiera y acariciara mi cabello para tranquilizarme; tal vez si aquí fueran las terapias, yo estaría sana. Volteo hacia él y lo miro por unos segundos. Tiene la cabeza apoyada a la pared, los ojos cerrados, los brazos cruzados.
—No abras los ojos —susurro. Arruga las cejas pero me hace caso.
Con la mano temblando comienzo a acercarla a su rostro lentamente. Acaricio su cabello con delicadeza, mi mano pasa por las hebras de su cabello en un movimiento suave. Cuidando de no ser tan brusca y de que no abra los ojos, me acero unos centímetros más hacia él, dejando de espacio nada, entre nosotros. Mi brazo roza con el suyo y de poquito en poquito apoyo mi cabeza en su hombro, me acomodo lentamente y cuando al fin lo he hecho, cierro los ojos y acerco más la cobija hacia mí.

—¿Quieres que —… susurra con miedo.
—No —, respondo en susurro— quédate, quédate así —. Puedo sentir que sonríe en mi cabeza— ¿Qué tiene este lugar que me hace sentir así?
—¿Así como?
—En paz, en confianza, como si amortiguara las penas —mi tono de voz permanece por lo bajo.
Ambos susurramos como si alguien fuera a escucharnos, tal vez porque incluso decir estas palabras en voz alta podría ser un pecado.
—No lo sé, por años me he preguntado lo mismo, tal vez —… hace una pausa melancólica— mamá dejó mucho amor en este lugar, que por eso se siente así.
—¿Ella aún viene seguido?
—Sí, suele estar aquí cada que se lo pido, sigue siendo tan incondicional como solo ella sabe serlo —su voz se escucha desanimada, creo que comenzó la noche triste.
—En este momento, desearía tanto un trago —… susurro.
—¿Estás demente? —. Nicolas intenta moverse pero lo detengo sosteniendo su brazo así que se relaja de nuevo.
—Solo uno, no quiero más…
—Pero, tu cuerpo, tus ansias no sabrán controlarlo —ahora suena preocupado.
—Tal vez —… tiene razón, probablemente ese sea el truco de mi mente, pensar que puedo controlarlo para después no hacerlo.
—¿Cuándo fue la última vez que bebiste?
—Hace 4 meses, creo, no lo sé.
—¿Fue grave? —espera mi respuesta en silencio mientras yo recuerdo a la perfección aquel momento.
—Quisieron encerrarme en un psiquiatra. Sé que, suena muy fuerte si lo digo así pero en realidad, yo ya tenía citas con el psiquiatra —sí, así lo recuerdo— era una fecha... especial —trago saliva para tomar valor— había estado bebiendo días antes, lo normal si así podemos llamarlo. Tomaba todo el día pero mi nivel de ebriedad era el mismo, solo me sentaba a llorar por las noches, lo hacía de manera silenciosa. En lo que restaba del día me sumía en un sueño profundo. Básicamente mi rutina se basada en beber toda la noche anterior y antes de que todos despertaran y que el sol saliera, salía a correr al parque —intenta interrumpir pero no lo dejo— sí, ebria. Me caía, me raspaba, me hacía daño pero al final me fui acostumbrando y ya me controlaba. Después, llegaba a casa antes de que despertara Susy quien se despierta más temprano; me duchaba rápidamente para frenar los efectos del alcohol, también bebía un café, mis pastillas y estaba preparada para dormir toda la tarde, esperar la noche y hacer lo mismo —. El silencio reina, supongo que la expresión de Nicolas es de perplejidad, yo tendría la misma expresión si me lo contara otra persona— Llegó el esperado día, ese día que retumba en mi cabeza cada maldito mes —no puedo contener las lágrimas…— Bebí la noche anterior, salí por la mañana a hacer ejercicio... ese día, un auto estuvo a punto —… no me atrevo a mencionarlo en voz alta. Escucho los sollozos de Nicolas— no sucedió nada, alguien más impidió que pasara así que me dirigí a mi casa. Ya el sol había salido, todos habían despertado y me buscaban desesperadamente… al llegar, abrí la puerta como pude y caí de rodillas, no había nadie más que Susy que se había quedado por si regresaba —recordar esto me hace sentir la peor persona del mundo— intentó detenerme para que no subiera las escaleras pero la empujaba para que no lo hiciera. Recuerdo, ver que marcaba por teléfono mientras yo le arrojaba lo que había a mi paso para que me dejara en paz. Yo era un desastre, un mar de lágrimas, estaba sangrando de las manos y otras partes de mi cuerpo por el golpe que me di en el pavimento. Subí y cerré la puerta. Lo que sobrara en las botellas lo bebía como si fuera agua. Arrojaba todo, las botellas en el suelo, rotas; las astillas estaban ahí, brillando como si me llamaran así que me pareció buena idea golpear mis manos, mis brazos sobre ellas —revivo el dolor de aquellas punzadas de nuevo, el dolor que en ese momento no sentí— baje de nuevo y a mitad de las escaleras solo recuerdo ver a mi madre llorando desesperada, creo que hablaba con mi padre por teléfono, claramente él jamás llegó. Mi hermano y su esposa preparaban el auto. La última imagen fue esa, después de soltarme del barandal de las escaleras. Al día siguiente desperté en el hospital, mamá me advirtió que sería la última vez. No pagaría más hospitales por mí.

SOBRIA, DANGER...Where stories live. Discover now