Capítulo XXVIII

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Con esa determinación miró a su alrededor, evaluando su situación y lo que tenía alrededor. Estaba en un lugar oscuro y húmedo. El marqués lo había llamado "mazmorra" pero era un sótano poco usado por el estado en el que estaba; algunos muebles viejos, polvo acumulado y hasta telaraña. Eso sí habían añadido una cadena en la cual ella ahora estaba unida con grilletes los cuales apenas le permitían ir hasta la puerta sin llegar tocarla.

Los grilletes eran grueso y algo pesados, no podría soltarse solo con su fuerza. Mirando alrededor una vez más vio que había una ventana protegida por barrotes pero en ese momento abierta para dejar pasar el aire puro en ese lugar tanto tiempo cerrado.

Kath quería acercarse a él y probar si podía ver algo desde allí, pero su cuerpo estaba muy dolido por el continuo ejercicio sufrido durante horas. Aún así ella no pensaba quedarse allí quieta, así que sacó fuerzas de flaqueza y se puso en pie para estar bajo la ventana. Enseguida oyó voces.

―¡Eh! ¿Has oído lo de esa sirvienta? ―preguntó una voz de hombre, muy cerca de la ventana―. El jefe ha ordenado que esperemos hasta mañana para seguir jugando con ella.

―Sí. Es una mierda ―dice otra voz, sonando realmente fastidiada―. Y yo que estaba cachondo con solo pensar en follármela esta noche.

―No te preocupes, en unas pocas horas podrás disfrutar de ella otra vez. Tú, yo y todos ―le animó su amigo antes de echarse a reír encantado. Su compañero no tardo en acompañarlo.

Kath los escuchó en silencio hasta que oyó que se marchaban de allí. Apretó los puños con fuerza. Oír como esos tipos ansiaban volver a violarla solo para divertirse a su costa, le daba nauseas. Debía escapar pronto.

De repente oye que abren la puerta de esa mazmorra provisional. Kath se apresura a volver a su sitio, como si nunca se hubiese movido de allí. Si ellos llegaban a saber que era capaz de andar en esas condiciones, no dudarían en volver a llevarla arriba y violarla de nuevo. Debía evitar aquello.

Adoptando una postura rendida y sumisa ―la cabeza medio escondida, su melena sucia y desordenada ocultando su rostro, los brazos rendidos y las piernas curvadas a un lado― dejó que una joven sirvienta se acercará para dejar una bandeja llena de comida caliente y apetecible.

Al alzar la cabeza y mirar a la chica con la poca luz que entraba, Kath vio que era tan solo una niña, con cicatrices en la cara y las manos magulladas de tanto faenar. «Seguro que la han torturado», pensó Kath viendo las manos de aquella niña que temblaban, ya no por miedo, sino por los nervios siempre a flor de piel, temiendo un nuevo castigo.

―El a-amo Josef di-dice que debes comértelo to-todo antes de esta no-noche ―informó la chiquilla tartamudeando nerviosa. Kath no dijo nada, ni se movió. Se quedo quieta como una estatua a pesar de que estaba hambrienta―. ¿Qué pasa? ¿No-no vas a comer?

―¿Qué pasa si no lo hago? ―preguntó Kath, apoyando la cabeza contra pared. La chica empezó a tiritar, no de frío―. ¿Te castigará severamente si vuelve con la bandeja intacta? ―la chica asintió―. Hazle saber que yo misma me niego a comer. Quizás así no te golpee.

―Pero...

―Siento mucho que estés al servicio de un hombre como el Marqués de Puerto Rico, de verdad. Pero no pienso hacer nada de lo que él diga. No soy su sirvienta, ni su puta. No soy nada suyo. Por ello no pienso alimentarme para así estar disponible para él y sus esbirros. Prefiero morir de hambre. ―hizo una pausa y la miró, viendo su aspecto lamentable―. Deberías huir de aquí. En serio.

La chica se quedó enormemente sorprendida por sus palabras. Que una desconocida se preocupara por ella sin siquiera conocerla. Vio que la joven de pelo caoba tenía la mirada perdida, pero tras ella veía una mezcla de valor y determinación, de odio y justicia, a pesar de todo lo que había sufrido. Esa valentía la conmovió.

Con esa mirada pudo confirmar las dudas que tenía sobre la identidad de esa chica.

―¿Eres... Katerina Jackson? ¿La sirvienta del Conde Nathan Sullivan? ―preguntó de golpe. Kath quedó de piedra abriendo del todo los ojos, luego miró a la chica―. Si es así te ayudaré a salir de aquí y volver con tu señor.

―¿Quién eres tu? ―preguntó Kath confundida y asombrada―. ¿Porqué lo haces?

La joven la miró a los ojos, entonces sonríe. ―Me llamo Esther. Soy la hermana pequeña de Jon, el capataz del Conde Nathan Sullivan ―respondió. Kath la mira boquiabierta―. Se de ti por gente de la ciudad, antes de que llegarás aquí. Nadie sabe que estoy aquí, ni siquiera mi hermano. Sé que te han secuestrado ya que el conde mando que te buscaran a cualquier precio. Por mi hermano y mi señor que te ayudaré a escapar. Te lo prometo.

La Perfecta Sirvienta (Perfectas I)Where stories live. Discover now