¿Qué es una obsesión? Una maldita inquietud que te mueve día y noche y no te deja dormir ¿La mía? Es alta, morena con ojos tan grises que me hacen dudar del tiempo y de quien soy.
Me odia, es un idiota homofóbico que no puede mantener la bragueta c...
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El lugar no se parecía a lo que recordaba, es más, jamás creyó que la miseria hubiera avanzado más sobre la localidad. El corazón se le estrujó al ver esos rostros, los cuales caminaban rumbo a quién sabía dónde.
—¿Aquí vivíamos nosotros?
La voz en el asiento trasero hizo a Iván enfocarse en el espejo retrovisor.
—Sí, amor, ambos nacimos aquí.
La mirada de la niña era sombría. Vanya se cruzó de brazos y se encogió al punto de meter su rostro dentro de la campera
—Ha empezado a nevar nuevamente.
El frío no les había dado tregua. Los copos de nieve empezaron a inundar el parabrisas cuando llegaron a un camino que le pareció familiar al ucraniano.
—Es por aquí.
La camioneta ingresó por el camino lleno de barro y se toparon con unas cinco casas, que estaban bastante alejadas unas de las otras. Detuvo el vehículo un instante, conectando con el pasado, con el sitio del cual había huido.
—Tienes que cuidar de tu hermana.
—No quiero dejarte, mamá.
—Es la única opción, amor. Tu padre jamás me dejará marchar. Sé valiente y fuerte. Lucha por lo que quieres y cuida a mi niña.
Allí estaba la mano cálida que en estos meses lo había reconfortado y le daba fuerzas.
—¿Cuál era tu hogar?
La voz dulce y maravillosa, pero a su vez tan segura de Alejandro lo hacía creer en él como nadie.
—Es la última casa, la que está más cerca del río.
—¿Y qué estamos esperando? —Miró hacia delante, por lo que Iván avanzó.
Sin duda, la cabaña de madera era la más deteriorada.
Se acercaron con lentitud y quedaron en silencio un segundo.
—Aquí vivíamos, Vanya, una pequeña choza alejada del mundo, con hambre y frío.
La morena se enfocó en el lugar. Su cabeza apenas podía procesarlo.
—No recuerdo nada de esta vida.
—Mejor así, cariño. Hay cosas que es mejor dejarlas atrás —explicó en tono lúgubre—. Ale, no estás obligado a ir con nosotros.
—Lo sé, pero no he venido hasta aquí para quedarme en la camioneta.
Iván asintió.
Alejandro comprendió todo en el pequeño gesto. El luchador se avergonzaba del lugar que lo había visto crecer. Aún le dolía su miseria.
Caminaron hacia la puerta y la golpearon. Un hombre de unos setenta años apareció. Las arrugas era cercos profundos y la piel, irritada por el frío, tenía un color rosáceo en parte. Era alto, casi de la misma altura que Iván. Ale entendió que, teniendo en cuenta la edad avanzada, pudo ser incluso más alto que ellos en su juventud.
