Capítulo 1: Ay, por Dios, ¿no sabés lo que es un tik tok?

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No entiendo nada de lo que está pasando, solo sé que me siento Milla Jovovich de Resident Evil al despertar, pero en versión hombre... y sin esos ojazos.

El 8 de enero viajé hacia Dolomitas en Italia con la batería del celular suficiente para poder llegar y nada más. ¿Qué se iba a apagar? No me importaba, lleva apagado desde hace un poco más de dos meses. Mi 2019 no fue bueno en lo absoluto, me pasaron mil cosas y necesitaba desconectarme de todo lo existente, menos de la naturaleza. Sin embargo, ya tiempo de volver y retomar de nuevo mi vida.

Eso no es lo importante, bueno sí, pero el hecho es que no entiendo por qué todo está tan desierto en la ciudad de Belluno. El señor con el que cruzaba algunas escasas palabras en la cabaña, me trajo a la capital y se fue al segundo que me bajé de su camioneta vieja.

Cuando vine, esto era una fiesta de personas y hoy no hay nada... vacío como el corazón de mi ex. Camino y camino con mi cartel de "Aeroporto di Belluno" porque casi no sé nada de italiano. Sí, me he cruzado con alguno que otro auto, muy escasos, pero me ignoran totalmente.

¿Qué es eso de "Resta a casa" y "Stai al sicuro" que leo en carteles? Solo logré entender algo así como "Mantente a salvo".

NO TE LO PUEDO CREER, ¿EL APOCALIPSIS ZOMBIE ES REAL?

Justo en ese momento deseé con todas mis fuerzas tener el celular con batería, y al borde del colapso, pensé cómo conseguir un arma, porque claro, a los zombies se los mataba con un tiro en la cabeza. ¿Pero dónde están esos malditos desgraciados? Llevo años jugando a los videojuegos para llegar a este momento, es hora de que conozcan quién soy. La paranoia no me dejó ver que un auto se estacionaba a mi lado y un tipo me dijo algo así como:

Vai all'aeroporto? Ti prenderò, vado anch'io.

No entendí ni la mitad, pero fue, le dije que sí.

Grazie, grazie, grazie, ma non parlo italiano. Perdono ―Le dije apenas entré al automóvil.

Eso es todo lo que sabía de italiano.

Oh, capito...

El tiempo que duró el viaje fue en silencio por razones obvias y cuando llegamos, él también bajó con maletas, por lo que supuse que esa era la única razón que me trajo. Le agradecí otra vez y fui hacia de check-in y embarque. Las cosas se pusieron más duras y extrañas, todavía; todos tenían barbijo, guantes blancos y cada tanto le pasaban una toallita desinfectante a todo lo que tocaban. No estaba seguro al respecto de mi teoría hacia los zombies y comencé a preocuparme a que esto fuera por otra razón. Así que saqué mi alcohol en gel de la mochila para colocarme y guardarlo en el bolsillo de mi pantalón por si acaso.

El vuelo hacia Ezeiza fue retrasado por cinco horas y luego por otras cuatro horas más. Cuando pensé que iba a cancelarse por completo, fue que nos embarcaron a todos. En el momento que el avión ya estaba volando, fue que me dormí la mayor parte del tiempo y me relajé por completo. Sin embargo eso cambió al momento de despegar; no nos dejaban salir del avión todos juntos, sino que a uno por uno y en la puerta de la aeronave, dos personas con un traje blanco y mascarillas, nos rociaban con algo, más desinfectante en las manos y me tomaban la fiebre.

―¿Qué pasa? ―pregunté a uno de esas personas―, ¿Por qué hacen esto?

―Medidas de seguridad obligatorias, avance y no se detenga, señor ―respondió taciturno.

Obedecí y caminé por las cintas, hasta que me topé con el primer cartel: "Coronavirus", pero no seguí leyendo nada, porque gendarmería, con barbijos y guantes nos decían con un megáfono:

Entre distancias y balconesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora