Capítulo 11: ¿Por qué yo?

3.1K 591 204
                                    

Rufina

25 de mayo, 2020.

El alivio de saber que Benja volvió a su departamento, fue increíble. Lo extraño, eso no voy a negarlo, pero nada se compara con que, a pesar de que todavía no está curado del todo, no se encuentra en terapia intensiva. Los días en los que tenía poco y nada de información sobre su estado, fueron de un estrés agobiante; no lograba concentrarme en mis clases y estaba atrasada con trabajos prácticos, además de haberme ido mal en uno. Ni hablemos de que fueron los días donde más veía las estadísticas en la Argentina y averiguaba sobre cómo repercute la enfermedad en un asmático; todo me tenía loca.

Ayer no me escribió y lo entiendo, tal vez tuvo que hablar con su familia primero, pero de todas formas necesitaba saber de él por medio de él mismo. Sin embargo, me tranquilicé y traté de seguir con mis cosas.

Miro de nuevo la hoja en blanco de Word, que está igual que una hora atrás porque no pude avanzar con otro trabajo práctico. Dejé mi celular lejos de mí para no volverme a distraer mirando la pantalla cada dos segundos, esperando tener una notificación de su parte. Mi gato juega debajo de la mesa con uno de los moños de mis pantuflas casi hechas añicos por sus uñas y vuela hacia un costado, cuando me levanto al escuchar una llamada entrante.

Es él.

Llámenme loca, pero es como un GPS interno que me lo dice o el típico sexto sentido, como quieran llamarlo.

―Rufina...

Dios, escuchar su voz es increíble.

―¡Sos vos! ―exclamé.

―Sí...

―Benja, no puedo creer que seas vos ―sollozo sin poder evitarlo―, o sea, si sé que sos vos, por eso pateé a mi gato para atenderte. No lo hice a propósito, además rompe mis pantuflas, pero ¿por qué hablo de mi gato? ¡Te extraño! ¿Cómo estás? ¿Podés hablar? Si no podés, escribime, no te esfuerces...

―También te extraño, muchísimo. Puedo hablar solo un poco, pero necesitaba escuchar tu voz y acabás de sacarme la primera sonrisa verdadera que no he tenido desde que me internaron.

Es su voz, claramente algo débil, pero sigue siendo él y nunca había estado tan agradecida con Dios antes.

―No me imagino por lo que pasaste, creo que vos solo podés hacerlo y... ―Sus sollozos me interrumpen y la impotencia de no poder abrazarlo, me invaden.

―Pasar-on muchas c-cosas... ―sisea entre lágrimas―. Ester, murió f-frente a mí. Doctores ll-oraban, no dormían... T-todo horrible ―suelta otro sollozo.

Yo también lloraba, pero lo mío era silencioso porque no quería ponerlo peor de lo que ya estaba o que se sintiera culpable, así que respiré profundo, me sequé las lágrimas con la manga del suéter y le dije:

―No puedo abrazarte, pero si necesitás llorar con alguien, aunque sea por teléfono, hacelo conmigo, no hace falta de que ni hables, solamente llorá.

Entonces lo hizo y yo mordía mis labios poniendo todo de mí para no hacerlo también. Ni conté cuánto tiempo estuvo llorando, yo solo deseaba estar a su lado. Si me preguntaban que iba a vivir esto con mi vecino recién llegado de Italia, unos pocos meses atrás, no lo iba a creer. Wow, son casi tres meses de conocerlo y juraría que lo hago de toda la vida.

―Perdón... ―susurra y se nota, por el sonido, que está limpiando sus lágrimas con papel.

―No, Benja... ni se te ocurra pedirme perdón. Te quiero, ¿sí? No estoy solamente para hacerte reír, sino para que llores conmigo, cuando lo necesites y lo necesitabas un montón.

Entre distancias y balconesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora