Capítulo 7: ¿Qué pasó ahora?

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MARATÓN DE FINDE LARRRGOO (por lo menos en Arg) 1/2

09 de mayo, 2020.

Benjamín.

Rufina no responde ninguno de mis mensajes.

Ayer, viernes por la noche, le escribí algunas veces, esta mañana a las nueve me dijo que la disculpara, que le dolía la cabeza, pero no volvió a responderme otra vez. Ni siquiera estuvo en línea y las llamadas se iban al buzón de voz. La situación me comenzó a preocupar, así que toqué su puerta, pero no obtuve respuesta alguna. Por lo que la única salida fue treparme de mi balcón al suyo. El corazón me palpitaba de los nervios y la ansiedad borraba el miedo que le tenía a las alturas.

Respiré al estar en su espacio lleno de macetas y banderines de color pastel. Moví la manija de su ventanal y se encontraba abierto, todo para encontrarme a Rufina llorando de una manera desconsolada frente a su televisor y abrazando a su gato. Bueno, en realidad casi aplastando a su gato. No supe cómo actuar al respecto, si gritarle o aliviarme porque se encuentra bien. Lo que me extrañaba realmente, es qué hacía con audífonos gigantes puestos y qué era eso que veía con tanto sentimiento, así que me tomé el atrevimiento de acercarme a ella, logrando que gritara y que me haga gritar a mí del susto.

Me tiró con el control remoto en la nariz y se sacó sus audífonos.

El gato voló también.

―¡Estúpido, me asustaste! ―exclama.

―¡Casi me quebrás la nariz, Rufina! ―espeto yo también, al sentir un dolor agudo en mi nariz.

―¡Perdón! ―Se acercó a mí y acunó mi mejilla con una mano y tocó de manera suave mi nariz. No supe como reaccionar, me quedé estático, porque esta es la primera vez desde que la conocí, que siento su tacto. Se me dificulta respirar y no sé si es lo que ella causa a mí, mi problema con el asma o que en verdad quebró mi nariz. La verdad que no sé a qué echarle la culpa, pero ya da igual.

Ella parece darse cuenta de que me toca, porque abre los ojos inmensos y me suelta.

―Ay, por Dios... ―Lleva las manos a su boca y ahoga un gritito―. ¡Te toqué por primera vez! Ay, qué mal sonó eso. Bueno, vos me entendés.

Solo pude asentir.

Ella da saltitos de felicidad, aún con sus ojos mega llorosos, con ojeras e hinchados y su rostro rojo. Tiene un pijama de una sola pieza, color negro y con orejas de conejo. ¿De dónde saqué a esta mujer?

―¡Tu carita es super suavecita! ―exclama―. ¡Me alegra mucho verte!

Vuelve a cortar nuestra distancia y me abraza. Me sorprende, no sé que le pasa, pero como también me alegra verla frente a frente, la abrazo también. Abrazar a alguien nunca fue tan hermoso como abrazar a esta chica. Cierro los ojos y disfruto del momento, pero ella comienza a llorar y me separo sin entenderla.

―¿Qué pasó ahora? ―pregunto al ver su estado nuevamente.

Ella se seca las lágrimas con la manga de su pijama y me mira.

―Es que te abracé y él acaba de morir y ella se quedó sola. Olvidó todo, ni al ángel de la muerte recuerda... y estoy muy triste.

―¿Qué?

―Estoy viendo un dorama ―dice secándose las lágrimas y señala hacia su televisor.

―¿Y esos chinos?

―¡Coreanos! ―vocifera ofendida.

―Yo veo chinos ―respondo y ella se queja.

―¡Que son coreanos! ―Me corrige.

Entre distancias y balconesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora