Felicidad

Acoplar

Bruce tardo exactamente dos semanas solares en aprender lo básico del idioma. Como saludar, agradecer y hacer preguntas con la etiqueta adecuada, y comprender una conversación casual aun si no lograba mantenerla con fluidez. Y aunque suene mal decirlo, su primer obstáculo había sido el cuarto de aseo, el cual lo dejo sorprendido.

Los Aranteanos habían logrado reducir el uso de tuberías, de hecho el desagüe de aguas residuales se sustentaba sobre su sistema de conductos recubiertos de un agente biológico muy parecido al pez diablo conocido popularmente como limpia peceras, un descubrimiento por demás maravilloso que obraría milagros por la humanidad; por supuesto los desechos fecales eran tratados de otra manera y nunca tocaban los drenajes al ser desintegrados por un tipo de encima que a la vez neutralizaba el olor y era muy eficiente.

La mayoría de los ciudadanos cultivaban sus propios alimentos, muy al estilo de las azoteas verdes que hasta hace poco se intenta poner en marcha en las ciudades terrícolas con malos resultados. Dios, ellos podrían aprender tanto de los habitantes de Ariant.

Cada vivienda prácticamente era autosustentable y completamente amigable con el medio ambiente. Hasta las construcciones eran una mera adaptación del paisaje, pues lo grandes monolitos ya estaban ahí y los Arantianos solo los esculpieron para lograr habitarlos más cómodamente. Aunque no eran los únicos materiales de construcción. De hecho se considera con muchísimo más valor una vivienda a base de madera. Pero a diferencia de lo que un humano entendería, nunca se talo ningún árbol para tal propósito, el valor derivaba del hecho que se requerían generaciones para moldear un árbol desde que nacía, su crecimiento era formado de tal manera que lograban crear estancias en su interior.

En algún momento Bruce había visto hacer eso a los jardineros de la mansión, cuando entrelazaban las ramas de algunos arbustos para que al crecer se fusionaran dando la ilusión de un enrejado, suponía que el concepto era el mismo. Pero por supuesto el hecho de crear una casa a partir de un enorme árbol seguramente requería del trabajo de varias generaciones.

Paso una semana más antes de que Erel le permitiera salir a la ciudad, o siquiera interactuar con alguien más que no fuera él o su padre. El rey se notaba en extremo complacido y asombrado por su progreso y lo alentaba a preguntar y experimentar.

Cuando al fin Erel considero pertinente que saliera, Bruce pudo apreciar lo que debía considerarse la ciudad. Los edificios más altos asemejaban enormes pilares de mármol que se mezclaban con el paisaje boscoso que los rodeaba. No había calles ni grandes vehículos, de hecho la única área despejada era una plataforma militar que Bruce calculo estaba ubicada a una milla de la ciudad, en donde guardaban absolutamente todas las naves, tanto de combate como comerciales y el armamento.

Y ciertamente durante su recorrido pudo constatar parte de la historia; las mujeres y hombres apenas se diferenciaban entre sí, pues ambos sexos mostraban un cuerpo cuadrado y fuerte, casi con las misma proporciones, y gracias a tipo de vestimenta Bruce también pudo observar que las curvas propias del género femenino habían prácticamente desaparecido en su mayoría; los senos apenas se notaban y las caderas disminuyeron su amplitud, hasta la forma de sus rostros se vio afectada, las líneas delicadas en su mayoría fueron remplazadas por facciones más toscas, quijada fuerte y mirada tenaz. En algún punto creyó encontrarles parecido con... con alguien, aunque no recordaba a ninguna mujer con ese tipo de características tan aguerridas... tan amazonas.

―Bruce ―llamo Erel al notarlo demasiado distraído. ―¿Está todo bien?

―Sí, sí. Todo bien ―respondió centrando su mirada en el príncipe mientras su cabeza intentaba encajar las ideas que últimamente le asaltaban sin una razón aparente. Como esa palabra, Amazonas. Un mito que... Themyscira... susurro una voz en su cabeza, una que entre sueños repetía una y otra vez Kal-El, sin que él le encontrara sentido o significado.