IV

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"Cierra la boca que desea cantar.

Cantar para estas almas tristes sentadas en el banco,

Mientras el cómitre marca con el látigo el compás,

Mientras ordena remar sin interrupción,

Cada vez más fuerte, cada vez más rápido, más lejos de la luz"

(Horacio Castillo)



Nadie navegaba de noche por las aguas de Yunmeng.

Era peligroso, murmuraban los más ancianos. Las corrientes se volvían tramposas en la oscuridad, ahogaban a los distraídos y daban vuelta sus barcos.

Cosas malas sucedían a quienes viajaban de noche por las aguas de Yunmeng.

OoOoOoOoO

Jiang Wanyin podía sentir una tensión fantasmal sobre sus hombros, su columna llena de pequeñas arañas de hielo subiendo y bajando.

Ni un solo espíritu resentido en un mes.

La calma era aterradora.

¿Qué demonios estaba pasando?

¿Todo el mal del mundo había desaparecido de la noche a la mañana?

Dejó que su barca se deslizara suavemente por las corrientes que llevaban al hogar. Lotus Pier.

Había realizado el viaje a Yunping en solitario, prefiriendo pasar de incógnito. Los ataques hacia los cultivadores se habían vuelto más violentos, y exigía tratar los asuntos con sumo cuidado. La economía de la secta estaba en crisis, la cantidad de estudiantes había disminuido, su propia reputación parecía arrastrada por el barro.

El silencio de la noche crispaba sus nervios, una presencia oscura lo acompañana en el viaje de regreso al muelle.

Casi podía escuchar suaves garras deslizándose por la madera, bajo el agua y a los costados. Un aliento frio en su nuca. El silencio asfixiante avivaba el miedo.

¿Qué demonios estaba pasando con el mundo?

Su navío se balanceó sobre la corriente, anunciando el peso de otro viajero sobre el. Y no podía girarse, pues algo lo retenía quieto en su lugar.

Una voz trémula comenzó a cantar una canción de la infancia, de lotos y sol tiñendo las aguas de dorado. Congeló su alma, y más que nunca quiso darse la vuelta para mirar a su fantasmal acompañante, especialmente cuando sintió una mano deshacer su peinado y acariciar su cabello.

"... la barca en que yo volvía,

tras tan tarde acabar la diversión,

entre las flores de loto

se entrometió por obligación..."

La canción siguió, la mano continuó acariciando su cabello, arañando con suavidad su cuero cabelludo. Una barbilla se apoyó sobre su hombro.

- ¿No recuerdas los viejos tiempos, shidi?

- ¿Qué eres?

La risa, baja y oscura, le provocó otro escalofrío.

- ¿Preguntas qué en lugar de quién? ¿Ya no soy tu hermano marcial?

- Estás muerto. Los Jin te mataron.

- ¿Solo los Jin, hijo del muelle? ¿Fueron solo los Jin? Yo recuerdo túnicas de todos los colores, especialmente púrpura...

- No puedes acusarme de haber participado en tu muerte...

- ¿Acaso tu hermana no me tendió una trampa? ¿Acaso no pusiste a tus discípulos con flechas a asistir al perpetrador?

La mano sujetó su cabeza con fuerza, lastimándole.

- Todos estos años... ¿no fueron discípulos Jiang intentando invocar mi alma con mis propios rituales para acabar de destruirla?

El muerto siguió riendo, mientras se apartaba. La barca se balanceó peligrosamente.

Jiang Wanyin se puso de pie, desatando a Zidian.

El demonio tenía la cara de su hermano.

Su hermano preciado, perdido en una traición injusta.

Este monstruo no podía ser su hermano. Ojos demasiado rojos, piel demasiado blanca. El aura de un animal salvaje.

- Llamaban mi nombre, mientras yo me pudría en el infierno. Devorando las almas de condenados como yo, de infelices como yo. Una vez que se empieza... ya no se puede detener.

- ¿Qué eres, demonio?

El monstruo sonrió. Demasiados dientes, demasiado equivocado.

(La sonrisa de su hermano, brillante como el sol del mediodía, bastardizada de esa manera atroz.

No podía perdonarlo).

- Soy el pecado que no puede ser perdonado.

Unos pasos más cerca.

- Soy el castigo de quienes manchan sus manos con sangre inocente.

Estaban casi cara a cara.

- Soy un dios. Un dios oscuro que pesará sus almas en su balanza, y los encontrará faltos...

Y los devorará.

La barca se dio vuelta inesperadamente, y Jiang Wanyin cayó al agua, arrastrado por unas manos invisibles al fondo del río.

Lo último que vio, antes de perder la conciencia, fue el sonriente rostro de Wei Wuxian, quien con una mano extendida acarició su rostro con un falso cariño.


No vas a morir hoy, mi hermano.


Primero verás arder tu muelle por segunda vez.

Y luego arrancaré ese dorado tesoro de tu pecho,

porque nunca deberías haberlo recibido.


Pero no será hoy, mi hermano.


Pronto. Da la voz. Avísales a tus aliados.



Estoy viniendo.






En el capítulo que viene comienza toda la mierda, por fin.

Acheronta MoveboWhere stories live. Discover now