V

3.1K 428 86
                                    


Mo Xuanyu tenía miedo.

Sus manos, con movimientos rígidos por los cortes en sus muñecas, trazaron temblorosos las líneas que su maestro, su señor, le había mostrado en sueños.

Mo Xuanyu no quería morir.

Pero era una orden de su dios.

El ritual estaba casi completo.

Wei Wuxian regresaría

y el mundo tal como lo conocían terminaría.


Hubo un eclipse ese día. Uno inesperado y extrañamente angustiante.

Una vez que pasó, todos lo olvidaron.

Menos uno.



¿Sabes tú del miedo?

Sé del miedo cuando digo mi nombre.

Es el miedo,

el miedo con sombrero negro

escondiendo ratas en mi sangre,

o el miedo con labios muertos

bebiendo mis deseos.

Sí. En el eco de mis muertes

aún hay miedo.

(Alejandra Pizarnik)



El sol salió en un cielo despejado, ausente de aves.

El silencio que reinó solo era un mal presagio.

Pero nadie se dio cuenta.

Todos se levantaron de sus camas, desayunaron, acudieron a sus tareas matitunas. Saludaron y hablaron con sus seres queridos, continuaron sus rutinas como si nada estuviera fuera de lugar.

Comieron y bebieron, festejaron y se regocijaron. Se casaron y vivieron su dia como si nada estuviese mal, como si los pecados no se hubiesen acumulado en la balanza y la hubiesen roto por su peso.

Al anochecer, recostaron sus cabezas sobre almohadas blandas y sueños dorados.

Solo para despertar con una luna de sangre y miles de espiritus resentidos asediando sus sectas...

dirigidos por su dios misericordioso, su dios vengativo, que había conquistado los infiernos y había alcanzado una oscura divinidad que no habían visto desde la caída del linaje de los demonios celestiales.



El primero en morir era, por supuesto, Su Minshan.

- ¿Creíste que nunca me enteraría? ¿Que fuiste tú el de la maldición sobre ese mocoso que llevó a mi muerte?

- Es a él a quien deberías buscar, no a mi.

Su Minshan lloraba, bañado en la sangre de su esposa y sus hijos, las cuerdas de su guqin rotas y teñidas de carmesí.

- Pero tu empezaste todo, junto a Jin Guangyao. ¿De verdad creíste que nunca lo sabría?

- Por favor...

- Silencio, pequeño gorrión. Nada de lo que digas va a ayudarte.

Acarició su rostro con falsa ternura.

- Tan parecido a ese esquivo viejo amigo... verte me enferma tanto...

Con largas uñas negras destrozó su rostro, dejándole en el suelo, temblando mientras la vida se iba de su cuerpo, su boca dejando escapar el gorgoteo de la sangre.

- Como un gorrión moribundo.

Se giró hacia el único allí con vida.

Un discípulo sin nombre de cortesía, aún. Un discípulo con las mejillas de un niño y la inocencia rota, asustado hasta los huesos.

- Ve a GusuLan. Ve a YunmengJiang. Ve a LanlingJin. Ve a QingheNie.

Se giró en todo su oscuro esplendor para mirarlo a los ojos.

- Diles que ya he llegado. Que he llegado y no dejaré a ninguno de pie.

Sonrió al verle correr.

La luna en su esplendor glorioso, como la sangre recién derramada, tibia y cargando el peso de la vida que se escurría en sus ríos y charcos, lo bañó con amor.

Los dioses no bajarían a ayudar a nadie. El trato había sido sellado en los atrios de jade puro, los dioses celestiales dejando que los dioses oscuros, del abismo, hicieran lo que quisieran con los cultivadores.

Con un precio a cambio, por supuesto.



¿Con quién debía continuar?

¿Jiang Cheng? ¿Jin Guangyao?


Lo único con certeza era que Lan Wangji sería el último en caer.

Y lo disfrutaría.

Acheronta MoveboWhere stories live. Discover now