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Alonzo y yo entramos a un área residencial, donde obviamente vivían personas de clase alta. En las aceras no había ni una sola bolsa de basura tirada, estaban limpias y adornadas de pinos muy verdosos en cada extremo. Las casas eran muy altas, todas de más de dos niveles y protegidas por unos grandes portones.

Nos detuvimos frente a una casa blanca, de tres niveles y muy moderna a diferencia del resto, con palmeras a sus lados y ventanas altas de cristal. No había seguridad, la entrada como quien dice estaba abierta, libre para que cualquiera entrara.

A medida que lo hicimos, pude ver un jardín en la parte de atrás y muchas personas conversando con bebidas en las manos. Sus edades estaban entre los treinta-cincuenta años. Y su vestimenta, por suerte, era igual a la de nosotros; formal. No me gustaba ir a un lugar y desentonar.

—¿No dijiste que era una reunión? ¿Por qué viene más gente? —pregunté, mirando hacia atrás. Más personas llegaban detrás nuestro, con otras personas a su lado.

—Así es, pero no soy el único que trabaja en la empresa. —rodeo mis hombros con su fuerte brazo, y me atrajo hacia su cuerpo de una forma protectora. Justo me cruzaba por el lado un señor con una bandeja, y yo no me estaba dando cuenta por no estar pendiente. Hubiese ocurrido un accidente.

—¿Y de qué es? —quise saber.

—¿Qué cosa?

—La empresa —dije con tono obvio.

Me causaba interés. Quería trabajar en una cuando fuese más adulto, siendo administrador o algo asi por el estilo. Era mi principal opción de estudio cuando entrara a la universidad, lo que realmente me gustaba.

—Transporte.

—¿Es tuya? —pregunté con rapidez.

—No.

—¿Entonces qué haces?

Él se detuvo solamente para responderme.

—Soy el gerente comercial.

Yo sabía de se trataba su puesto, porque investigaba en internet sobre esos temas, así que no seguí preguntándole cosas. Además, sentí que eso era lo que quería.

—¿Quién es él?

Ese no fui yo, juré que me iba a callar. Una mujer se le acercó con mucha confianza a saludarlo, dándole dos besos en la mejilla y un abrazo. Me señaló cuando se dio cuenta de que estaba acompañado, aunque no con buena cara. Parecía que le molestara.

—Santiago.

Le estreché mi mano con una sonrisa amable. Era casi de mí misma altura, de pelo lacio, negro, muy corto. Si no hubiese sido por la falda y los senos, pensaría que era un hombre.

—Mi sobrino —completó la frase.

Entonces yo lo miré.

—No sabía que tenías uno —le hizo saber, sorprendida.

—Vive muy lejos.

Yo tenía una seriedad brutal, mientras le hablaba de mi a la señora, explicándole que yo solo estaba quedándome con él unos días porque mi mamá estaba trabajando, yo me quedaba solo mucho tiempo y me estaba convirtiendo en alguien muy rebelde, con malas amistades.

¡Nada de eso era cierto!

¿Por qué tenía que mentir así sobre mí? Eso arruinaba mi reputación.

Aunque no la conociera o fuese importante en mi vida, tenía que cuidarla frente a todos. De eso dependía muchas cosas en mi futuro. Yo no sabía que pasaría, o si podía encontrármela después. El mundo daba muchas vueltas. Muchas.

Cuando estemos juntos ©Where stories live. Discover now